En su anterior libro, Siútico, el periodista Oscar Contardo demostró talento a la hora de revelar actitudes, comportamientos y paradigmas ocultos de la sociabilidad chilena; al mismo tiempo, hizo ver que la suya era una pluma cargada de mordacidad, inteligencia y humor. En Raro, cuyo subtítulo reza "una historia gay de Chile", Contardo evita los toques irónicos, y esto, evidentemente, se debe a que el tema de su investigación -cómo se ha percibido y tratado al homosexual en este país desde tiempos coloniales hasta nuestros días- dista de tener ribetes cómicos.
Raro es un libro metódico, bien documentado y repleto de datos llamativos. Más que cronista u observador, en esta ocasión Contardo ha tomado el rol del historiador: maneja fuentes variopintas (informes policiales, monografías anglosajonas, testimonios personales, textos olvidados, anécdotas picantes), permite que el relato avance en niveles paralelos, relaciona hechos aparentemente descoyuntados por el paso de los siglos y casi nunca opina, sino que más bien concluye. Astutamente, el escritor captó que al mismo tiempo que le hincaba el diente al flanco criollo de su historia, era necesario facilitar las comparaciones extendiendo el rango de la investigación hacia un contexto occidental más amplio.
Ordenado en forma cronológica, el relato de Raro se inicia con una mirada a la Edad Media y un vistazo a la Antigüedad, para luego concentrarse en la Colonia y en cómo juzgaron los españoles ciertas costumbres de los nativos que les parecieron propias de bujarrones o invertidos. Seguidamente, la recapitulación se centra en el Chile republicano, aunque, como ya se ha dicho, nunca quedan fuera del horizonte del lector las experiencias coetáneas que enfrentaron los homosexuales ingleses, franceses o estadounidenses.
Contardo se arriesga con apreciaciones curiosas: "En definitiva, operaban sobre Jorge Alessandri las mismas presiones sociales que llevaron a perder el poder a Enrique IV de Castilla, el hermanastro de Isabel la Católica" (en referencia a la antigua costumbre de acusar públicamente a alguien de homosexual sin tener demasiadas pruebas). En otras ocasiones, el autor entrega datos que aun hoy, sabiendo lo que todos sabemos bien, no dejan de sorprender: "Se pudo constatar que una de las preocupaciones más acuciantes para el Santo Oficio de Lima, tanto como la herejía, era la abundancia del delito de 'solicitación' -lo que actualmente se entiende como abuso sexual- cometido por sacerdotes durante el sacramento de la confesión".
Igual de sorprendente es la homofobia maníaca de la que hicieron gala el Partido Comunista chileno y el gobierno de la Unidad Popular. Por el bando contrario, uno de los datos más escabrosos del libro apunta a que "el general Manuel Contreras, jefe de la Dina, guardaba un detallado informe sobre el entonces abogado gremialista Jaime Guzmán, que incluía una carpeta con el rótulo 'homosexualismo'".
Sin jamás proponer la victimización como arma argumental, y centrándose en el caso a caso, que aquí va desde capitán a paje, Contardo expone las infamias y abusos de siglos en contra de la población homosexual. A la vez, el autor informa, con especial dedicación, cómo fue que en Chile, país de un retorcimiento reconocido y propio, se desarrolló y se sigue desarrollando una fuerza homofóbica que, no obstante, se encuentra hoy en día debilitada en comparación a la que prevalecía hace pocos, muy pocos años atrás.
(En México al bujarrón le llaman joto (a), puto, perra, mariquita sin calzones, choto, (re)torcida, cacha-granizo; le gusta el arroz con popote, la cocacola-hervida, jugar a la cebollita, sol, muxe y mil etcéteras. Nota de Juan Manuel Vial en La tercera, diario chileno en línea.)