Abro la ventana del sueño
antes de quedarme a oscuras
y calibro la intensidad
de la lluvia.
Esta tarde trasladaron
un cuerpo al cementerio
de alguien que no alcanzó
la ventana corrediza de la noche.
Con la ventana abierta
trato de medir el calor
del agua que cae sin
hacer cauce.
A esta hora y al fondo
del raso que cubre las paredes
de la caja, ¿el muerto escuchará
la palidez de la llovizna,
su rumor tenue?
No lo sé, y como no lo sé,
opto por correr el cristal opaco
que mojará, acaso, el recuerdo
del agua que no alcanzó
a empaparnos ni a aquel que yace
ni al que esto escribe y corrige.