lunes, 30 de septiembre de 2013

Nino Rota (1911/1979 )

Los puristas

En todas las artes hay puristas. Y es una clase de gente nefasta. La vida es impura, y en esta impureza está su pureza. Los puristas son gentes a evitar, no son creadores. Sé que hay muchos realizadores que piensan así, pero yo creo que un auténtico creador no necesita excluir ningún género. Al ser yo músico de cine, esto podría parecer un partidismo. No lo es. Yo creo que el purismo es algo falso, equivocado. Si Wagner, por ejemplo, hubiera sido purista, no hubiera compuesto ni una sola nota de su obra.

(Carlos Colón, Rota-Fellini (la música en las películas de Federico Fellini), ed. Universidad de Sevilla, 1981.)

domingo, 29 de septiembre de 2013

COMO RESES...

Como reses colgadas de ganchos
pasarán la noche, a la intemperie,
pantalones, calcetines y toallas.

Como cuerpos inertes luego
de pasarlos al paredón un sábado,
quedan las prendas suspensas.

Así la vida nos agota una
a una camisas corbatas
alzacuellos pelo y cejas.

Así la noche el silencio,
el combustible que nos hace
los peldaños más lentos.

Las articulaciones más faltas
de aceite, de calcio, de fósforos
para alumbrarnos.

Como las piedras un día
serán ojos de agua, igual
los huesos los sabremos cenizas.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Charles Simic, poeta



Motel Paraíso


Habían muerto millones, inocentes todos.

Yo me quedé en mi cuarto. El presidente

hablaba de la guerra como de una poción de amor....

Los ojos se me abrían del asombro.

Mi cara en el espejo me parecía

una estampilla con dos sellos.


Vivía bien, pero la vida era horrible.

Había tantos soldados ese día,

tantos refugiados que llenaban las calles.

Naturalmente, al tocarlos con la mano

desaparecían todos.

La historia se lamía las comisuras de su boca ensangrentada.


En el canal de pago, un hombre y una mujer

intercambiaban besos voraces y se arrancaban

la ropa entre ellos mientras yo los miraba

sin volumen y con la habitación a oscuras

excepto por la pantalla donde el color

tenía demasiado rojo, demasiado rosa.

(texto tomado del blog "el placard")

viernes, 27 de septiembre de 2013

Pedro Lemebel, escritor


Bésame otra vez forastero

 

 

Ahí está garabateada en el muro de su noche, con sombrero de punto, tacos y cartera roja; sola y hambrienta teje su telaraña azul lado a lado de esta calle de notarías y oficinas, a cinco cuadras de mi barrio. Oscura y delicada saca un cigarrillo; la vieja no fuma, por eso no lo prende, espera la figura del joven, que desde el fondo de la calle avanza al ritmo elástico de las zapatillas, lo piensa mientras se acerca, olfatea el aire roído de la noche buscando ese olor fresco, con los ojos semicerrados por el deleite y el alquitrán de sus pestañas, se pasa la lengua por el descolorido bigote y sueña y pasa borrosa por su entelado cerebro la historia imprecisa de sus quince años. Es la vieja, la madonna con enaguas de franela esperando a los corceles que vengan a comer de su mano; guachito venga les susurra, ya pues mijito les grita, oye cabro cómo tenís el pajarito. Así vocifera la nonagenaria, bien sujeta en las piernas enclenques; venga un ratito mijo, está muy vieja señora, aquí detrasito escóndase conmigo, está muy oscuro señora, siéntese aquí mijo lindo a verse la suerte con esta pobre vieja, aquí en esta escalera helada y sáquese la pichulita, no le tenga miedo a esta anciana leprosa, a este ángel azul, la dulce compañía de los liceanos vírgenes, que llegan solitarios a ofrecerme la fina piel de su sexo; aquí está la abuela milagrosa, que acaricia con su garra de seda el pálpito de la sangre en los prepucios, la vieja de guardia, niñera impúdica lamiendo los penes infantiles, la gallina que empolla quinceañeros, que los arrastra a su cueva de sábanas con mentholatum, hasta la fauce de su útero desdentado; bésame repite acezando, bésame por favor, mi muchacho, mi niño hermoso, que veo alejarse por las membranas rotas de mis cuencas, de mis ojos que te persiguen mientras cruzas la calle, que se rebalsan de agua ligosa y la enorme lágrima la despierta y por un momento mueve la boca sin sonido, baja el escalón, guachito no se vaya, mijito venga, taconea unos acrobáticos pasos y lo pierde en la carrera alérgica del muchacho al doblar la esquina. Entonces vuelve cansada a su peldaño y mira con ojos de agua turbia, tratando de buscar el sol en su tremenda noche. Es la misma señora que riega cardenales en el piso de enfrente, sólo diez metros de aire separan mi ventana de la suya. Durante el día, enmarcada en el alfeizar, teje y espera paciente que el sol se ponga de luto, va hilando los últimos destellos que enreda en su cabeza blanca para verse más hermosa. Escucho oculto en la sombra el "Para Elisa" de su caja de música, me llega distorsionado por los años el timbre de su voz lunática, puedo ver, con los ojos cerrados, el espejo y su cara blanca en la luna dorada de azogue; canta y ríe, se mancha la boca de crayón, se da vueltas lentamente, entonces tengo miedo, miedo de abrir los ojos, miedo de asomarme a la ventana,miedo que me mire, miedo que sus ojos de gallina enferma, rodando calle abajo, alcancen al niño que huye en bicicleta, que desaparece en la perspectiva ruinosa del barrio, porque tuvo asco y al mismo tiempo deseos de subir la escalera de enfrente, de ver de cerca el ojo sumergido que le guiñaba la vieja, quiere ir lejos sobre los pedales porque llegó a tocar la manilla de bronce y se introdujo en la pieza fresca de aspidistras y cortinas de hilo, subió hace un rato la escalera, sucumbiendo al deseo del ojo desvelado llamándolo desde el balconcito, ella le mostró la pierna, bajándose la media de lana entre los cardenales, hizo revolotear sus manos incoloras en el aire indicándole que cruzara; y ya es muy tarde para que el jugoso muchacho se arrepienta, porque descubrió en el baño su pelaje genital, entonces el balconcito es un desafío, y el ojo de la vieja, que cuelga en mitad de la noche, lo hace perder la cabeza; y va y viene, entrando y saliendo de la ventana -¿Qué le pasa que no se sienta?- Es la edad del pavo mujer, no te fijas que pegó el estirón de pronto-. Poca más y se nos casa, poco más un poquito más le pide la vieja y él acepta y se baja los pantalones y le dice toma vieja, cómetelo, mámatelo, así sin dientes, boquita de guagua, mamita, sigue no más, vieja de mierda, así suavecito, más rápido, cuidado que viene, viene un río espeso a inundarte la pieza, una corriente de cloro que me baja del cerebro, borrándome la imagen del espejo, donde la vieja ternera hunde su cabeza entre mis piernas y se aprovecha de ese momento para besarme, clava su lengua con rabia en mi boca y en el paladar me deja, por muchos años, el gusto rancio del pasado.
Al paso de los años, se fue juntando el tiempo que dejó la calle desierta; neblinosa, como una película sin argumento, y calendarios gastados por la obsesión del mancebo, el otoño y sus tacos pisando hojas, aguas nubosas y veredas calientes, retumbando en mis oídos su taconeo suelto en el baile de la amanecida. El barrio se hizo viejo y ella observó con sus redomas de suero la sucesión de todas las generaciones; de la abuela muerta al padre anciano, también muerto, al nieto adulto padre de otros niños, también crecidos al ritmo lúgubre de los años, el fatigoso descenso de los ataúdes por las escaleras, tan estrechas, que debían bajar con sogas desde las ventanas, los llantos a medianoche, el gangoso ronquido de los viejos, en fin todos los ocasos fueron presididos desde su ventana; desde aquel tiempo hasta aquí, hablando con temor ahora, porque estoy hablando de mí, rodeado de cruces, en este sillón frente a la ventana, abandonado de todo lo que fui, solamente me da ánimo saber que pronto escucharé su caminar por la calle, porque así regresa todavía; la veo claramente azul rengueando la madrugada, con un resabio a semen en la boca, borrosmente azul cruza el pórtico del edificio y se hunde en el hueco de la escalera, adivino su olor a trapos sucios, la veo abrir cansada la puerta y sentarse en la banqueta tapizada de felpa, la diviso demente meciéndose en la medialuna del espejo, sacándose el sombrero de punto, batiendo el cabello cano y transparente, como una medusa loca, estacionaria en su vicio. Aún ahora, que hace mucho el balcón permanece cerrado, a los geranios lacres se los fue comiendo el polvo, una tarde fue la última vez que se escuchó su taconeo imparejo camino a la esquina, su pollera de herbario se cerró para siempre en un secreto, mucho hace que su sombra de lagarto no se enrosca en el pilar de la esquina; hace mucho del último recuerdo...
..... Solamente yo tuve conciencia de la resurrección de su cara en mi espejo, el dorado espejo de azogue que rescaté de los despojos cuando la vieja fue sacada sólida y putrefacta, tres meses después de su muerte.

(texto tomado del sitio "proyecto patrimonio")

jueves, 26 de septiembre de 2013

W. H. Auden (1907/1973 )

Blues del refugiado

Digamos que esta ciudad tiene un millón de almas,
algunas viven en mansiones, otras en agujeros:
pero no hay lugar para nosotros, mi amor, no hay lugar para nosotros.

Una vez tuvimos un país y creímos que era justo,
mira en el atlas y lo encontrarás:
no podemos ir ahí ahora, mi amor, no podemos ir ahí.

En el patio de la parroquia del pueblo hay un tejo añoso,
que vuelve a florecer cada primavera:
los pasaportes viejos no pueden hacer eso, mi amor, no pueden hacer eso.

El cónsul golpeó la mesa y dijo,
‘Si no tienen pasaporte, oficialmente están muertos’:
Pero aún estamos vivos, mi amor, aún estamos vivos.

Fui a un comité; me ofrecieron una silla;
me dijeron gentilmente que volviera al año siguiente:
¿Pero a dónde iremos hoy, mi amor, a dónde iremos hoy?

Fui a un acto público; el orador se paró y dijo:
‘Si los dejamos entrar, nos robarán el pan de cada día’;
Estaba hablando de nosotros, mi amor, hablaba de nosotros.

Creí escuchar un trueno retumbar en el cielo;
era Hitler sobre Europa, diciendo: ‘Ellos deben morir’,
él pensaba en nosotros, mi amor, pensaba en nosotros.

Vi un caniche abrigado con una mantita,
Vi una puerta abierta y entró un gato:
Pero no eran judíos alemanes, mi amor, no eran judíos alemanes.

Fui hasta el puerto y me detuve en el muelle,
vi los peces nadando como si fueran libres:
a solo diez pies, mi amor, a solo a diez pies.

Caminé por un bosque, vi los pájaros en los árboles;
no tenían políticos y cantaban libremente:
no eran hombres, mi amor, no eran hombres.

Soñé que había un edificio de mil pisos,
mil ventanas y mil puertas:
ninguna era nuestra, mi amor, ninguna era nuestra.

Me detuve en una planicie bajo la nevada;
diez mil soldados marchaban de un lado a otro:
buscándonos, mi amor, a ti y a mí.


(texto tomado del sitio "otra iglesia es imposible", versión de Silvia Camerotto.)

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Pizarnik, suicida

A pocos días de que se cumplan 41 años de la muerte de Alejandra Pizarnik, se podrá ver y descargar libremente desde Internet el filme sobre su vida y su obra. "Alejandra", dirigido y producido por Virna Molina y Ernesto Ardito, es la versión cinematográfica de la serie realizada por los mismos autores para canal Encuentro en 2011. Estará disponible en SD, HD, en español o con subtítulos en inglés.
 
El filme narra la vida de la poeta argentina Alejandra Pizarnik, desde los principales conflictos que fueron dejando una profunda marca en su obra y bajo el contexto de ruptura vanguardista de los años 60’ y 70’.
Alejandra, es la adaptación cinematográfica de la serie Memoria Iluminada Alejandra Pizarnik, realizada por Virna Molina y Ernesto Ardito para canal Encuentro. La puesta sumerge al espectador en el universo interno de la poetisa, para comprenderla desde su núcleo creativo y humano.
 Así, sus diarios personales, sus cartas, sus poemas, el relato de sus amigos y familiares; son la herramienta que arrojan pistas sobre el misterioso camino que la llevó a su autodestrucción.
Hoy, luego de su muerte y tras ser censurada por la dictadura, fue redescubierta por las nuevas generaciones, quienes la convirtieron en un mito, siendo la poeta argentina más leída.
El documental incluye testimonios de Myriam Pizarnik, Cristina Piña, Ivonne Bordelois, Roberto Yahni, Antonio Requeni, Fernando Noy y Mariana Enriquez.

 
(texto tomado de "revista ñ", Clarín, Buenos Aires.)

martes, 24 de septiembre de 2013

RB entre brumas

                       

Cuando murió en 2003, a los 50 años, sus allegados sabíamos que sus libros iban a perdurar, pero ignorábamos que recibiría algo que nunca cortejó: la aceptación masiva. ¿Cómo suponer que la sacerdotisa del 'rating' televisivo, Oprah Winfrey, recomendaría sus libros, que Patti Smith pondría música a sus textos y que el actor Bruno Ganz lo recitaría en alemán? En Nueva York, conocí a dos jóvenes escritores que pagaron 50 dólares por las pruebas de imprenta de '2666' para leer esa obra antes que nadie, y en México conocí a una aspirante a poeta que estaba feliz porque había acariciado a un perro en la ciudad de Blanes que, según le dijeron, conoció de cachorro al autor de 'Los detectives salvajes'.
Los amigos nunca dudamos del carisma de Roberto, pero lo tratamos con la naturalidad y los excesos de confianza que imponen el afecto y el buen humor. No lo vimos como figura histórica. Contábamos chismes y hablábamos de intimidades. Ahora nos sentimos un poco avergonzados de carecer de información sobre lo que él pensaba sobre los grandes temas de la humanidad.
Cuentan que el padre de Leonard Bernstein era muy severo con su hijo. Cuando le preguntaron si en verdad había sido tan estricto con el pequeño Lenny, contestó: "Sí, ¡pero es que no sabía que se trataba de Leonard Bernstein!". Algo similar sucedió con el amigo que cantaba canciones de rock, contaba historias de asesinos seriales y criticaba con aguda ironía los defectos de nuestros conocidos. Lo queríamos y lo admirábamos, pero no sabíamos que sería un mito. Es como haber sido amigo de Bob Dylan antes de su debut en el festival de Newport y de despertar el fervor de las multitudes.
Roberto vivía de espaldas a la celebridad y detestaba la noción de "éxito". Admiraba los relatos de quienes resisten en las calles traseras, las autopistas rumbo a la nada, las casas vacías, las trincheras bajo la lluvia.
Nos conocimos en 1976, en una entrega de premios para jóvenes escritores en los jardines de la Universidad de México. Él había obtenido tercer lugar en poesía y yo, segundo lugar en cuento. Uno de los jurados de cuento era el escritor chileno Poli Délano. Hablaba con él cuando Roberto se acercó a intercambiar noticias sobre Chile y la resistencia a Pinochet. Tenía el pelo alborotado por un viento imaginario, lentes redondos y un cigarro en la boca: "Me dieron un tercer lugar, aunque creo que más bien merezco una amonestación", comentó con sarcasmo.

 

Trabamos instantánea amistad, pero al poco tiempo se fue a Europa. Durante años no tuve noticias directas de su aventura. De algún modo supe que había ido a París, que había pasado de la poesía a la prosa, que se había instalado en la costa catalana. Yo era amigo del poeta Mario Santiago Papasquiaro, que aparece con el nombre de Ulises Lima en 'Los detectives salvajes'. Cuando Mario murió atropellado en enero de 1998, escribí un obituario que llegó a manos de Roberto. Al poco tiempo recibí una llamada de larga distancia. Roberto quería saber cómo habían sido los últimos años del poeta que protagonizaba su novela, entonces todavía inédita.
En 1998 yo ignoraba que en Europa había tarjetas telefónicas de descuento. En mi condición de mexicano ajeno a los beneficios de la globalización, pensé que Roberto gastaba una fortuna con esa llamada. A él le divirtió mi confusión y prefirió no aclararla: "No te preocupes -dijo-, tengo mucho dinero". Acababa de publicar 'Estrella distante', novela que había despertado el interés de la crítica, pero sus regalías eran más bien simbólicas. Sin embargo, quería que yo imaginara un derroche, un exceso parecido al de Joyce, que daba propinas descomunales por considerarlas un equivalente monetario de su torrente narrativo.
A partir de esa llamada recuperamos la amistad. Lo visité varias veces en Blanes y lo frecuenté muy seguido a partir de 2001, cuando me instalé con mi familia en Barcelona. Él recordó este reencuentro en un texto de su libro 'Entre paréntesis'. Ahí celebra nuestro destino con una fórmula que no puedo olvidar: "Lo importante es que tenemos memoria. Lo importante es que podemos reírnos sin manchar a nadie con nuestra sangre. Lo importante es que seguimos en pie y no nos hemos vuelto ni cobardes ni caníbales".

Muchas veces lo vi luchar contra la aceptación, preocupado por la pérdida de radicalidad y los malentendidos a los que lleva el éxito. 'Los detectives salvajes' ganó el Premio Herralde de Novela y luego el Rómulo Gallegos, en Venezuela; sus libros se comenzaban a traducir y la crítica lo celebraba. Hasta entonces se había preciado de ser un 'outsider' que no necesitaba otro reconocimiento que su propia opinión. Nunca he conocido a nadie más seguro de su talento. "Durante años estuve solo, pero no me sentí solo", decía en referencia a su aislamiento de la comunidad literaria.
Sobran razones para celebrar la narrativa de Bolaño, donde cada escena ha sido escrita con la intensidad de la vida realmente vivida, como una experiencia que ha marcado la piel del escritor. Esto es aún más notable si se toma en cuenta la variedad de escenarios que comprende su dilatada obra. Bolaño creó la misma sensación de cercanía para hablar de un boxeador negro en Chicago, un solitario cuentista argentino, una actriz porno, un soldado en el frente ruso de la II Guerra Mundial o un sacerdote chileno cómplice de la dictadura. Otro sello de la casa fue la complejidad moral de sus historias. En sus páginas, las nociones del bien y el mal nunca son obvias y en ocasiones parecen intercambiables. No solo denuncia el oprobio, lo convierte en un problema íntimo, que puede pertenecer a cualquier persona.
Su excepcional novela 'Estrella distante' es protagonizada por un sofisticado artista de vanguardia que también es un represor sádico. En forma estremecedora, Bolaño muestra que la estética puede convivir con el ultraje. George Steiner se ha preguntado una y otra vez cómo fue posible que los comandantes de los campos de concentración nazis recitaran a Rilke y luego fueran a las cámaras de gas. Esta amarga paradoja es explorada con adolorida lucidez en la obra de Bolaño.
Resulta casi imposible determinar por qué un muy buen escritor conecta de pronto con el gran público. En el caso de Bolaño, parece haber al menos tres claves para entender su condición actual de mito. La primera de ellas es su propia vida, al margen de lo establecido. Fue testigo del golpe de Estado en Chile, padeció la represión, el exilio, la pobreza y la enfermedad. En todos estos tránsitos actuó con entereza y, algo más difícil, con excepcional gozo por la vida. Su literatura transmite con excepcional fuerza la alegría en medio de la adversidad, la vitalidad del hombre acorralado.

La segunda razón es más profunda: su estética fue la cabal caja de resonancia de esa forma de vida. 'Los detectives salvajes' es una curiosa 'bildungsroman' o novela de educación sentimental. Como 'En el camino', de Jack Kerouac, narra la historia de dos compinches que peregrinan en un auto buscando el sentido de la existencia. Para Bolaño, el poeta es un detective que investiga la vida de manera salvaje, heterodoxa. De manera peculiar, la inmensa mayoría de sus personajes se interesan por la poesía, pero muy pocos la escriben. El principal gesto de Bolaño consiste en demostrar que la vida puede ser un acto poético. Sus detectives salvajes no necesitan concebir versos: les basta vivir con imaginativa libertad para que eso sea poético. Para percibir algo distinto, hay que hacer algo distinto. ¿Hacia dónde lleva el camino? Una frase de Henry Miller brinda la respuesta: "Hacia delante, a ningún lugar". 'Los detectives salvajes' se ha convertido en un manual de comportamiento de los jóvenes lectores, algo que en la literatura latinoamericana no ocurría desde 'Rayuela', de Julio Cortázar, publicada en 1963.
La tercera razón del éxito popular es que su novela más conocida es una obra colectiva, narrada por voces que entran y salen del libro como la multitud que entra y sale de un estadio. No es la historia de un artista aislado. Es la saga de una tribu. Leer el libro significa pertenecer a una cofradía, la de quienes desean entender el mundo de otro modo para poderlo cambiar. 'Los detectives salvajes' tiene una condición de fogata en el desierto que reúne a los vagabundos de muchos lugares. No hay modo de leer sin sentir que tú también tienes una historia que contar.

Más allá de estas hipótesis, se alza el insondable misterio que siempre acompaña a un gran autor. Nunca acabaremos de resolver los acertijos que planteó el inolvidable Roberto Bolaño.
En el verano de su muerte, Marte se había acercado más que nunca a la Tierra. El aire ardía y en Barcelona los ancianos temían morir de un "golpe de calor".
El 28 de abril habíamos celebrado su cumpleaños número 50. Como siempre, hizo bromas sobre la enfermedad que lo asediaba y sus amigos pensamos, una vez más, que tenía una mala salud de hierro, un padecimiento difícil de soportar, pero que no le impediría seguir escribiendo de forma avasallante. Unos meses después los mismos amigos nos encontramos azorados en el Tanatorio de Les Corts para despedir al detective salvaje.
Roberto no quería despertar compasión. Le gustaba compararse con un marine entrenado para sobrevivir en cualquier parte. No reconocía maestros ni aceptaba discípulos. Era un lobo solitario. En las tertulias, rara vez le daba la razón a otra persona y, si en el siguiente encuentro alguien sostenía lo mismo que él había sostenido, cambiaba de opinión. En una entrevista memorable, Mónica Maristany le preguntó: "¿Por qué usted siempre lleva la contraria?". En forma emblemática, el imperturbable Roberto contestó: "Yo nunca llevo la contraria".
Tampoco admitía el menor comentario contra México. Había idealizado el país donde se convirtió en escritor y que le brindó el escenario de sus novelas más extensas. La última palabra de '2666' es, precisamente, "México".
Recibió varias invitaciones para volver al Distrito Federal, pero no aceptó ninguna. "Tengo miedo de morir ahí", decía como si fuera un personaje de 'Bajo el volcán' o 'La serpiente emplumada'. En mi opinión, su renuencia a regresar se debía que no deseaba desmitificar el territorio que había recreado en la distancia, sirviéndose de su imaginativa memoria. Muchos de los episodios de 'Los detectives salvajes' eran conocidos por nosotros antes de que los narrara, pues le habían sucedido a amigos comunes, pero pensábamos que lo mejor de ese pasado era que ya había ocurrido. Roberto supo entender la fuerza oculta en esas tramas y les otorgó dimensión épica. En caso de haber vuelto a México, seguramente se hubiera decepcionado de no encontrar ahí la alucinatoria fuerza de su novela, del mismo modo en que otros se han decepcionado de no encontrar en las calles de Alejandría la magia y la sensualidad que Lawrence Durrell le atribuye en su célebre 'Cuarteto'.

En la playa de Blanes, donde vivía, se alza la primera roca de la Costa Brava. Le gustaba señalar ese peñasco, como si se comparara con él. Una piedra solitaria e inexpugnable. Estaba más orgulloso de su ética de vida que de sus resultados literarios. Tuvo todo tipo de empleos sin quejarse en lo más mínimo de ninguno de ellos. Fue vigilante nocturno en un cámping y atendió una tienda de bufandas. Durante años, participó en concursos literarios de provincia. No le interesaba el prestigio de esos premios regionales, sino el dinero que podía aliviar sus gastos. Definía su actividad de concursante como una tarea de piel roja, de intrépido "cazador de cabelleras".
Aficionado a las estrategias de guerra, pensó compilar una 'Antología militar de la literatura latinoamericana', donde ordenaría las habilidades de los escritores en grupos de ataque: infantería, artillería, paracaidismo, etcétera. Había algo de jugueteo infantil en su ilusión de verse como un marine, un piel roja o un investigador de homicidios. Sin embargo, esos destinos le servían para fraguar su ética de la supervivencia.
Recuerdo la noche en la que dio una conferencia en Casa Amèrica de Catalunya. En la sesión de preguntas, alguien quiso saber cuál era el valor que más apreciaba en una persona. "La valentía", contestó Roberto sin vacilar. Aunque era un estudioso de las campañas militares, la valentía tenía que ver para él menos con los peligros de guerra que con la entereza moral, la fidelidad a sí mismo, la capacidad de resistir a las tentaciones y los abusos de la época.
Costaba trabajo imaginarlo como alguien frágil. Aunque sabíamos que estaba enfermo, su muerte solo podía sorprendernos. Poco antes de que esto sucediera, me habló por teléfono para comentar un libro que acababa de leer, 'Todo modo', del escritor siciliano Leonardo Sciacia. Un personaje lo había cautivado especialmente: el sacerdote Gaetano. Después de conocer el amplio repertorio de la experiencia humana, el padre comenta que solo le falta un último bautizo, el de la muerte. "¡Qué frase!", exclamó Roberto con admiración.
Meses después, al recibir la devastadora noticia de la muerte de Roberto, este diálogo adquirió fuerza retrospectiva. El aire seguía ardiendo por el verano, pero de pronto llovió como en un cuento de Borges, con "lentitud poderosa". El clima parecía una expansión del último bautizo de Roberto Bolaño.


En los diez años transcurridos desde su muerte muchas de sus palabras regresan a mí a la hora del insomnio, en la alta madrugada, cuando él estaba más despierto que nadie. Roberto tenía el horario laboral de un vampiro. Despertaba en la tarde y, para entrar en calor, llamaba a sus amigos. En Barcelona no es común que la gente use el teléfono solo por el deseo de hablar. Las llamadas suelen tener un fin utilitario. Por eso Roberto prefería hablar con amigos latinoamericanos, que no vemos el teléfono como un medio de comunicación sino como un sitio de reunión. De pronto hablaba de una actriz que le gustaba, contaba un sueño, describía un movimiento militar en la batalla de Borodino o se interesaba en saber cómo estaba mi pequeña hija. Luego colgaba para adentrarse en su noche de escritura.
Era un amigo atento, pero odiaba las relaciones públicas. Cada vez que se sentía en peligro de ser aceptado por el 'establishment', escribía un texto furibundo contra un escritor famoso. Era su forma, algo ingenua y muchas veces cruel, de preservar su independencia. El libro 'Entre paréntesis' reúne los textos donde sus amigos somos exaltados con la misma apasionada falta de méritos con que sus enemigos son fustigados. Esas salidas de tono eran un sistema de alarma contra la aceptación oficial. Bolaño quería ser leído sin perder su radicalidad. No aspiraba a ser famoso. Ni siquiera aspiraba a ser un "autor distinguido".
Pero el mundo suele encandilarse con lo que se le resiste y la posteridad lo transformó en leyenda. La fama es un equívoco: el asocial Kafka está en todas las boutiques de Praga, el rostro del Che Guevara vende millones de camisetas y Bolaño es el superestrella que vivió para no serlo.
Después del sorprendente éxito de 'Bajo el volcán', Malcolm Lowry escribió un poema que refleja lo que Roberto sentía respecto a la aceptación. José Emilio Pacheco lo vertió de forma admirable al castellano. Los dos primeros versos son: "Es un desastre el éxito / Más hondo que tu casa en llamas consumida". Y más adelante remata: "Oh, que no me hubiera traicionado el triunfo con besarme".


Bolaño rechazaba las fanfarrias mediáticas y los triunfos de la sociedad de mercado, pero no cultivaba el fracaso. A los amigos que amenazaban con convertirse en vagos de buhardilla, los instaba a trabajar; a los que parecían a punto de "triunfar", les hacía bromas que juzgaba terapéuticas y servían para ejercer una de sus habilidades más desarrolladas: dar lata.
En sus historias celebra a los "poetas de la vida", seres sensibles sin otra obra que el deseo de aventura, pero su disciplina era espartana. Carecía de calefacción y muchas veces tenía que escribir con guantes en la madrugada. ¡Cuántas fatigas asumía para escribir de los que no trabajan! No le pedía lo mismo a los demás, pero mantenía un ojo vigilante para supervisar nuestro trabajo. El cumplimiento del oficio representaba para él una moral.
Varias veces comentamos un hecho curioso: la única prueba confiable del talento es sentir que el texto ha sido escrito por otro. Esta autonomía de la voz revela que la obra vive por su cuenta. ¿Es posible enorgullecerse de un registro que ya es ajeno? En modo alguno.
¿Qué pensaría de su triunfal posteridad? Seguramente sonreiría como quien hace una última travesura, entendiendo la fama como otra de las ricas confusiones a las que lo sometió el destino.
En la mixtificación que lo ve como el Jim Morrison de la escritura, el mayor equívoco es pensar que sacrificó su vida por la novela. No quiso ser un mártir. Fue un sobreviviente.
Bolaño, autor reacio al reconocimiento, ocupa hoy un sitio 'fashion'. Ningún gran autor es ajeno a los excesos de la atención, los 'misreadings', las sobreinterpretaciones, las ficciones sobre su vida. 'Los detectives salvajes' está destinada a someterse a toda clase de adaptaciones, del teatro al cine, pasando por la radio, hasta llegar a la posible producción de 'Los detectives salvajes sobre hielo'.
De estar entre nosotros, Roberto Bolaño miraría intrigado su peculiar destino, se alzaría de hombros ante las cosas que decimos de él, encendería un cigarrillo, y seguiría imperturbable su camino.


(artículo de Juan Villoro en el décimo aniversario luctuoso, tomado íntegro del sitio "el periódico.es")

lunes, 23 de septiembre de 2013

Juan Luis Panero, poema

 

Extraño reino
 
Un sueño desolado y exacto
real e irreal como la vida
y una misteriosa escenografía,
inquietantes ilustraciones de novela gótica
o borrosas prisiones de Piranesi,
y entre ruinosos arcos, derrotados muros,
los rostros de algunos desaparecidos,
palabras imprecisas -sueño dentro del sueño-
y la mirada intensa de una mujer
salvada del tenaz estrago de los años.
La sensación de estar en un infierno helado
y, de pronto, al despertar la luz del sol,
inesperada y brillante luz de enero.
Con toda esa materia derrumbada
y el repetido rumor del reloj de la muerte
he construido este extraño reino:
espejos rotos donde el sol se refleja.


(texto tomado del sitio "babelia", El País)

domingo, 22 de septiembre de 2013

RASTROS

Escúchala, es la noche abierta
como rosa a punto de sangrarse

Es el pabellón del oído que guarda
y tritura cristales, espejos sedientos

Es un aliento vuelto espirales
mareadas, un movimiento perpetuo

Un mareo asido a su eje,
un oleaje sin cuenta

Más aún, es esfinge simulada
entre montañas de arena

Un sol que crece, un calor que derrite
el sueño, un dejo de miedo

Es también una página en blanco
un sueño asido a otro sueño

Un cardenal que indica un mapa
perdido en algún punto del eco.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Seamus Heaney: el dolor de una pérdida

Ha fallecido el poeta irlandés Seamus Heaney. La notica aparece como un triste e involuntario prólogo de la guerra que está por comenzar –o mejor dicho, por internacionalizarse e intensificarse- en Siria, toda vez que el enmudecimiento de la voz de un poeta, o al menos un poeta como Heaney, es, entre otras cosas, la pérdida de una voz contra la persistencia de la barbarie, de una voz abocada a ofrecer lo que el mismo Heaney llamó alguna vez, los “adecuados emblemas de la adversidad”.

El primer poema con que Heaney abre su primer libro, La muerte de un naturalista (1966) concluye con esta aseveración:

Entre mi pulgar e índice
la obesa pluma reposa
Con ella cavaré.

La analogía que recorre el poema entre la pluma y la pala –que, por lo demás, remite directamente a los oficios rurales de su padre y abuelo- señala la elección que, a partir de sus 23, 24 años, habría de dedicarse a la literatura, pero también es indicativa de que para él la poesía era una forma de excavación a profundidad tanto de lo que, según escribió, “llevo enterrado dentro de mi” como de lo que el mundo, mediato e inmediato, propio y ajeno, le ofrecía. Cavar, excavar: ir al fondo, descubrir profundidades teniendo a las palabras como objeto, venerable y exigente a la vez, de labranza.

Heaney no dejó nunca de cavar. Fue asombrosa la fecunda fidelidad que mantuvo a la capacidad del lenguaje para descubrir y develar las capas geológicas de la conciencia. Cuarenta años después, en 2006, en su poema De poeta a herrero, Heaney renueva sus votos:

Seamus, hazme un brazo nuevo para tratar con la tierra
Una herramienta adecuada para cavar y escardar
Ligera y grata para apoyarse en ella, para cortar, para levantarla,
Acabada con gusto, bien proporcionada y dócil a la mano/
Y lo mejor de todo, que su sonido sea tan dulce como el de una campana.

Se trata, desde luego, de una fidelidad que, al madurar, impulsó a Heaney a emprender nuevas búsquedas. Como bien lo ha advertido Pura López Colomé -a quien, por cierto, debemos reconocer y agradecer su extraordinario y continuo trabajo de traducción de una buena parte de la obra de Heaney- a partir de su noveno libro, Isla de las Estaciones (1984), un Heaney, en posesión plena de los tesoros derivados de su magnífica obra de exploración de, en sus propias palabras, “esa otredad misteriosa enterrada en el inconsciente humano”, decide llevar su poesía hacía ámbitos más abiertos y aireados donde pueda explorar también la “profundidad del aire”. En el poema con el que cierra la tercera parte de Islas de las Estaciones, En el camino, la mirada de Heaney puede advierte ahora:

“… la vereda toscana, poblada
de serafines, los verdes
paseos arbolados de la Dordoña
o el sendero del maizal…”

La voz que provenía de la excavación, del cavar se complementa, se enriquece así con la voz de la madurez que, lejos de renunciar a tomar riesgos, intensifica y diversifica la senda de búsqueda de nuevas claridades, de apertura de fronteras apenas entrevistas. En esta tarea, la poesía de Heaney logra lo que muy pocas: al tiempo que nos enseña a escuchar y ver los pequeños y grandes misterios de que esta hecho nuestro mundo cotidiano, un mundo hecho del peso de la necesidad y la contingencia, de faenas laborales y reposos metafísicos, de afectos y temores entrañables, de enamoramientos perdurables y efímeros, nos permite también vislumbrar tanto la grandeza y dignidad del hombre como magnificencia de la poesía que la nombra y exhala, sobre todo en aquellos momentos más oscuros, en los que todo se obstina en plegarse a la “realidad incompasiva del mundo”.

Heaney nació en County Derry, en Irlanda del Norte en 1939 en el seno de una familia católica. Ello supuso para Heaney, de manera ineludible y desde un inicio, la necesidad de encontrar una zona de encuentro y, en ocasiones de conciliación, entre su formación católica y la preponderancia política del protestantismo, entre el mundo rural de su infancia y sus antepasados y la experiencia urbana que fue marcando su sensibilidad, entre la lengua de los suyos -el irlandés y el gaélico- y la lengua imperial en la que escribe, entre sus lealtades republicanas y exigencias nacionalistas y su sentido de prudencia o, en breve, como escribe en Centinela de Micenas, para poder “oscilar entre el destino y el espanto.”

En este medio ambiente tan pleno de contradicciones y, por tanto, tan demandante de definiciones personales y colectivas, Heaney nunca evadió sus responsabilidades cívicas y morales. Pero también supo muy pronto que lo que su poesía debería hacer, más que avalar tomas de partido excluyentes y beligerantemente estériles, era “extraer toda la energía a las palabras” , y buscar de manera incesante puntos de luminosidad, zonas de claridad y comprensión desde donde fuese posible conquistar lo que llamó la certidumbre en la poesía, esto es el “poder de persuadir a esa parte vulnerable de nuestra conciencia de su bondad, a pesar de la evidencia de la maldad a todo su alrededor; el poder recordarnos que somos cazadores y recolectores de valores, que nuestras mismas soledades y congojas son dignas de certidumbre, en tanto que son, también, una prenda de nuestro verdadero ser humano.”

Muchos de sus poemas cívicos y no pocos de sus reflexiones y ensayos en torno a la situación social, política y cultural asociada a la lucha por la independencia de Irlanda muestran no sólo la permanente atención que mantuvo Heaney a este respecto, pero también muestran su convicción de que, más allá de las provocaciones y la muerte misma, permanecen abiertas las posibilidades de la comprensión, posibilidades que, como advirtió con cierta impaciencia, “no le piden a uno que quite los pies de la tierra, pero le refresca la visión al obligarlo a mantener la cabeza en alto, y lo llena de vida ante el cielo abierto a la posibilidad que vive dentro”.

Leer hoy a Heaney, su poesía pero también sus lúcidos ensayos y labor crítica, puede ser una de las mejores formas de resistencia ante la barbarie que permanece entre nosotros y que la posibilidad presente de guerra aviva de manera particularmente perniciosa. Cierto que, como toda poesía que vale la pena leer, la poesía de Heaney tiene sus propias exigencias, pero, como pocas, las recompensas que ofrece son inconmensurables.

Nota sobre las fuentes. El primer poema citado es Cavando del libro Muerte de un Naturalista de 1966. El poema De poeta a herrero, forma parte del libro Distrito y Circular (2006) y Centinela de Micenas del libro El Nivel (1996). Las otras citas provienen de algunos de sus ensayos incluidos en De la emoción de las palabras (Anagrama, 1996) y Al buen entendedor. Ensayos escogidos (FCE, 2006).
 
("Extravíos/ Seamus Heaney: la certidumbre de la poesía en tiempos oscuros", ensayo de Claudio Vargas, tomado del sitio "escritores y poetas en español".)

viernes, 20 de septiembre de 2013

Juan Luis Panero, poeta

La memoria y la muerte

Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte,
la memoria que borra y desfigura
y la sombra de la muerte que aguarda.
Sólo fantasmales recuerdos y la nada
se reparten tu herencia sin destino.
Después de sucios tratos y mentiras,...
de gestos a destiempo y de palabras
-irreales palabras ilusorias-,
sólo un testamento de ceniza
que el viento mueve, esparce y desordena.

(texto tomado del sitio "el cultural")

jueves, 19 de septiembre de 2013

Vicente Huidobro (1893/1948 )

Éramos los elegidos del sol

Éramos los elegidos del sol
Y no nos dimos cuenta
Fuimos los elegidos de la más alta estrella
Y no supimos responder a su regalo
Angustia de impotencia
El agua nos amaba
La tierra nos amaba
Las selvas eran nuestras
El éxtasis era nuestro espacio propio
Tu mirada era el universo frente a frente
Tu belleza era el sonido del amanecer
La primavera amada por los árboles
Ahora somos una tristeza contagiosa
Una muerte antes de tiempo
El alma que no sabe en qué sitio se encuentra
El invierno en los huesos sin un relámpago
Y todo esto porque tú no supiste lo que es la eternidad
Ni comprendiste el alma de mi alma en su barco de tinieblas
En su trono de águila herida de infinito


(texto tomado de Antología poética, Empresa editora Zig-Zag, Santiago de Chile, 2003, selección José Manuel  Zañartu.)

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Diana Bellessi

Cadáveres silenciosos

 Hacia 1977, en plena dictadura militar, los argentinos parecíamos habernos quedado mudos.O muertos. Desaparecieron los cuerpos de los torturados y desaparecieron las voces de los que sobrevivíamos y nos sentíamos amenazados día a día. La censura se hacía evidente en todo lugar público. En la casa de los amigos o en tu propia casa se bajaba la voz y con un hilo nos pasábamos las noticias que corrían de boca en boca. El otro en la calle, el ciudadano común que pasaba a tu lado, aparecía siempre como sospechoso, como enemigo mortal que iba a escucharte y denunciarte, o aún más, como servicio encubierto que te llevaría a los golpes de inmediato. Así se fue la voz de nuestras bocas, y por supuesto, se fueron los versos. Que volvieran, como el agua fresca, lo logró el ansia de sentir y de decir nuevamente. Por ese entonces vivía en una isla del delta del Paraná, donde algunos contaban haber visto pasar cadáveres por los ríos cuando subía la marea del Plata. Esa misma marea reabrió mis labios y mi mirada, y un día me vi escribiendo otra vez, el lapicito sobre el cuaderno vacío, de unas antiguas mujeres chinas que vivían junto al agua… Había que irse muy lejos para alcanzar el eco de una voz, muy lejos o muy cerca, con el primer plano de un árbol en rojo otoñal sobre las aguas amarronadas que hacían su interminable duelo en mí. No hubo juicios ni cárceles, hubo mataderos. Así nació Tributo del mudo, el mudo era yo, y era mi amigo Ramón, que hablaba con sus manos como los ángeles.

(texto tomado de "revista ñ")

martes, 17 de septiembre de 2013

Cecilia Meireles (1901/1964 )

O esto o aquello




O se tiene lluvia y no se tiene sol,

o se tiene sol y no se tiene lluvia!



O se calza el guante y no se pone el anillo,

o se pone el anillo y no se calza el guante!



Quien vuela por los aires no queda en el piso,

quien queda en el piso no vuela por los aires!



Es una gran pena que no se pueda

estar al mismo tiempo en los dos lugares!



O guardo el dinero y no compro el dulce,

o compro el dulce y gasto el dinero.



O esto o aquello: o esto o aquello…

y vivo eligiendo el día entero!



No sé si juego, no sé si estudio,

si salgo corriendo o me quedo tranquilo.



Pero no conseguí entender todavía

que es mejor: si es esto o aquello.


(texto tomado del blog "otra iglesia es imposible", sin crédito al traductor.)



lunes, 16 de septiembre de 2013

Pedro Lemebel, cronista

Chile patrio

La cueca es una danza que escenifica la conquista española del huaso amariconado en su trajecito flamenco. Un traje de dos piezas lleno de botones que hace juego con las botas de flecos y taco mariposa. Me refiero al huaso de latifundio que se pituca coqueto con su chaqueta a la cintura para mostrar el culito. Un quinchero que corretea a la china hasta el gallinero.

(trozo tomado de La esquina es mi corazòn, ed. Seix Barral, Mèxico, 2013.)

domingo, 15 de septiembre de 2013

HE VISTO...

He visto lagartijas cuando
trepan rocas o al confundirse
con la arena entre las dunas.

He visto otras que suben
paredes de adobe, de bambú
y de cemento, mimetizadas con el tacto.

He visto iguanas deslizarse
sobre la piel de un hombre dormido
y confundirse con mi respiración pausada.

He visto salamandras perfiladas
en la manzana de Adán de seres
ebrios, de cuerpos dormidos por la furia.

He contemplado incluso en el pelo crespo
de tus noches que iguanas, lagartijas
y salamandras reposan quietas a tu lado.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Juan Rodolfo Wilcock (1919/1978 )


La sabiduría no es...


La sabiduría no es un don de los años
sino una cualidad aristotélica
que se tiene o no se tiene desde el nacimiento,
un equilibrio entre lo factible y lo imposible,
un conocimiento previo al conocimiento.
No llueve del cielo, con nosotros florece;
no es indiferencia sino retenida pasión,
gozosa y melancólica aceptación
del humano efímero capricho.

Pocas cosas sabe el sabio, pero las recuerda:
que el hombre está al servicio de la mujer,
y ésta, al servicio de la maternidad,
y los unos y las otras mueren, perpetuados.
Además, existe la palabra
con la que los objetos devienen nominados
y los conceptos creados,
eso que nos hace distintos de las bestias,
un poco, no demasiado.

Pero no es ésta la sabiduría a salvar
si cada hombre en sí mismo la puede encontrar.


(texto tomado del blog "otra iglesia es imposible", versión de Jorge Aulicino.)

jueves, 12 de septiembre de 2013

Décadas de sobredosis

Gram Parsons se encontraba absolutamente deprimido y cautivo de las drogas al filo del verano de 1973. El músico que había 'inventado' el 'country-rock' en los Byrds y, más tarde, con la creación de The Flying Burritos, no tenía ninguna respuesta a su vida. Para colmo, por no apagar una collilla, había incendiado y carbonizado su casa en Topanga Canyon, arriba, en las colinas de Malibú. Sólo pudo rescatar una guitarra y su viejo Jaguar, el coche que que veneraba desde su estancia en Londres, en casa de su gran amigo, Keith Richards. El único refugio que le hacía feliz era el Parque Nacional de Joshua Tree, el de los famosos árboles que inmortalizó U2. El mismo parque en que acostumbraba pasar la noche con los cactus y divisar "platillos volantes" junto a Keith Richards. Gram Parsons decidió pasar unos días en el hotel que acostumbraba. Es decir, el Joshua Tree Inn, un modesto motel de carretera de camino al pueblo del parque, en el 29 de Palms Highway.
Gram Parsons llegó al motel el lunes 17 de septiembre de 1973. Hace 40 años. Le acompañaba Margaret Fisher, su novia del colegio, con la que había vuelto tras su divorcio con la actriz Gretchen Burrell (la que había vivido el 'infierno' de Altamont, cuando los Flying Burritos habían sido teloneros de los Rolling Stones). También los acompañaba su poco menos que 'guardaespaldas', Michael Martin, y su chica, Dale McElroy. Al día siguiente, martes, Martin tuvo que volver a Los Ángeles, a dos horas de coche, porque se habían olvidado de la marihuana. Mientras lo esperaban, tras el almuerzo, Gram sacó una botella de un litro de tequila. La novia de Martin acababa de tener hepatitis y no estaba por el rollo de alcohol y drogas de Gram. El guitarrista, el hombre que se decribía como el inventor de la "cósmica música americana", se metió bastante heroína por la nariz. La mezcló con morfina que se había 'agenciado' de una farmacia. Siete horas después, Martín llamó a la puerta de la habitación numero 8 del Joshua Tree Inn. Nadie contestó y echó la puerta abajo. Gram estaba tirado en el suelo, inconsciente. Lo llevaron rápidamente a una habitación más grande, la numero 1. Allí, Martin tenía remedios para las sobredosis. Con hielo y un supositorio de agua pudo milagrosamente recuperarlo.
Alrededor de las 22.00 horas, la novia de Martin, que vigilaba a Parsons, mientras estaban cenando los demás, se dio cuenta de que el músico no respiraba apenas. Como no tenía ni idea de cómo recuperar un paciente de sobredosis, empezó a hacerle la respiración artificial, tratándole de reanimar boca a boca. Inmenso error. Media hora después, determinaron que lo mejor era llamar a un ambulancia. No tardó mucho la ayuda, pero era demasiado tarde. A Gram Parsons le dieron por muerto a las 12.15 horas del miercoles, 19 de septiembre de 1973, en el Hospital Hi-Desert de Yucca.
 
A la prensa y a la policía les dijeron que Parsons había muerto por causas naturales. Pero el comisario tuvo que encargar una autopsia y ésta reveló que el músico había muerto a causa de la alta toxicidad de las drogas que había ingerido. Gram sólo tenía 26 años. Sólo le faltaron días para incluirse en el macabro 'club de los 27 años', como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Amy Winehouse.
Martin, su novia y Margaret, la chica de Gram, llamaron desde el hospital a Phil Kaufman, que ejercía de mánager del cantante, cuando en realidad no era más que un 'pipa' al que Parsons había conocido en los tiempos de 'Let it bleed', cuando trabajaba para los Rolling Stones. Después, intimaron en las grabaciones de 'Exile on Main Street', en la Costa Azul, donde Gram pasó semanas con su amigo Keith Richards, hasta que Mick Jagger lo metió en un coche y lo expulsó, porque intoxicaba a Keith.
Aquella noche, tras declarar a la policía, todos se quedaron en el motel. A Kaufman le dio tiempo de tirar en el desierto todas las drogas de Gram. Cuando volvió la policía, los interrogatorios demostraron que los testigos no tenían una única versión de la muerte de Gram Parsons. Así comenzaba la leyenda del músico que 'inventó' a los Eagles, por ejemplo. El músico culpable de que los Rolling Stones hicieran canciones como 'Wild horses' o 'Country Honk'.
El jefe de familia de Gram Parsons era su padrastro Bob Parsons, que había adoptado al chico cuando sólo tenía 10 años. ¿Por qué? La madre y la hermana de Parsons eran herederos del gran magnate de la fruta en Florida, John A. Snively. Las compañías de Snively llegaron a tener las tres cuartas partes de la produción de cítricos en Florida. El hijo del magnate, Cecil, padre de Gram, se había suicidado y el 'listo' del padrastro sólo quería hacerse con la fortuna de la familia. Vamos, como una obra de Tennesse Williams. Legalmente, Bob Parsons se hizo con la potestad para reclamar el cadáver del chico y reclamarlo en Nueva Orleáns, porque podía demostrar que había vivido un tiempo en Louisiana.
El 'pipa'-mánager Phil Kaufman se enteró que el féretro ya estaba en el aeropuerto de Los Ángeles, a punto de salir en un vuelo hacia Nueva Orleáns, preparado por el padrastro. Entonces, Kaufman decidió robar el cadáver para cumplir una promesa que le había hecho a Gram. Reclutó al 'guardaespaldas' Martin para viajar hacia el aeropuerto y recuperar el cuerpo del amigo, al que habían prometido y jurado que, si moría, lo quemarían en el desierto del Joshua Tree, en su lugar mágico. No quería ser enterrado en cualquier otro lado. La promesa data del funeral por un miembro de la banda de Parsons al que había matado un borracho: Gram le dijo a Kauffman quería que a su muerte se emborracharan y le quemaran en el desierto del Joshua Tree. Kaufman y Martin para recuperar el féretro pensaron que lo mejor era 'disfrazarse' de traje y corbata, como las personas serias. Pero después se dijeron "a la mierda". "Iremos como le hubiera gustado a Gram, con nuestros vaqueros, botas de cowboy y sombrero de cowboy". Se abastecieron de Jack Daniel's y cervezas y, en poco más de dos horas, ya estaban en el aeropuerto de Los Ángeles. Kaufman convenció al oficial del aeropuerto, con algunos papeles de Parsons, de que la familia había cambiado de idea y de que no quería que el féretro volara hacia Nueva Orleáns. Y todo ello, a pesar del estado de embriaguez de Kaufman.
 
Mientras, el 'pipa' firmaba con nombre falso los formularios, llegó un policía y con su coche tapó la salida del hangar. Kaufman pensó que todo se iba al traste, pero tuvo los arrestos para plantarse delante del agente, enseñarle los papeles que había firmado con nombre falso y pedirle que apartara su coche. Increíblemente, el policía pidió perdón, se apartó e incluso ayudó a Kauffman a meter el féretro en la parte de atrás de un coche fúnebre sin licencia y lleno de botellas de alcohol. Los dos ladrones de cadáveres, borrachos, partieron raudos hacia Joshua Tree.
Llegaron muy de noche al Monumento del Parque, pero siguieron conduciendo en el desierto, hasta que no pudieron seguir de lo bebidos que estaban. Dicen que pararon cerca del famoso Cap Rock, un lugar mágico y religioso para los apaches. Sacaron el féretro del coche, lo pusieron en el suelo y sacaron el cadáver de Gram. Kaufman dicen que lo regaron con más de 10 litros de gasolina que llevaban en bidones. Kaufman aseguró que Gram estaba desnudo, porque le habían hecho la autopsia y tenía dos extrañas 'cassettes' en su mano. Todo quedó carbonizado, hasta que vieron un coche a los lejos. Sin duda, el fuego y el humo habían alertado a los guardas del Parque. Salieron a escape y en tres horas estaban en Los Ángeles. En la actualidad, el supuesto lugar de la cremación de Gram Parson es un lugar intermitente de pregrinación. En algunas rocas hay graffitis de todo tipo. Pero un guarda de Cap me aseguró que el lugar exacto de donde quemaron a Parsons está a media milla de donde se suele creer. El peregrinaje a Cap Rock está equivocado. Kaufman y Martin penetraron en el desierto un cuarto de milla más, por lo menos. El robo del cadáver y la cremación de Gram Parsons se ha convertido en una de la historias más fantásticas del mundo del rock. Más o menos, la historia que he contado, está reflejada en un interesante filme de Johnny Knoxville del año 2003, titulada 'Grand theft Parsons'. Con la historia tal como el propio Kauffman la contó.
El robo del cadáver, acabó con una multa para Kaufman y Martin. Los ladrones de cadáveres tuvieron que pagar 300 dólares y 708 dólares por los daños que le habían hecho ataúd. Parte de los huesos de Parsons de los que pudo recuperar la policía viajaron finalmente a Nueva Orleáns, para el padrastro. Hay una tumba en el cementerio del 'Garden of Memories' de Louisiana. Otros restos de Gram se dicen que están justo delante de la puerta del motel Joshua Tree Inn. Margo Paolucci, su actual propietaria, que compró el motel en el año 2002, dice que en la famosa habitación numero 8, donde estuvo Gram, sólo queda un espejo de todo el mobiliario de hace 40 años. Nos dice que sólo alquila la habitación a los que le demuestran un amor especial por Parsons.

En realidad, el Joshua Tree Inn es la zona cero del turismo que Parsons atrae al Paque Nacional. Un tráfico incesante entre fanatismo y el ocultismo, porque se dice que aún se pueden oir las voces de Gram. El Tree Inn es un hotel muy modesto con tan sólo 10 habitaciones y cuatro bungalows. En la recepción se venden camisetas de Parsons. Hay también una pintura con su retrato. Es como un lugar mágico, liderado con la figura muy a los Jesús, con la cruz a la espalda de su traje crema vaquero. La figura mesiánica de un rey de la música vaquera con toques psicodélicos. Como su álbum póstumo, "un ángel serio".


(Reportaje de Julián Ruiz, "Quemadme en Joshua Tree", calcado del sitio "el mundo".)

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Yves Bonnefoy (1923 )

 Nombre verdadero

Llamaré desierto al castillo que fuiste
Noche a aquella voz, ausencia a tu rostro
Y cuando caigas en la tierra estéril
Llamaré nada al relámpago que te llevó.

Morir es un lugar que te gustaba. Voy
Pero eternamente por tus caminos sombríos.
Destruyo tu deseo, tu forma, tu memoria.
Soy tu enemigo que no tendrá piedad.

Te llamaré guerra y me tomaré
Contigo las libertades de la guerra y tendré
Entre mis manos tu rostro oscuro y atravesado,
En mi corazón esa región que ilumina la tormenta.



(texto tomado del sitio "otra iglesia es imposible",versión de Florence Baranger-Bedel.) 

martes, 10 de septiembre de 2013

Olga Orozco y los viajes interiores

De YO, CLAUDIA
Consultorio sentimental de “Valeria Guzmán”, seudónimo de Olga Orozco:

“Y más poesía 
Gracias por sus consejos anteriores. Pero ¿qué puedo hacer con mi novio? El dice que es poeta y se deja el pelo largo (...). Yo no soy artista, apenas toco la guitarra de oído. Pero últimamente él está cada vez más alejado. Chiquita (Capital) Piense si el alejamiento de su novio no se debe a) a la gruesa capa capilar, b) a que usted toca la guitarra de oído. Si es a lo primero su impresión es engañosa y todo se remedia con un corte de pelo. Si es a lo segundo –sométalo a una prueba para saberlo, pero no extreme la nota hasta conseguir una fuga– deje de tocar, a menos que su novio sea poeta de oído, lo cual indicaría que congenian. Si el alejamiento no se debe ni a a) ni a b) trate de descubrir la razón y vuelva a escribir. Mientras tanto sea dulce, atractiva, generosa, comprensiva, discreta, y sobre todo, no le pregunte a cada momento en qué está pensando. Los poetas hacen viajes interiores cuyas trayectorias no figuran en los mapas y en los que es imposible acompañarlos.”

Ediciones en Danza


(texto tomado del blog "El mundo incompleto".)

lunes, 9 de septiembre de 2013

Manuel Bandeira (1886/1968 )

El último poema

Así quisiera yo mi último poema
Que fuese tierno diciendo las cosas más simples y
   menos intencionadas
Que fuese ardiente como un sollozo sin lágrimas
Que tuviese la belleza de las flores casi sin perfume
La pureza de la llama en que se consumen los
   diamantes más límpidos
La pasión de los suicidas que se matan sin
   ninguna explicación.


(texto tomado del sitio "laberinto", versión de José Javier Villarreal.)

domingo, 8 de septiembre de 2013

Milo de Angelis (1951 )


Todo estaba ya en camino...

Todo estaba ya en camino. Desde entonces a aquí. Todo
el tiempo, luminoso, rozaba los labios. Todas
las respiraciones se unían en un collar. Las sombras
de Lambrate cerraron la puerta. Toda la habitación,
absorta, devino el primer latido. El negro
de tus cabellos contra el amarillo del último rayo.
Desde entonces a aquí. Era el primer día de verano.
El silencio nos llenaba la frente. Todo estaba
ya en camino, desde entonces, todo estaba aquí, único
y perdido, nuestro y remoto, ardiente. Todo pedía
ser esperado, regresar a su verdadero nombre.


(texto tomado del blog "otra iglesia es imposible", sin crédito al traductor)

sábado, 7 de septiembre de 2013

La abuela Sylvia Plath

Imaginémonos dentro de los pensamientos de Sylvia Plath muy, muy temprano por la mañana, el 11 de Febrero de 1963. Estamos en Londres, en la casa del 23 Fitzroy Road, cerca de Regent’s Park. Ha sido un invierno terrible, el peor en cien años, con un frío que hace literalmente explotar las cañerías. Ya sabemos que va pasar, pero vamos llegando poco a poco a la imaginación de Plath en sus últimos momentos.
Hace varios meses que Plath, de treinta años, separada hace unos cinco meses de su marido, el poeta Ted Hughes, se ha estado despertando a esta con el alba —en hora azul, como lo describe ella misma— para escribir. En esas horas, antes que se despiertan sus hijos (Frieda, una nena de 2 años, y Nicholas, un bebé con apenas nueve meses) Plath escribe, poseída. Ha encontrado su verdadera voz, la musa la dirige, apoyando una mano sobre su hombro. Plath escribe un poema por día, a veces más. Pero este día, el 11 de Febrero de 1963 –un lunes– Plath se ha despertado para dedicarse a su segundo arte: el suicidio.
En el poema Lady Lazarus —uno de los que escribió en esos días— dice, sobre el suicidio:

I have done it again.

One year in every ten
I manage it—
(Lo he hecho de nuevo / un año de cada diez / lo logro).


Y también dice, en el mismo poema:


Dying  
Is an art, like everything else.
I do it exceptionally well. 
                 
I do it so it feels like hell.
I do it so it feels real.
I guess you could say I’ve a call.


(Morirse / es un arte / como todas las otras cosas. / Lo hago excepcionalmente bien. / Lo hago para que se siente como el infierno. / Lo hago para que se siente real. / Supongo que podrías decir que tengo una vocación.)

En esta mañana helada londinense, cuando la ciudad aún estaba en silencio, Plath fue al cuarto de sus hijos, que dormían, y les dejó vasos de leche y pan con manteca, por si se despertaban con hambre. Pasó después a la cocina y con una toalla selló el espacio entre la puerta y el suelo. Abrió el horno y con otra toalla se hizo una almohada para apoyar su cabeza en el mismo horno. Prendió el gas al máximo y se recostó. Fue su segundo, o cuarto, intento de suicidio, dependiendo de cómo llevas la cuenta (¿Un choque de auto el año pasado, cuenta? ¿Un episodio con un cuchillo cuando tenía 10 años? Según ella, sí.) Lo único relevante ahora es que este intento fue exitoso.

¿Cómo podemos imaginar que pasaba en la imaginación de Plath en sus últimos momentos? Por allí, como los ahogados, vio su vida entera pasar por delante de sus ojos.

Plath vivió una vida encantada, pero con un gusano incrustado en el corazón. Nació en Boston, Massachusetts en 1932. Su padre, Otto, un inmigrante alemán, era un entomólogo, experto en abejas, que enseñaba biología y lenguaje alemán en la Boston University. La esposa de Otto, Aurelia, era de padres austríacos y tenía 21 años menos que su marido. Lo había conocido cuando era alumna en la universidad. Plath pasó su infancia, junto con su hermano menor, en un pueblo de clase media obrera, al lado del mar. La calle de su casa terminaba, literalmente, en el océano Atlántico.
Sylvia era una alumna brillante. Se adelantó un año en el colegio. Escribía poemas desde que era niña y su primer poema fue publicado en un diario de Boston, en un suplemento para niños, cuando tenía ocho años. Ese mismo año su padre murió. Testarudo y frugal, Otto, estaba seguro que tenía cáncer de pulmón y rehusó ir al médico. En realidad tenía diabetes y podría haber sido tratado y curado, pero cuando por fin fue diagnosticado ya era tarde.
Con su madre y hermano se mudaron a un arbolado suburbio de Boston, llamado Wellesley. Nunca tuvieron mucho dinero, pero tampoco nunca les falto nada (gracias a la madre, que terminó siendo profesora en Boston University, como Otto.)
Aparte de la sombra de la muerte de su padre, la vida de Sylvia fue puro sol. Le iba bien en el colegio y se ganaba todos los premios que había por ganar. Leía y escribía con la pasión y certeza de una elegida. Aun de adolescente logró publicar un puñado de cuentos en revistas nacionales. Era ambiciosa pero también le gustaba pasarlo bien. Le gustaban mucho salir con chicos, pero los tiempos eran complicados para las relaciones sexuales. Escribía voluminosamente en un diario todas sus impresiones, ambiciones y ocurrencias. No era una chica depresiva, pero si extremadamente autoexigente.
Cuando llegó el momento de ir a la universidad consiguió una beca completa en uno de los mejores colleges de mujeres en los Estados Unidos, Smith. Smith tenía un nivel académico comparable con Harvard, Princeton o cualquiera de las universidades del Ivy League. Allí, floreció. Estudio literatura. Sacaba puntajes casi perfectos en todas las materias salvo algunas obligatorias como gimnasia. Seguía publicando cuentos cortos en revistas nacionales y hasta ganó importantes cifras de dinero con eso. A la par de estudiar, trabajaba, como condición de la beca.
Smith, por más alto nivel académico que tuviera, no era un lugar feminista. El rol explicito de la universidad era preparar a las jóvenes mujeres para ser buenas esposas. Había una ceremonia a fin de año en la cual todas las graduadas hacían una carrera empujando un aro y cuyo premio simbólico para la ganadora era que sería la primera en casarse.
Gloria Steinem, que asistió a Smith en los años cincuenta, dijo: "el único mecanismo que te podría cambiar la vida era el casamiento, y después de eso asumías la existencia de tu marido. Así era la vida en ese momento".
En los diarios de Plath (se publicó una monumental selección de casi 800 páginas en 2000) no se le ve quejándose de las restricciones y las convenciones de la sociedad. Al contrario, quería casarse y tener hijos. Su problema era encontrar un hombre adecuado. Quería alguien con una inteligencia tan brillante y feroz como la suya. Y quería, también un hombre masculino, fuerte e imponente.
Tras su tercer año de college (se recibe, tradicionalmente en cuatro) fue aceptada en un programa súper exigente para pasar un mes como periodista en Nueva York en la revista Mademoiselle. Pero no pudo disfrutar de esa experiencia. En Julio de ese año, 1950, quería volver a Boston y hacer un taller de ficción en Harvard, pero su aplicación fue rechazada. Para una persona tan autoexigente como Plath fue un fracaso catastrófico.
Sola, en la casa de su madre en Wellesley, ese verano hizo un intento de suicidio macabro. Una mañana consiguió el frasco de píldoras para dormir que su madre guardaba bajo llave y bajó al sótano de la casa. Allí encontró un pequeño espacio entre el piso y la planta baja. Se instaló, como en una catacumba, cerrándose tras unas piedras pesadas, y se tomó todas las píldoras. Obviamente, nadie la encontró. En total pasaron tres días en los que su desaparición fue noticia de tapa en los diarios principales de Boston. Por fin, y por mera casualidad, su abuela, bajando al sótano para hacer la lavandería, la descubrió.
En los próximos meses Plath fue sometida a unos tratamientos de electroshock que, más que mejorarla, le aumentaron exponencialmente su angustia. Terminó en un psiquiátrico de la universidad de Harvard llamado McClean. (Allí se trataron a eminentes escritores como el poeta Robert Lowell y el novelista David Foster Wallace.) Fue un año muy difícil pero el orgullo y ambición de Plath, junto al apoyo total de sus mentores en Smith, lograron que lo sobrellevara. Terminó la universidad, un año tarde, con los más altos honores. Su tesis era sobre el uso del doble en la obra de Dostoievski. Además ganó una prestigiosa beca para estudiar literatura en Cambridge, en Inglaterra.
Acá comienza la larga fase terminal de su vida, en la cual encontró su voz como poeta pero también sembró su fin. Por fin conoce el hombre de su vida, uno que reúne todas las características que ella consideraba mínimas para su cónyuge. En una fiesta le presentan a Ted Hughes, un hombre alto, muy masculino, misterioso y, aún a los 25 años, un poeta excepcional. Plath dijo que él era, "un cantante, un cuentista un león y un trotamundos" (a singer, story-teller, lion and world-wanderer).
En esa fiesta Plath, eufórica, le canta versos de Hughes mismo a Hughes. Hughes la aparta a una habitación para hablar más en privado. El la quiere besar, ella lo abraza y lo muerde la mejilla hasta sangrar. Después Hughes diría que "el sistema solar nos casó esa noche". Se casaron, de hecho, solo tres meses después.
Es casi imposible que convivan dos poetas en paz en un matrimonio, especialmente cuando ambos tienen ambiciones desmesuradas. Y más aun cuando el arte de ambos consiste en mirar abismos, de entrar en oscuridades violentas para volver a la luz y contar de ese tránsito. Hughes, casi de inmediato, se convirtió en un poeta exitoso, alabado en Inglaterra y los Estados Unidos, como uno de los mejores de su generación. Sus poemas son sobre la tensión y la violencia escondida en la naturaleza y el mundo de los animales. Plath seguía escribiendo, pero sin tanto éxito –comparado con el de su marido. Sus temas: la muerte, el cuerpo, el microcosmos de la angustia cotidiana y autobiográfica dentro del macrocosmos de un universo indescifrable, frío y hostil.
Intentaron vivir en Smith, donde su Alma mater le ofreció a Plath trabajo como profesora. Intentaron vivir en Boston, como freelance. Se mudaron a Londres e intentaron allí. Plath le escribía a su madre que era feliz, que había logrado todo lo que se había propuesto en la vida. Tuvo una hija. Se embarazó nuevamente y tuvo un aborto espontáneo. Después tuvo un hijo. Hughes iba de triunfo en triunfo. Plath escribía, prosa, poemas, una novela autobiográfica que publicó en Inglaterra con pseudónimo, una primera colección de poemas. Para los estándares de cualquiera hubiera sido una vida exitosa.
Hughes tenía fama de mujeriego, y al fin se fue con otra mujer llamada Assia Wevill. Plath, devastada, enrabiada, sola con sus dos hijos, fue para delante con su vida. Antes de la separación habían alquilado un departamento en el edificio donde había vivido en gran poeta Irlandés, William Butler Yeats. Allí pasó Plath sus últimos meses escribiendo versos que la pondrían entre los mejores poetas estadounidenses del siglo XX.
Volvemos a la mañana del 11 de Febrero de 1963. Es imposible saber lo que pasaba dentro de la imaginación de Plath mientras moría. Pero nos podríamos imaginar este monólogo, construido de frases de los poemas de su colección Ariel, que Hughes publicó en 1965, y que fue dedicado a Frieda y Nicolas, los infantes que la niñera vio llorando en una ventana y hizo a unos obreros forzar la puerta del departamento de Plath, ya demasiado tarde.
Estoy aterrorizada de esta cosa oscura, que duerme dentro de mí. Todo el día siento sus vueltas emplumadas, su maldad… Como me gustaría creer en la ternura… Después de todo, estoy viva solamente por un accidente…  Un milagro caminante, mi piel, brillosa como la pantalla de una lámpara nazi… Carne, hueso, allí no hay nada… Herr Dios, Herr Lucifer, cuidado, cuidado… Nadie me miraba antes, ahora me miran… He sufrido la atrocidad de los atardeceres… No me muevo, la escarcha hace una flor, el rocío hace una estrella, la campana muerta, la campana muerta. Alguien está terminada… ¿Puro? ¿Qué significa? Las lenguas del infierno son lerdas… ¿Mi calor no te asombra? ¿Y mi luz? La mujer es perfeccionada, su cuerpo muerto lleva la sonrisa de su logro… Cada niño muerto enrollado, una serpiente blanca, cada uno a su pequeña botella de leche… De las cenizas me levanto, y me devoro los hombres como el aire.

Hughes fue el heredero de las obras de Sylvia Plath pero también de su dolor. Assia Wevill, la mujer por cual abandonó a Plath tuvo una hija. Cuando esa niña tenía cuatro años, Assia Wevill se metió en su cocina y, junto con la criatura, se suicidó abriendo el gas del horno. Nicolás, el hijo de Ted y Sylvia, se suicidó ahorcándose en Alaska, donde era biólogo marino, en 2009.

Hughes murió en 1998 después de publicar una colección de poemas llamado Birthday Letters, todos dedicados a Plath. En uno, titulado "Ouija", cuenta como él y Plath se comunicaban con un espíritu (Hughes era ocultista). En el poema Plath le pregunta al espíritu si serán famosos. La voz le contesta: "La fama vendrá. Especialmente para ti. La fama no se puede evitar. Y cuando viene pagarás por ella con tu felicidad, con tu marido, y con tu vida".
Para las feministas, Hughes es el asesino de facto de Plath. Amenazaban asesinarlo a él. No le perdonaron quemar los últimos diarios de su esposa "para que sus hijos no tuvieran que leerlos". La tumba que erigió para Plath en Heptonstall dice: En memoria a Sylvia Plath Hughes. 1932-1963. Hasta entre las llamas feroces se puede plantar el loto de oro. Sistemáticamente, ha sido vandalizado: borraron "Hughes" a golpes de piedras.
Hoy Plath tendría 81 años, la misma edad que Geoffrey Hill, el poeta más importante de Inglaterra y uno que, en su avanzada edad, ha encontrado una fuente secreta de productividad poética. Todo podría haber sido diferente. Podría haber superado su mal momento; podría haber encontrado una nueva vida; podría haber escrito tanto más. Hubiera ayudado tanto a sus devotos lectores si hubiera elegido seguir viviendo y escribiendo.
Pero estos son sentimientos que provocan todos los suicidios. Plath buscó su muerte en su obra. Hizo un macabro arte de la muerte, tanto en sus palabras como el los hechos. Al fin solo hay desamparo y vidas quebradas.


(¿Recuerdas que un amigo alguna vez te habló del poeta ocultista W.B. Yeats, quien había inodado a otros en ese camino: quién hubiese imaginado que la pareja de Sylvia Plath era, como ella, al parecer, ocultista? Ensayo de Andrés Hax en el sitio "revista ñ", Clarín.)

viernes, 6 de septiembre de 2013

Lemebel, premio iberoamericano

 

"Qué buena onda", fue la primera reacción del escritor chileno Pedro Lemebel, al enterarse que había sido galardonado con el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2013, instituido en 2001 por la Universidad de Talca en memoria del autor que le da nombre. Al ser contactado por teléfono por el jurado, reunido en Santiago de Chile, preguntó a continuación: "De cuánto es (el premio)?". Y al saber que el galardón está dotado este año con un diploma, una medalla y 50.000 dólares, espetó: "Me voy a poner tetas".

Nacido en Santiago en 1952, Lemebel, escritor, cronista, artista plástico y también activista gay y travesti, es autor de libros de crónicas como La esquina es mi corazón (1995), Loco afán (1996), De Perlas y cicatrices (1998) y Adiós Mariquita Linda (2004). Según destacó el jurado, el chileno "ha logrado proponer una representación heterogénea y compleja de la sociedad chilena, en la que inscribe las imágenes de género y clase social, con una importante proyección hacia el resto de la sociedad", informó. "Nuestra decisión ha sido a favor de la creatividad estética, de la poética a través de la crónica, con los varios registros de voces que él plantea", añadió durante la conferencia de prensa Francine Masiello, de la Universidad de Carolina en Berkeley.

Además de esa "original" obra escrita, el presidente del jurado, Javier Pinedo, subrayó que Lemebel se ha destacado por "sus acciones de arte, su manera de vestirse como mujer, sus provocaciones en actos literarios, su oposición al canon social". Porque Lemebel ha sufrido tanto la marginalidad de la pobreza, "que es una marginalidad extrema, más allá de un país que hoy tiene éxitos económicos", y también "una marginalidad sexual, que es una mezcla muy explosiva en sociedades tan primarias como ésta".

"Ser homosexual y pobre" ha llevado a Lemebel a proyectar una "obra muy crítica frente a lo que sucedió". "Y me parece que eso es también lo que este jurado está premiando", subrayó Pinedo, director del Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Talca. Paradójicamente, la homosexualidad marcó también la vida de José Donoso (1924-1996), quien según los expertos en su obra, su propia hija y lo que él mismo deslizó, sufrió una permanente angustia por esa condición, que nunca llegó a reconocer abiertamente.

Para Rafael Gumucio, de la Universidad Diego Portales de Chile, el trabajo de Lemebel refleja "la lucha de clases y la identidad sexual, dos fallas en las que él ha resultado un sismógrafo" dentro de una "sociedad en ebullición" como la chilena. Gumucio y Carolina Sancholuz, de la Universidad Nacional de la Plata (Argentina) señalaron además que el jurado tuvo en cuenta que Lemebel es chileno y que este país se apresta a conmemorar el 40 aniversario del golpe de Estado, el 11 de septiembre.

A juicio de Pinedo, estos 40 años "están ayudando al fin del miedo, que es muy difícil en sociedades que han sido profundamente disciplinadas".
"De alguna manera, alguno de los jurados podía pensar que los 40 años significaba reconocer lo que no ha sido reconocido en literatura. Pedro no tiene premios en Chile", resaltó.

Lemebel sí ha sido en varias ocasiones finalista del Premio Altazor con su novela Tengo miedo, Torero (2002), con la recopilación de crónicas, Zanjón de la Aguada (2004) y con sus ensayos Adiós, mariquita linda (2006) y Háblame de amores (2013).

La española María Ángeles Pérez, de la Universidad de Salamanca; y Juan Gelpí, de la Universidad de Puerto Rico, completaron el jurado de este premio, que se entregará durante la Feria Internacional del Libro de Santiago, entre fines de octubre y principios de noviembre. Los últimos ganadores de este premio fueron el español Javier Marías (2008), el mexicano Jorge Volpi (2009), la chilena Diamela Eltit (2010), el nicaragüense Sergio Ramírez (2011) y el mexicano Juan Villoro (2012).


(nota de la agencia Efe tomada del sitio "revista ñ", Clarín.)

jueves, 5 de septiembre de 2013

Seamus Heaney, poeta

Un artista

Me fascina imaginar su cólera.
Su obstinación ante la roca, su contención
de la sustancia de las manzanas verdes.

El modo en que supo ser perro ladrando
frente a su imagen ladrando.
Y su odio por la propia actitud
ante el único trabajo que merecía la pena,
la vulgaridad de esperar si acaso
gratitud o admiración, significado
al fin de un robo de sí mismo.

Y el modo en que su fortaleza se erguía,
segura de estar haciendo lo que sabía hacer.
Su frente como una boule arrojada,
surcando el incoloro espacio
tras la manzana y la montaña.


(texto tomado del muro de Catarina Sangrienta, trad. Pura López Colomé.)

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Jorge Leonidas Escudero (1920 )

Ante la inmensidad

Fue alguna de esas noches en que miraba cielo
en lejanías sobre campo oscuro y vi
cruzárseme un relámpago lejano. Fue tal
como ver chispear una idea
en el umbral de otro mundo.

Es como si en el fondo del desierto hubiera
querido hacerse luz una verdad pero
pasó fugaz y quedé a oscuras.

Parece que la inmensidad
quiere decirme un secreto y al ver
que todavía falta mucho en mí
queda muda.


(texto tomado del blog "otra iglesia es imposible")

martes, 3 de septiembre de 2013

Jack Kerouac: tareas

Tuve una infancia hermosa: mi padre era imprentero en Lowell; vagué día y noche por los campos y las orillas del río; escribí novelitas en mi cuarto, la primera a los once años; llevé también un diario e inventé un “periódico” que cubría mis mundos imaginarios de carreras de caballos, béisbol y fútbol. En el Colegio Parroquial de San José recibí tempranamente una excelente educación de los jesuitas, que me permitió después saltar sin escalas al sexto grado de la escuela pública; cuando era chico, viajé con mi familia a Montreal, Quebec; el alcalde de Lawrence (Massachusetts), Billy White, me dio a los once años un caballo en el que pasearon todos los demás niños del vecindario; el caballo se escapó. Acompañado por mi madre y mi tía, hice largas caminatas nocturnas bajo los árboles añejos de Nueva Inglaterra. Escuchaba con atención los chismes que ellas contaban. A los diecisiete años y bajo el influjo de Sebastian Sampas, un joven poeta local que murió luego en la playa de Anzio, decidí ser escritor. A los dieciocho años leí la vida de Jack London y resolví ser también un aventurero, un viajero solitario. Las primeras influencias literarias fueron Saroyan y Hemingway; más tarde, Wolfe (después de romperme una pierna jugando al fútbol con los estudiantes del primer año de Columbia leí a Tom Wolfe y recorrí su Nueva York en muletas). Influido por mi hermano mayor, Gerald Kerouac, que murió a los nueve años en 1926, cuando yo tenía cuatro, durante la infancia pretendí ser un gran pintor y dibujante (él lo era) (y también un santo, según dijeron las monjas) (esto aparece en la próxima novela, Visions of Gerard). Mi padre era moralmente recto, muy alegre; en sus últimos años, lo amargaron Roosevelt y la Segunda Guerra; murió de cáncer de bazo. Mi madre todavía vive. Y yo vivo con ella en una especie de vida monástica que me permitió escribir todo lo que escribí. Pero también escribí en el camino, como vagabundo, ferroviario, exiliado mexicano y peregrino por Europa (como se lee en Viajero solitario). Mi hermana Caroline, casada con Paul E. Blake Jr., de Henderson, N.C, técnico del gobierno en protección antimisilística, tiene un hijo, Paul Jr., mi sobrino, que me llama tío Jack y me quiere mucho. Mi madre se llama Gabrielle; sus largos relatos acerca de Montreal y New Hampshire me enseñaron naturalmente el arte de contar historias. La genealogía de mi familia se remonta a Bretaña, Francia, y a mi primer ancestro norteamericano, el barón Alexandre Louis Lebris de Kérouac de Cornwall, Bretaña; alrededor de 1750 le cedieron tierras a lo largo de la Rivière du Loup después de la victoria de Wolfe sobre Montcalm; sus descendientes se casaron con indias (mohawacks y caughnawagas) y cultivaron papas. El primer descendiente en los Estados Unidos fue mi abuelo Jean-Baptiste Kerouac, carpintero de Nashua, N. H. La madre de mi padre era una Bernier de la familia del explotador Bernier. Todos bretones por el lado de mi padre. Mi madre tiene un nombre normando, L`Evesque.
Mi primera novela en sentido estricto fue The town and the city, escrita, en la tradición del trabajo minucioso y la corrección, en tres años, entre 1946 y 1948, y publicada en 1950 en Harcour Brace. Luego descubrí la prosa “espontánea” y escribí Los subterráneos en tres noches y En el camino en tres semanas.
Leí y estudié solo durante toda mi vida. En Columbia batí el record de inasistencia a las clases para quedarme en mi cuarto. Escribía una pieza teatral diaria y leía a, digamos, Louis-Ferdinand Céline en lugar de los “clásicos” del curso.
Tenía mis propias ideas. Se me conoce como “loco, vago y ángel” de “prosa perpetua y desnuda”. Soy también poeta en verso: Mexico City blues. Siempre entendí que la literatura era mi deber en la Tierra. También la prédica de la bondad universal, que los críticos histéricos no supieron advertir bajo la frenética actividad de mis novelas sobre la generación “beat”. No soy realmente un “beat” sino un solitario, lunático y extraño místico católico...
Planes últimos: eremita en los bosques, serena escritura de madurez, dulce insinuación del Paraíso (que nos llega a todos...)

Este texto, “Por favor, haga un breve resumen de su vida”, fue escrito por Jack Kerouac como introducción a los artículos de Viajero solitario, que Caja Negra distribuye esta semana.
 
 
(texto íntegro, "Mi deber en la tierra", tomado del sitio "radar libros", Página/12, Bs. As.)

lunes, 2 de septiembre de 2013

César Vallejo (1892/1938 )

Hoy me gusta la vida mucho menos...

Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir, ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.

Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tánta vida y jamás!
¡Tántos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi sér parado y en chaleco.

Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo:
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre!

Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años,
y siempre, mucho siempre, siempre siempre!

 
(texto tomado del blog "otra iglesia es imposible")

domingo, 1 de septiembre de 2013

EL BAÑO

En la mañana, antes que anochezca,
me secaré el cuerpo con la toalla
que reposa donde la dejaste.

Sé, lo sé ciegamente, que ya
se desvanecieron tus huellas
en la cresta de la felpa.

Que tus pliegues tus vellos
tus labios y lenguas no están
ni estarán más en sus dobleces.

Que abrazarme a su textura
no me conducirá a nadie,
a nada; y lo deseo vivamente.

Aunque caigan cerca de mi vida
cientos de estrellas fugaces
no pediré un solo deseo

Que me remita a ti, que me lleve
a recuperarte pues es pronto
para tu regreso.