Eclipsada por su marido, Diego Rivera, y por las otras esposas (Lupe Marín y Frida Kahlo) y amantes (Marevna Vorobev-Stebelsk) del pintor, Angelina Beloff había quedado relegada a personaje de novela («Querido Diego te abraza Quiela», de Elena Poniatowska).
Esta rusa de San Petersburgo apenas era conocida por haber dado a Rivera su único hijo (muerto en 1919, con apenas un año de vida). Ahora, el Museo Mural Diego Rivera, en la Alameda de la capital, recupera la vida y, sobre todo, la obra de esta gran desconocida.
Tras la muerte de sus padres, Angelina Petrovna Belova se había trasladado a París en 1909. Ese mismo año conocerá a Rivera en Brujas (Bélgica). Tras doce años de convivencia, Rivera regresa a México en 1921 y la abandona a su suerte. Beloff llegaría a Ciudad de México en 1932, invitada por la Secretaría de Educación Pública para apoyar los programas de educación impulsados por sus amigos Germán y Lola Cueto.
En México, «Quiela» trabaría relación con David Alfaro Siqueiros, Alfonso Reyes y otros intelectuales de la época. Nunca más se volvería a casar (murió en 1969, con noventa años) y de sus encuentros con Rivera apenas hay noticia. Años más tarde, él mismo reconocería que Angelina le dio todo; «en cambio, ella recibió de mí todo el dolor en el corazón y la miseria que un hombre puede causarle a una mujer».
Fiel compañera
«Angelina era una mujer de una personalidad menos enérgica, quien se vinculó con un gran personaje protagonista. Ella no buscaba protagonizar, elige ser una mujer reservada, que va picando piedra en el mundo del arte. Decidió ser fiel compañera. Pero si no la vemos a la sombra de Diego Rivera, nos damos cuenta de que su producción no es nada despreciable», declaraba Montserrat Sánchez, directora del museo.
La exposición «Angelina Beloff. Trazos de una vida» reúne casi un centenar de piezas entre óleos, acuarelas, grabados, fotografías, títeres y dibujos. La muestra está dividida en tres partes, empezando por su llegada a París, «donde conoció a este grupo de mexicanos, la elite de la intelectualidad mexicana, que vivía en Montparnasse. Su estilo se inicia en la Academia con base en dibujos perfectos y la construcción de composiciones bajo la influencia de los artistas que admiraba, como Matisse, de quien fue alumna, y Cézanne», dice Sánchez. En esta parte se incluyen los retratos que Rivera y Beloff se pintaron mutuamente.
El segundo bloque, «Nuevos territorios», explora su obra en México: retratos, paisajes (de Cuernavaca o Guanajuato), naturalezas muertas... «Fue en México donde retrató el paisaje urbano, se hizo mucho más observadora de la gente... Es de esos artistas que no entraron a los grandes muros, a la epopeya mural que hubo en México, pero sí a un nivel de conciencia social, convencida de que el arte tiene una función y que debe ayudar a la gente», describe la comisaria de la exposición, Mireida Velázquez
Finalmente, se exhiben otras expresiones artísticas, como los títeres que prestó el Instituto Estatal de Cultura de Tlaxcala o ejemplares de la revista «Chapulín», que ella ilustraba.
(nota Manuel Martínez Cascante, tomada de Abc, español.)