Apenas se aparece en público, de entrevistas ni hablar. Su biografía conocida es un puñado de pistas que no solucionan el misterio. Cuando en 2003 recibió el Premio Juan Rulfo dio uno de los más cortos discursos de la historia del galardón. Es un reflejo de su estilo seco, afiladísimo, definitivo. Ahí está todo, ha insistido el escritor brasileño Rubem Fonseca. Basta con los libros, dijo. Puede que no sea una excusa azarosa. Por toda la obra del creador del cínico Mandrake hay declaraciones como esta: “El objetivo honrado del escritor es llenar los corazones de miedo, decir lo que no se debe decir, decir lo que nadie quiere decir, decir lo que nadie quiere oír”.
Es una toma de partido. Una bandera. Bajo la fachada del novelista policial, Fonseca lleva casi 50 años hurgando en la basura de la sociedad moderna: asesinatos, corrupción, crímenes, prostitución y violencia que tiñen ciudades nerviosas, hechas para perderse. “Estoy escribiendo sobre personas apiladas en las ciudades, mientras los tecnócratas afilan su alambre de púas”, mandó a decir hace algunos años el autor de El gran arte, hoy un hombre de 87 años, calvo y flaco, que suele esconderse entre las multitudes de Río de Janeiro.
Admirado por Mario Vargas Llosa y Thomas Pynchon, y considerado una pieza fundamental de la literatura brasileña contemporánea, desde hace algunos años la obra de Fonseca ha sido rescatada en Chile por Tajamar Editores. Ahora, por primera vez en español, lanzan uno de sus títulos más particulares, Novela negra y otras historias: una colección de relatos donde las intrigas policiales pasan a segundo plano y adelante aparecen las obsesiones literarias de Fonseca. Quizás más: aparece Fonseca.
No se requiere mucha inteligencia para entender que en el cuento Novela negra Fonseca juega con las leyendas que lo rodean: es la historia de un famoso escritor policial que no da entrevistas, no le gustan las fotografías y evita todo contacto público. “Un sujeto misterioso, que muy poca gente conocía personalmente”, se lee. Justo antes de asistir a un encuentro donde compartirá con James Ellroy y P.D. James, le tienden una trampa.
Vida y literatura
Nacido en 1925, Fonseca estudió leyes y durante los 50 se unió a la policía. Recorrió el lado oscuro de Río de Janeiro con una pistola al cinto. No le fue mal como uniformado, pero intentó otra vida estudiando administrador de empresas en EE.UU. Tampoco. En 1963 publicó Los prisioneros y echó a andar una carrera como escritor, en la que “la violencia es un espejo donde cobran su debida dimensión los hechos”, según Carlos Monsiváis.
Censurado por la dictadura brasileña, por el violento libro de cuentos Feliz año nuevo (1975), Fonseca también ha sido periodista, profesor y guionista. Alcanzó su mayor popularidad cuando, entre 2005 y 2007, HBO exhibió la serie Mandrake, inspirado en su personaje, un abogado de moral dudosa que opera como investigador de crímenes al margen de la policía. Su viaje por el mundo de la prostitución carioca en El gran arte (1983) cazando a un asesino en serie es un vistazo a las deformaciones morales de Brasil.
“El escritor debe ser, esencialmente, un subversivo. Tiene que estar contra la moral y las buenas costumbres”, dijo Fonseca, en voz de uno de sus álter ego, el escritor Gustavo Flavio, en Bufo & Spallanzani (1986). En Novela negra y otras historias, originalmente publicado en 1992, anota: “Escribir es una especie de llaga que nos infligimos a nosotros mismos”.
Hecho de misterios sin muertos y crímenes que nadie persigue, Novela negra es un volumen donde Fonseca explora como pocas veces el oficio del narrador: en El arte de andar por las calles de Río de Janeiro sigue las caminatas de un hombre que trabaja en un libro sobre la ciudad. Tiene una afición particular: contrata prostitutas sólo para enseñarles a leer. El erotismo en este libro no sigue vías obvias: dientes y huesos desatan los deseos.
Un escritor cambia de golpe cuando comienza a comer carne, un asesino cuida a un viejo agónico para esconderse, una mujer espía a un vecino por meses hasta que se convierte en su amante. En Llamaradas en las tinieblas, Fonseca asume un tono borgiano y nos muestra nueve entradas del “diario secreto” de Joseph Conrad. Nueve entradas con la historia de una envidia incombustible: el autor de El corazón de las tinieblas relata el impacto que le produjo conocer la obra de Stephen Crane y el terror a que lo opacara. No hay rastros del Fonseca policial.
Aunque para datos literarios, nada mejor que Novela negra. Historia de la nueva vida del elusivo escritor Peter Winner, también es la excusa para que Fonseca reflexione sobre el género: además de describir a algunos de sus colegas -una anglicana P.D. James, un aullador James Ellroy-, hace un mapa general de la literatura policial en cuatro o cinco párrafos, y del que los franceses quedan excluidos. En el resto del relato hay un Fonseca destilado: encerrado en un hotel, un escritor le confiesa un asesinato a su amante desnuda, mientras beben champán. Es Winner y no lo es. Un Fonseca menos callejero aparece. Menos moralista, más suicida: “Las palabras no son nuestras amigas”, repite y repite.
(Acuérdate cómo Pablo Ullrich te hablaba apasionadamente de aquel escritor brasileño que nunca habías oído mencionar, recuerda la forma en que Humberto se expresaba de Dalton Trumbo otro autor de dimensiones, para ti, insospechadas; no olvides el primer ejemplar que tuviste en tus manos de "Música para camaleones", libro en que encontraste otra forma de elaborar la crónica y la literatura. Pues algunos de los relatos incluidos en alguno de los libros los utilizaste luego para enseñar a escribir a los que no sabían. Nota de Roberto Careaga C. en La Tercera, diario on line.)