lunes, 14 de mayo de 2012

Había una vez: el Fado

Hace muchos años, estando en un bar de un amigo, escuché una voz hermosa y desgarrada, algo muy diferente a lo que conocía, le pregunté quién cantaba y me contestó: Amália Rodrigues, una cantante portuguesa. Mucho tiempo después alguien me habló del fado. Pregunté que era, entonces me hablaron nuevamente de Amalia Rodrigues, pero también de Cristina Branco, de Misia, entre otras. La palabra “fado” caló hondo, me pareció mágica y luego leí que quiere decir “hado”, o sea “destino”; como si esta música, venida de la noche de los tiempos, nos recordara a cada instante la fugacidad de la existencia humana y al mismo tiempo nos hablara de la inmortalidad de la música y del lamento que caracteriza en gran medida nuestro paso por este mundo.

Hay muchas versiones sobre el origen del fado. Algunos estudiosos de este género lo atribuyen a los cantos del Magreb, otros a los barcos que venían de la mal llamada “África negra”, otros han querido ver en él reminiscencias de la música zíngara e incluso celta. Yo diría que es una mezcla de todas las músicas, cuya esencia puede encontrarse en el pozo profundo de nuestra memoria colectiva, recordándonos que si bien la existencia de cientos de culturas y de pueblos nos enriquece, eso no quiere decir que haya razas diferentes; puesto que sólo somos una especie, la especie humana.
Y si bien uno de los instrumentos que acompaña ese canto visceral que es el fado, la “cítula”, guitarra portuguesa, tiene su origen en la Edad Media, sólo habría llegado a Oporto en el siglo XVIII. No obstante, los documentos más “antiguos” encontrados hasta ahora sobre el fado datan apenas del siglo XIX; el cual habría nacido, al igual que el tango, en los bares del puerto de Lisboa, donde marineros y prostitutas cantaban y bebían, contándose los unos a los otros sus dolores y miserias, sus amores perdidos, el abandono del amado, la soledad, la muerte o el desencuentro de dos seres en un destartalado catre de alguna vieja casa de lenocinio.
Y después de haber escuchado por primera vez “la melancolía de los dioses desamparados”, como Carlos Cano llamaba al fado, comencé a soñar con ir a Lisboa y perderme en uno de los barrios que viven por y para esta música de dioses olvidados; me refiero a Barrio Alto, Alfama, Alcântara o Lapa. Finalmente el sueño se hizo realidad en una noche mágica, en la que tuve la sensación que el fado es un lamento profundo, un quejido que sale de las entrañas, del pasado, una voz que canta nuestros propios dolores, que le pone letra a nuestras propias tragedias, una voz de una sensibilidad sin límites, que se apropia de nuestra piel y de nuestros sentidos.
Hay también otro aspecto que me llamó poderosamente la atención, cuando cantan, al menos la mayoría, lo hacen con los ojos cerrados; es como si cantasen para ellos mismos, olvidándose del mundo, de los espectadores, solo están ellos y su dolor, nada más importa. Desde ese punto de vista el fado es como una catarsis y el espectador se convierte en una especie de fisgón de esa tragedia que está siendo cantada.
Para terminar quiero transcribir el hermoso comentario de una amiga, Lucía Betancourt, sobre el fado: “esa música, herencia del lamento árabe, no en vano estuvieron siglos en esos territorios, posee un sello de nostalgia, de clamor, casi que de errancia y de búsqueda, ¿y por qué no?, de una morada antigua, de donde fuimos expulsados (?) tal vez…O simplemente, es la soledad y la errancia de todas esos pueblos nómades que le cantaron a la vastedad del desierto y a la fantástica soledad de sus noches”.

Mi amiga Lucía los invita a escuchar Loucura Mariza:

http://www.youtube.com/watch?v=BiU0fkwrviM&feature=related

Y yo los invito a escuchar: María la portuguesa, de Carlos Cano, homenaje a Amália Rodrigues:

http://www.youtube.com/watch?v=oDPNUZsPRqE&feature=related

Y a Cristina Branco: Agua e miel

http://www.youtube.com/watch?v=fngp39nXKhk&feature=fvwrel


(La descripción de la poética del fado se ajusta perfectamente, según tú, a la expresión que guarda la canción cardenche surgida, según unos, al calor de una bebida de sotol y al sentimiento de los peones de hacienda quienes, al atardecer, se reunían en las afueras de las haciendas del siglo XIX mexicano, para cantar a capella. Para otros, la canción cardenche es una derivación del gospel del sur de Estados Unidos; y para otros más su origen se remonta a la Edad Media y las peregrinaciones religiosas que se organizaban para "combatir" o "acabar" con la peste que asolaba grandes regiones de la civilización de entonces. Dicen en la Comarca Lagunera que la canción cardenche tiene su origen en Zacatecas o en Durango, y que proviene de los "alabados", estrofas religiosas que se entonan en las peregrinaciones que van de Zacatecas a San Luis Potosí. Pero quién sabe. Nota reproducida de "el hilo de Ariadna" en El Espectador en línea.)