jueves, 31 de marzo de 2016

Manuel Rivas (1957 )

Cuento

Yo leía el periódico y el niño rebullía.
Decidí adormecerlo con el cuento de un caballo.
Se lo repetí dos veces.
Otra vez, dijo el niño. Sólo otra vez
el cuento del caballo.
Y lo miré marchar,
sin poder hacer nada,
en su caballo,
por los llanos inmensos.

Carretera

El indicador decía Con niebla, no se detenga,
pero la niebla llegó a ser tan espesa
que detuvo cuidadosamente su coche.
Sal¡ó, dio unos pasos,
pero un miedo ancestral le hizo retroceder.
No había ruido ni eco
como si todo lo existente se desvaneciera.
Puso la radio y sólo escuchó una música árabe,
qué coño, tan al Norte.
Fue entonces cuando vio aquellas siluetas en el parabrisas.
Eran vacas,
enormes cabezas con ojos de aguanieve.


("el hacedor de sueños" y "apología de la luz")

miércoles, 30 de marzo de 2016

Nina Cassian (1924/2014 )

Señora de los milagros

Desde que me has abandonado
me voy poniendo mas hermosa con el correr del tiempo
Brillo como un cadáver en la oscuridad .
Nadie ve cuan redondeados y filosos
mis ojos han crecido
cómo mi cuerpo parece una urna de cristal,
cómo levanto cosas entre mis manos vueltas harapos,
la manera en que logro mantenerme en pie aún
paralizada por la lujuria.
No,  es sólo tu crueldad cercando
mi cabeza como un halo brillante en descomposición.


("emma gunst", trad. de claudia sbolei)

martes, 29 de marzo de 2016

Raymond Carver (1938/1988 )

El don de la ternura




Tarde en la noche. Comenzó a nevar.
Los copos húmedos caían
más allá del cristal de las ventanas,
surcando el aire frío
ocultaban el resplandor de la ciudad.
Observamos un rato la tormenta
sorprendidos, felices, satisfechos
de estar allí y no en otro sitio.
Puse un leño en el hogar,
me pediste que regulara
el tiro de la chimenea.
Nos metimos en la cama.
Cerré mis ojos, de inmediato,
pero
por razones que desconozco
antes de dormirme
el aeropuerto de Buenos Aires
atravesó mi memoria.
Recordé esa tarde,
la temprana oscuridad, las sombras.
Reconstruí la escena:
regresé a ese paisaje desolado
donde flotaba un silencio sepulcral
interrumpido únicamente por el rugido
de las turbinas del avión que carreteaba
lentamente bajo una lluvia de granizo,
tan fino que lo confundimos con nieve.
En las ventanas de los edificios no había luz.
Un lugar realmente solitario.
Sólo pasillos abandonados, hangares vacíos.
No vimos a una sola persona.
“Es como si todo estuviera de luto,”
fue tu comentario.

Abrí mis ojos.
El ritmo de tu respiración
me dijo que estabas profundamente dormida.
Te cubrí el cuerpo con uno de mis brazos.
Mis evocaciones
me trasladaron de la Argentina
a un departamento en el que pasé
un tiempo de mi vida, en Palo Alto.
No nieva en esa ciudad,
pero el departamento disponía
de un amplio ventanal desde donde
podríamos haber mirado por horas
la autopista que rodea la bahía.
La heladera estaba al lado de la cama.
Las noches calurosas, sofocantes,
cuando me despertaba con la garganta seca
sólo tenía que estirar el brazo, abrir la puerta
y dejarme guiar por la luz interior
hasta el botellón con agua refrescante.
En el baño un pequeño calentador eléctrico
descansaba cerca del lavatorio.
Todas las mañanas mientras me afeitaba
calentaba agua en una vieja sartén,
el frasco de café instantáneo,
siempre a mano, en el botiquín.

Un mañana me senté en la cama
vestido, recién afeitado,
bebiendo sorbos de café caliente
intentando olvidar planes,
proyectos, todas esas cosas
que había decidido realizar.
Finalmente disqué el número
de Jim Houston que vive en Santa Cruz,
le pedí prestados 75 dólares.
Me contestó que estaba sin fondos.
Su mujer había viajado a México
por unos días y él ya no tenía dinero,
no llegaba a fin de mes.
“Está bien”, le dije. “Te entiendo.”
Y así era,
no necesité explicaciones.
Hablamos un poco más y cortamos.
Terminé el café cuando el avión
comenzaba a elevarse en mi recuerdo
y yo desde la ventanilla miraba
por última vez las luces de Buenos Aires.
Después cerré los ojos
iniciando el largo regreso.

Esta mañana hay nieve por todos lados.
Hablamos sobre la tormenta.
Me comentás que no dormiste bien.
Te digo que yo tampoco.
Tuviste una noche terrible. “Yo también.”
Estamos tranquilos el uno con el otro,
nos asistimos tiernamente
como si comprendiéramos nuestro estado de ánimo,
las mutuas inseguridades.
Creemos adivinar los sentimientos del otro,
no podemos, por supuesto, nunca podremos.
No tiene importancia.
En realidad es la ternura la que me interesa.
Ése es el don que me conmueve, que me sostiene,

esta mañana, igual que todas las mañanas.


("griselda garcía.blogspot", trad, esteban moore)

lunes, 28 de marzo de 2016

Daniel Martínez (1959 )

Huxley dice...



Huxley dice que usamos una válvula metafísica
con la que regulamos
la intensidad de la percepción del mundo
ese artefacto mental va construyéndose con la cultura
como antídoto contra el poderoso hechizo
de la realidad en carne viva

esos residuos metafísicos
acumulados en el inconsciente
en un momento necesitan manifestarse
darse a luz
pidiendo su parte en la fiesta
el poema entonces crece
como las malezas de un jardín
donde el jardinero trata de poner sus límites
o como esos cactus que se erigen gigantes
allá en el desierto

reclamando agua donde todo promete sol


("el poeta ocasional")

domingo, 27 de marzo de 2016

Uriel Martínez (1950 )

El amado 

VIII

señor si no es mucha
molestia, recógeme
una tarde a 26 grados C.

un martes soleado
mientras releo manuscritos
ilegibles e incoherentes

envía señales anónimas
como hacen los cobardes
que no saben mostrar las palmas

de tal modo que yo pueda
prevenir a mis demonios
mi duermevela y prendas sucias

ni por error vengas
durante la siesta ni
el noticiero, te lo ruego


[Inédito]

sábado, 26 de marzo de 2016

María Moreno (1947 )


El porvenir del socialismo



Mientras subía por las piernas de mi tío Merril
él no me dejaba llegar hasta el fondo.
“Éstas son las llaves de la ciudad” decía
colocando la mano en su abultada hilera de botones,
y cuando yo alcanzaba una de sus rodillas
me hacía rodar sobre la alfombra
cerrando sus robustas piernas de muchacho
para todo trabajo.

¿Comprendí entonces que me negaba
no la reservada flor masculina
ni la fatal distancia de la sangre
sino el bravo secreto del amor entre varones?

Merril acostumbraba a ganarse el sustento
entregando toallas a la puerta de los baños.
Muchos pasaban sin siquiera un saludo
como si la toalla estuviera suspendida en el aire,
pero a veces alguno se detenía
y lo miraba fijamente a los ojos.
Entonces la toalla se convertía en un arco iris
entre las manos de Merril y el cuerpo del muchacho
y cuando éste se secaba dejando la puerta entreabierta
era un pedido angustioso y una promesa.

Para quitarme a Merril del pensamiento
mis padres quisieron ofrecerme una diadema,
muchachos en flor que no eran mi tío.
Me enviaron a Vicker Maxim´s
para que los viera.

El ir y venir de los cepillos metálicos
sobre las plataformas destinadas al armado diurno
de los barcos que usaríamos en la próxima guerra
levantaban una maleza de acero rizado
y la presión y la tensión de su musculatura
en el esfuerzo de levantar la pala
hicieron que ningún otro fuera como Merril:
alto y hermoso, alegre y valiente,
un señor Venus aceitando trapajos.

Y cuando años más tarde en un cine de la calle 42
fui a ver El acorazado Potemkim
todos los trabajadores me parecieron Merril,
dioses barriobajeros con callos en las manos.
Sólo que entre las estrellitas de los yunques
yo veía una cinta que no estaba en la bobina:
cuerpos cansados en la lucha por sustraerse
a toda esa infantería de metales pesados
dominada por tan alegre carne
que cuando el rigor de los turnos se rendía
en la noche enorme de los bares de Sheffield,
pechos velludos se estrechaban unos contra otros
retorciéndose y perlándose
en estériles abrazos estremecedores.

Yo era muy joven entonces, muy pobrecita,
mi idea de virilidad eran sólo imágenes
de potencia acorralada en trajes victorianos
que la ropa de trabajo, en cambio,
dejaba adivinar mejor a una mirada virgen.

Lleven al socialismo
el trotar de Merril tras los muchachos de los baños
que aunque sin vocación domiciliaria
a menudo estaban picados por las chinches
en la respiración común de las chozas de Leeds.

Lleven al socialismo las bicicletas de rayos azules,
los carteles pintados y las canciones
y la euforia gay por morir primero
para congelar el final de Hollywood
en la memoria débil de los pueblos.

Un día Merril se fue a vivir a Millthorpe
con un “profeta del mañana”
que le leía la Biblia mientras él pinchaba tocino
en el fuego de la chimenea
y cuando escuchó que Cristo había pasado su última noche en
/Getsemani
Merril preguntó “¿Con quién?”

En Millthorpe mujeres acaloradas por los mitines
se desabrochaban el primer botón de la blusa
para discutir sobre sindicalismo y cría de cerdos,
sobre cómo liberar el pie del calzado ordinario
a través de frescas sandalias artesanales
o si gardenias en los jarrones
riman con austeridad administrativa
cuando el socialismo es vida interior.

Una constelación de obreros manuales,
bellezas de garaje, operarios de las canteras,
facinerosos elegidos jocosamente
a través de los zapatones palurdos
que asomaban por las empalizadas de las letrinas
en los baños de la estación de ferrocarril,
afiladores de limas y choferes de grúa
jugaban en los salones guasos juegos de taller:
atarse, incendiarse los pies, empujarse desnudos a los jardines.
Muchos camaradas de lucha se encogían de hombros
cuando el amante de Merril decía
“El futuro se esconde en este cuarto”.

Y aquellos que se ponían guirnaldas en la cabeza
y bebían del mismo vaso en el cumpleaños de Whitman
no soportaban que un simple muchacho del servicio de mesas
pasara sin un respiro a ser ama de casa consciente
y que en Millthorpe leer fuera menos importante que barrer.

Nadie advirtió el acto de justicia
que Merril inventó, sin prédica alguna
cuando, abriéndose paso en el soplo del mañana,
arrastró un piano de cola hasta la cocina
decretando mudo que Mozart
es el derecho de todo trabajador doméstico
cuando se halla ocupado en la trituración de las verduras,
cosiendo el borde de un matambre
o simplemente esperando a que en el salón cese la filosofía.

Lleven al socialismo
el significado de la palabra “esposos”
a través de estos dos hombres que durante años
solían despertar juntos rodeados de pimpollos
(la jardinería comercial había sido sólo una idea),
el chistoso muchacho de Sheffield
cuyo único arte había sido
colocar un empapelado gótico
en el salón de los visitantes extranjeros
y un pañuelo de madrás a modo de tapete
para cubrir la jaula de la urraca,
y el aristócrata soñador
que deseaba la vida dual y todas sus criaturas
absueltas para siempre en el estado soltero
y desnudas al sol sobre las piedras de Millthorpe,
los dos cosiendo uno junto al otro sobre un huevo
y corriendo de vez en cuando las sillas
para estirar la luz de la ventana
al ritmo justiciero del piano en la cocina.


("el muchacho de los helados")

viernes, 25 de marzo de 2016

Sebastián Salazar Bondy (1924/1965 )

Mujer y perros


                                          A Augusto, que la conoció



Recuerdo en Lima una mujer, una cansada

sombra de pordiosera que juntaba

perro a perro como los frutos de su vientre.



Eran canes de paso, animales

manchados, negros, hoscos, melancólicos hijos

que la escuchaban en el suelo y lamían su mano

agradecidos de una llaga,

un harapo mejor, un simple hueso.



Una mujer que se sentaba en una plaza

y cosía el alba y el ocaso al calor


húmedo y triste de sus perros.


("vallejo & co")

jueves, 24 de marzo de 2016

Nuno Júdice (1949 )

La apariencia mística del cisne engaña a los creyentes



En el cuarto donde colgué el grabado de dos
mujeres desnudas en una fuente, el agua empezó
a escurrir de las vigas del techo. Una nueva
fuente, diría un agnóstico; de hecho, era la
lluvia que caía, y pronto las ninfas se arrojaban
toallas una a la otra para secarse, aunque
las toallas estuvieran empapadas. Pero
el silencio era total en el cuarto, y lo que ellas gritaban,
porque el agua estaba fría, o porque
las toallas eran ásperas, sólo se oía
en mi cabeza. Era posible, claro, que
todo sucediera ahí; y que el agua que escurría del techo
fuera en realidad la luz que surgía de lo
profundo de mi memoria, donde las dos
mujeres desnudas se transformaban en cisnes
que salían del lago y abrían las alas. La pared
del cuarto, sin el grabado, se secó; y de las
vigas del techo surgió otra luz,
parecida a la que yo imaginaba, la misma que ahora
cae en el piso donde me puse a recogerla con
la escoba de la estrofa, para que no se pierda.


("periódico de poesía", trad, blanca luz pulido)

miércoles, 23 de marzo de 2016

Jane Hirschfield (1953 )

Mi especie


Incluso
la pequeña alcachofa morada
hervida
en su propia amarga
y oscura
agua
se vuelve tierna,
más tierna y dulce

paciencia, creo,
mi especie,

tú continúa probando las hojas con espinas


el corazón con espinas.


("emma gunst", trad. carmen boullosa)

martes, 22 de marzo de 2016

Cees Nooteboom (1933 )

Cebo

La poesía nunca puede hablar de mí,
ni yo de la poesía.
Yo estoy solo, el poema está solo,
y el resto es de los gusanos.
Me detuve en las calles donde viven las palabras,
libros, cartas, informes,
y esperé.
Siempre supe esperar.
Las palabras, con sus formas claras u oscuras,
me volvieron más oscuro o más claro.
Los poemas me alcanzaron
y se reconocieron como objetos.
Yo pude verlo y verme.
No tiene fin esta adicción.
Escuadrones de poemas están buscando sus poetas.
Vagan sin mando por el amplio
territorio de las palabras
y aguardan el cebo de su perfecta,
hermética, condensada, acabada
e irreductible
forma.


("otra iglesia es imposible", trad. fernando garcía de la banda)

lunes, 21 de marzo de 2016

Sebastián Salazar Bondy (1924/1965 )

Testamento ológrafo


Dejo mi sombra,
una afilada aguja que hiere la calle
y con tristes ojos examina los muros,
las ventanas de reja donde hubo incapaces amores,
el cielo sin cielo de mi ciudad.
Dejo mis dedos espectrales
que recorrieron teclas, vientres,
aguas, párpados de miel
y por los que descendió la escritura
como una virgen de alma deshilachada.
Dejo mi ovoide cabeza, mis patas de araña,
mi traje quemado por la ceniza de los presagios,
descolorido por el fuego del libro nocturno.
Dejo mis alas a medio batir, mi máquina
que como un pequeño caballo galopó año tras año
en busca de la fuente del orgullo
donde la muerte muere.
Dejo varias libretas agusanadas por la pereza,
unas cuantas díscolas imágenes del mundo
y entre grandes relámpagos algún llanto
que tuve como un poco de sucio polvo en los dientes.
Acepta esto, recógelo en tu falda como unas migas,

da de comer al olvido con tan frágil manjar.


("el poeta ocasional" y "vallejo & co.")

domingo, 20 de marzo de 2016

C. K. Williams (1936/2015 )

El golpe

Vi a un hombre golpear a un mendigo,
un maloliente, sucio, pero tampoco,
a decir verdad, insufrible mendigo.
Había tocado a ese hombre, aunque
por detrás, para que se parase,
lo que sobresaltó al hombre,

así que a ciegas hizo un barrido
con el puño, sin pensar–
¿pero no lo empeora eso?–
y pegó al mendigo, más fuerte
de lo que él pensaba
si es que lo había pensado, en el pecho.

Supo al momento, lo vi,
que había cometido un error;
el mendigo, medio borracho
como iba, empezó a insultarle,
indignado, pero ¿lamentaba
aquel hombre lo que había hecho

por respeto a la dignidad
del mendigo, por los años
que había estado intentado alcanzar
la inocencia, todo por los suelos
ahora, o porque, realmente,
estaba un poco asustado?

El mendigo estaba gritando,
el hombre pensó en
ofrecerle algo de dinero,
pero supuso que el mendigo
lo trataría como un déspota,
así que prefirió desafiarlo con la mirada.

Caminando más rápido, el mendigo
lanzándole todavía la perorata,
el hombre, de repente, se vio a sí mismo
y al mendigo como un par de átomos,
ínfimos, pasando uno al lado
del otro, o a través.

Cómo nos afanamos, musitó,
de una hora absurda
a otra, de un absurdo
dilema al siguiente, hasta
dejar sólo el rastro de un miedo
horrible a nuestra propia existencia.

Como, recordó,
dijo una vez un famoso pensador
cuando le vino la imagen de un joven
al que había visto en un sanatorio mental,
“... completamente imbécil, sentado
en un anaquel del muro”.

Esa figura soy yo”,
se repetía el sabio,
viendo cómo su propia mente
aleteaba locamente sobre
un gran estallido de realidad,

inútilmente, sin provecho.


("periódico de poesía", trad. jaime priede)

sábado, 19 de marzo de 2016

Maya Angelou (1924/2014 )

Recuerdo


El peso lento
de tus manos, alborotando a las abejas
que anidan en mi pelo, tu sonrisa en la
pendiente de mi mejilla. Te apretás
sobre mí
esta vez, encendido, derramando
urgencia, y el misterio viola
mi razón

Cuando te retirás,
vos y la magia, cuando
sólo el olor de tu
amor persiste entre
mis pechos, entonces, sólo
entonces, puedo devorar con gula
tu presencia.


("el placard", versión de sandra toro)

viernes, 18 de marzo de 2016

Wislawa Szymborska (1923/2012 )

Discurso en el depósito de objetos perdidos


Perdí algunas diosas en el camino de sur a norte,
y también muchos dioses en el camino de este a oeste.
Se me apagaron para siempre un par de estrellas, ábrete cielo.
Se me hundió en el mar una isla, otra.
Ni siquiera sé exactamente dónde dejé las garras,
quién trae mi piel, quién vive en mi concha.
Mis hermanos murieron cuando me arrastré a la orilla
y sólo algún huesito celebra en mí ese aniversario.
Salté de mi pellejo, perdí vértebras y piernas,
me alejé de mis sentidos muchísimas veces.
Desde hace mucho cerré mi tercer ojo ante todo esto,
me despedí de todo con la aleta, me encogí de ramas.

Se esfumó, se perdió, se dispersó a los cuatro vientos.
Yo misma me sorprendo de mí misma, de lo poco que quedó
      de mí:
un individuo aislado, del género humano por ahora,

que sólo perdió su paraguas ayer en el tranvía.


("infierno alegre", s/c al traductor-es)

jueves, 17 de marzo de 2016

Marcelo Díaz (1981 )

Cowboys



Por la noche revisas
necrológicas
de repente te preguntás
cómo será cuando aparezca yo
como en esas películas de cowboys
en las que un cuerpo
termina desnudo en una bañera sucia,
pensás en un western
vos y yo representados
por un cardo
rodando al infinito
¿alguien tendrá deseos
de pensar en vos
y en mí, no en otra vida,
sino en esta?
nos iremos degradando,
es lo que ocurre
con las ramas de los árboles
durante el mediodía
juntas, secándose;
podría contarte más
si el corazón no fuera
el auricular negro
que arrojaste al extremo silencio
con la esperanza
de que algún eco
te devuelva la fuerza

para reparar el vacío.


("el poeta ocasional")

miércoles, 16 de marzo de 2016

Janet Frame (1924//2004 )






Lluvia sobre el tejado


Mi sobrino, que duerme en un cuarto del sótano,
ha puesto una lámina de hojalata afuera de su ventana
para volver a capturar el sonido  de la lluvia que cae sobre el tejado.

No le digo: El corazón tiene su propio consuelo para la pena.
Una lámina de hojalata sólo repara los tejados. Como aún no padece el mandato
de que el cambio y la diferencia nunca se hacen presentes, todavía puede
reparar los daños creando el amado sonido de la lluvia
que cree haber conocido en sus primeros años.

Tampoco le digo: En el transcurso de una vida de pérdidas
la hojalata es una carga, que un día él tendrá que encontrar
dentro de sí mismo en total oscuridad y silencio
la hojalata que sostendrá no sólo el sonido perdido de la lluvia
sino también el sol, las voces de los muertos y todo lo demás que se ha ido.


("huesos de jilguero", uv, xalapa, veracruz, méxico, 2015; trad. de nair anaya)

martes, 15 de marzo de 2016

José Rui Teixeira (1974 )

Cuando yo era niño


Cuando yo era niño los viejos escogían días
amarillos para morir. Llevaba los pies descalzos
sobre muchos caminos como si no oyese
a mi madre llamarme desde casa. Sentía
miedo. El cielo pesaba rojizo sobre
mi cabeza como el lino sobre los muertos
Después hubo muchos inviernos
Intemperies
de silencio debajo de las bóvedas habían anunciado
el fin del mundo.
Cuando yo era niño las paredes de casa eran permeables
a la luz. Y mi madre tenía la densidad interior de una mesa
y brazos extensibles como antorchas
o bosques de abedules. Mi madre descansaba sobre la superficie
del otoño como un ángel herido.
Cuando yo era niño las baldosas de la cocina representaban
constelaciones. Yo tenía miedo de atravesar el corredor

y esperaba pacientemente el día de la ira del Señor.

Cuando yo era niño anochecía sobre la verdad intrínseca
de haber calles pequeñas y horizontes pequeños
en el fondo de las calles.
Los viejos se sentaban en el umbral
de las puertas en las noches de verano y las muchachas sangraban
lentamente el calor dentro de sus pulmones
y les crecían los senos y se encerraban en casa.
Mi madre me decía: no tengas miedo. Yo repetía:
no tengas miedo. Cuando yo era niño mi madre
descansaba sobre la superfície del otoño como un ángel herido.


("arquitrave", no. 44, traducción miriam reyes)

lunes, 14 de marzo de 2016

Virgilio Piñera (1912/1979 )

Cuando vengan a buscarme



Cuando vengan a buscarme        
para ir al baile de los cojos,  
diré que no uso muletas,        
que mis piernas están intactas.
                               
Bailaré cha-cha-cha y son      
hasta caerme en pedazos,        
pero ellos insistirán          
en llevarme a ese baile extraño.
                               
Con dos hachazos estaré listo,  
con dos muletas iré remando,    
y cuando entre por esa puerta  
me pondrán una coja en los brazos.
                               
Ella me dirá: ¡Amor mío!,      
yo le diré: ¡Mi adorada!,      
¿cómo fue lo de tus piernas?    
¡cuéntame, que estoy sangrando!
                               
Ella, con gran seriedad,        
me contará que fue a palos,    
                               
pero haciendo de sus tripas    
corazón como un brillante,      
lanzará una carcajada          
que retumbará en la sala.      
                               
Después, daremos las vueltas    
de estos casos obligados,      
saludaremos a diestra, a siniestra
y a muletazos.                  
                               
Y cuando nadie lo espere,      
a las dos de la mañana,        
vendrá el verdugo de los cojos  
para que no queden rastros.


("el muchacho de los helados.blogspot")

domingo, 13 de marzo de 2016

Uriel Martínez (1950 )

Pedernales


yo dormiría con la luz
encendida para verte
cada vez, pero no estás;
en tu sueño inquieto
trazaría en tu plexo
solar las saetas del santo;
con el pedernal de saliva
pintaría las gotas de un corazón
sangrante, primitivo;
con el ámbar de mis dedos
dibujaría la vía láctea
y un rayo, súbito;
adivinaría el arco que guardas
para noches especiales abajo
del ombligo, tenso;

yo dormiría con la luz
apagada, me reconciliaría
con mi sed, con la tierra
que me espera.


[Inédito]

sábado, 12 de marzo de 2016

Idea Vilariño (1920/2009 )

El mar

Tan arduamente el mar,
tan arduamente,
el lento mar inmenso,
tan largamente en sí, cansadamente,
el hondo mar eterno.

Lento mar, hondo mar,
profundo mar inmenso...

Tan lenta y honda y largamente y tanto
insistente y cansado ser cayendo
como un llanto, sin fin,
pesadamente,
tenazmente muriendo...

Va creciendo sereno desde el fondo,
sabiamente creciendo,
lentamente, hondamente, largamente,
pausadamente,
mar,
arduo, cansado mar,
Padre de mi silencio.



("el muchacho de los helados.blogspot")

viernes, 11 de marzo de 2016

José Luís Peixoto (1974 )

Música


Como un rayo que rompe la vida, como una flor
que florece desmedida, como una ciudad secreta
levantándose del suelo, como agua, como pan,

como un instante único de la vida, como una flor
que florece desmedida, como un pétalo de esa flor
levantándose del suelo, como agua, como pan,

así naciste en mi mirada, así te vi,
flor que florece desmedida, instante único
levantándose del suelo, rompiendo la vida,

así naciste en mi mirada, así te amé,
vida, agua, pan, rayo que rompe una ciudad secreta
levantándose del suelo, flor que florece desmedida.




("arquitrave.com", traducción de pedro josé vizoso)

jueves, 10 de marzo de 2016

Patrizia Cavalli (1947 )


Miren cómo se deja cautivar


Miren cómo se deja cautivar
por el bastón que se mueve, por el minúsculo
aleteo de una mosca, por el ruido
de una puerta que se abre.
Y cuando se acomoda en mis rodillas,
parecería que es para siempre,
sus uñas casi penetrándome
la carne. Pero si un pájaro cruza
frente a la ventana, adiós caricias,
adiós besos.
Ella desaparece.
Y a lo mejor, después, regresa.



("el muchacho de los helados", trad. fabio morábito)

miércoles, 9 de marzo de 2016

Valter Hugo Mae (1971 )

Cinco


Sobre la mesa te deje el dinero.
Espero que puedas almorzar y merendar con ello.
Disculpa.
Mañana, como es domingo,
venderé los panes en la iglesia,
quién sabe cuánto me dará dios
para mantener el amor.
Si mañana tuviera más dinero,
aunque sea un poco más,
te compro un plato, tus cubiertos,
un vaso donde servirte el agua natural.
Es verdad que a veces, como no se nada
sobre asuntos divinos, quiero apenas perderme
mas allá de este mundo.
Ven, mira los gatos, que dejamos ayer.
Verás que están gordos o han muerto.
Supongo que están llenos de salud, si Dios quiere.




("arquitrave.com", no. 44,traducción de uberto stabile, versión de harold alvarado tenorio)

martes, 8 de marzo de 2016

Sándor Márai (1900/1989 )

La felicidad


Lo que estaba viviendo era sin duda felicidad, pero a veces le extrañaba que fuera un estado incómodo, complejo y, al fin y al cabo, poco agradable. Lo que más lo incomodaba era la intensidad de tal sentimiento: resultaba exagerado, forzado, como si tuviera que andar en frac y sombrero de copa todo el santo día, incluso entre semana. Comenzó a comprender que la felicidad no podía considerarse una propiedad privada que uno adquiere un día, como una herencia, y luego ya sólo tiene que cuidarla y evitar que se la roben o que pierda valor. La felicidad había que descubrirla cada media hora, cada minuto, se manifestaba de forma inpredecible, y en términos generales era más agotadora e irritante que agradable y tranquilizadora.



("la extraña", ed. salamandra, barcelona, 2010, trad. mária szijj y j.m. gonzález trevejo.)

lunes, 7 de marzo de 2016

Daniel Faria (1971/1999 )


Entré en la sombra como alguien que va


Entré en la sombra como alguien que va
Entré despacio al ritmo de un salmo
y había luz
Era una luz como un árbol cuando crece
y estando en flor era un día entero
Entré con la sombra por la cintura como algo conquistado
con la sangre escurriéndome por los pies.
Pero igual aunque no sangrase entraba triunfal
totalmente vencido.
Entré hacia un lazo con salida porque era uno no abierto
y tenía los pies regados por la sangre que da la vida
Tenía unas sandalias de sangre para caminar libre
Entré en la muerte sucesiva, en lo que vive
Era la luz de un árbol cuando crece
y se ensombrece para no quedar sola.



("arquitrave. com", no.44, trad. de uberto stabile)

domingo, 6 de marzo de 2016

Natalia Ginzburg (1916/1991 )

No podemos saberlo



No podemos saberlo. Nadie lo ha dicho.
Quizás allá no quede más que una red desfondada,
cuatro sillas de paja desflecadas y una galleta vieja
mordida de ratones. Es posible que Dios sea un ratón
y que corra a esconderse tan pronto nos vea entrar.
Y es posible que en cambio sea esa galleta vieja
mordisqueada y mohosa. No podemos saber.
Quizá Dios tiene miedo de nosotros y escape, y largamente
deberemos llamarlo y llamarlo con los nombres más dulces
para inducirlo a volver. Desde un punto lejano del cuarto
él nos mirará fijo, inmóvil.
Quizá Dios es pequeño como un grano de polvo,
y podremos verlo solamente al microscopio,
minúscula sombra azul detrás del cristalito, minúscula
ala negra perdida en la noche del microscopio,
y nosotros allí en pie, mudos, contemplándolo, en vilo.
Quizá Dios es grande como el mar, y lanza espuma y truena.
Quizá Dios es frío como el viento de invierno,
tal vez brama y retumba en un rumor que ensordece,
y deberemos llevar las manos a los oídos,
y agachados, temblando, replegarnos al suelo.
No podemos saber cómo es Dios. Y de todas las cosas
que quisiéramos saber, esta es la única verdaderamente esencial.
Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es un tedio mortal.
Quizá Dios tiene anteojos negros, un echarpe de seda,
dos mastines a los flancos. Quizás use polainas
y está sentado en un rincón y no dice palabra.
Quizá tiene el pelo teñido, una radio a transistores
y se broncea las piernas en la terraza de un rascacielos.
No podemos saber. Ninguno sabe nada.
Quizá no bien lleguemos nos mandará al espacio
a comprarle pan, salame y una damajuana de vino.
Quizá Dios es tedioso, tedioso como la lluvia
y aquel paraíso suyo es la consabida música
un revolar de velos, de plumas, y de nubes
y un aroma de lirios y un tedio de muerte,
y cada tanto una media palabra para pasar el tiempo.
Quizá Dios es dos, una réplica de esposos
librados al sopor de una mesa de hotel.
Quizá Dios no tiene tiempo. Dirá que nos vayamos
y volvamos más tarde. Nosotros nos iremos de paseo,
nos sentaremos sobre un banco a contar trenes que pasan,
las hormigas, los pájaros, las naves. De aquella alta ventana
Dios se asomará a mirar las calles y la noche.
No podemos saber. Nadie lo sabe.
Es posible incluso que Dios tenga hambre y nos toque saciarlo,
quizás muere de hambre, y tiene frío, y tiembla de fiebre,
bajo una manta sucia, infestada de pulgas
y deberemos correr en busca de leche y de leña,
y telefonear a un médico, y quién sabe si a tiempo
encontraremos un teléfono, y la guía, y el número
en la noche demente, quién sabe si tendremos suficiente dinero.


("el muchacho de los helados.blogspot", trad. leopoldo brizuela)

sábado, 5 de marzo de 2016

Jorge Teillier (1935/1996 )

Carta a un cura rural

Querido amigo, sin duda está usted en un pueblo
encerrado por los barrotes de la lluvia
invitando a cenar a inquietantes personajes
como Apollinaire, Cendrars o Braulio Arenas.

El jardín parroquial no ha perdido su encanto
ni el huerto su frescor.
Siempre se huele a retamos,
siempre se oye el silbido de un tren.

Mientras yo le escribo
creo que usted mira la casa del ahorcado
y sus viejos libros reposan
hasta que lleguen a leerlos sus vecinos.

(Dios mío, déjame admirar a este cura rural
él sabe más que yo de los misterios que nos acompañan
y lo que escribe en verso en su blanca habitación
no es sino un susurro tuyo que yo amaría recoger)

Querido amigo, permítame pues que me una
al huérfano, al caballo golpeado, a sus abejas
y que me sea posible oír sus cantos
en el momento justo del Juicio Final.



("el muchacho de los helados.blogspot")

viernes, 4 de marzo de 2016

Raúl Gómez Jattin (1945/1997 )

Pájaro

En la clínica mental vivo
un pedazo de mi vida.
Allí me levanto con el sol
y entre tanto escribo
mi dolor y mi angustia.
Sin angustias ni dolores
ataraxia del espíritu
en que mi corazón
como una mariposa
brilla con la luz
y se opaca como un pájaro
al darse cuenta
de los barrotes que lo encierran.



("el muchacho de los helados.blogspot")

jueves, 3 de marzo de 2016

Seamus Heaney (1939/2013 )

Cavar



Entre índice y pulgar
descansa mi lapicera, calzada como un revólver.

Bajo la ventana, el ruido limpio y áspero
de la pala al hundirse en el pedregullo:
es mi padre, que cava. Lo miro

hasta que su espalda arqueada se dobla
entre los canteros, y reaparece veinte años atrás
agachado entre los surcos de papas
donde cavaba.

Con la bota rústica encajada en la pala, y el mango
haciendo palanca en la rodilla,
iba arrancando los tallos, hundía hasta el fondo el filo brillante
para esparcir las papas nuevas, que juntábamos
fascinados por su dureza fría en las manos.

Por dios, cómo manejaba la pala el viejo.
Igual que el de él.

Mi abuelo cortaba más turba en un día
que cualquier otro en la turbera de Toner.
Una vez le llevé leche en una botella
tapada con un corcho de papel. Él se paró
a tomarla y enseguida volvió a agacharse
a cortar y tajar con esmero, arrojando los terrones
sobre el hombro, más y más hondo,
en busca de la turba buena. Cavando.

El olor frío del moho de las papas, el chapoteo
de la turba empapada, los cortes secos de un filo
contra las raíces vivas se despiertan en mi cabeza.
Pero yo no tengo pala con que seguir a esos hombres.

Entre el pulgar y el índice
descansa mi lapicera.

Con ella, cavaré.



("el placard", versión sandra toro)

miércoles, 2 de marzo de 2016

José Watanabe (1945/2007 )

El topo


Estaba ahí,
acorralado en el ruedo de los curiosos. Sus garras
escarbaban inútilmente el cemento de la vereda,
y sangraban. No avanzaba,
sólo esponjaba y contraía su cuerpo
según su miedo. Y con su hocico,
rosado y móvil, husmeaba,
lejos de las oscuras galerías,
el aire soleado de los hombres.

Jamás habíamos visto un topo.
Habían capturado un mito, un animal
de bestiario. Por eso
nuestra mente demoraba, se estremecía
no podía creer
que bajo la realidad estridente del sol
hubiera otro animal

de carne lastimada como la nuestra.



("libros")

martes, 1 de marzo de 2016

Cees Nooteboom (1933 )

Goulimine


Lo que más recuerdo del viaje a Goulimine, en el profundo sur, son los niños con ardillas. Aparecen de repente, en las colinas, en un recodo del camino, sus cuerpos de niños integrándose en el paisaje como si formaran parte de la vegetación local. Sostienen en alto un objeto que se mueve. Me detengo y descubro que es una ardilla que han apresado y que pretenden vender. El animal cuelga sujeto a una cuerda que le aprieta el cuello, parece una letra arábiga realizada en piel, la larga cola  arrimada al cuerpo, los ojos espantados moviéndose de un lado a otro. Más adelante, en el Atlas,  veo un Volkswagen alemán desvencijado detenerse junto a dos de esos niños. Una muchacha rubia se apea del coche y se acerca a ellos. Cuando descubre lo que los niños venden, se queda un momento paralizada y a continuación se pone a vomitar contra la pared de roca de la montaña. Los chicos se echan a reír, porque no saben cómo reaccionar.



("hotel nómada", ed. debolsillo, méxico, 2008, trad. isabel-clara lorda vidal)