el día que le tendió un cerco
el destino fue rodeado y prendido
por el personal uniformado;
de pronto se vio entre barrotes
y cercado por merolicos, putañeros
y padrotes del barrio;
cuando le pidieron rendición
de cuentas mostró sus manuscritos
desvanecidos al sol;
dijo que leía la buena ventura
en cartas, el café, la ceniza,
el tarot y las entrañas de aves;
que poseía el don de la sequía,
las inundaciones, la decapitación
de inocentes y demás profecías insospechadas;
nadie le creyó e incluso el juez
fue benigno con la sentencia:
que lavase las culpas en el pueblo vecino.