El mundo es barroco
¿Y si la asimetría fuese, al interior de la perfección de las esferas celestes, la anti-regla que rige nuestro mundo de humanos? Sergio Pitol, escritor mexicano de nacimiento pero cosmopolita por elección, deja en su historia la idea, como la sostuvo también nuestro Gadda, de que el barroco no es una manera de ver el mundo, sino que es precisamente el mundo el que es barroco. Sólo que esta idea central, que por otra parte se encuentra tan profundamente arraigada en la literatura latinoamericana, es filtrada por la cultura europea que Pitol ha absorbido profundamente en sus estancias en el Viejo Continente: la máscara y el rostro de la gran tradición de nuestro siglo (Pirandello y Pessoa), la ambigüedad y la ficción, diría yo más de sabor schnitzleriano que borgesiano, y las sugestiones freudianas. Y otras huellas de sus temporadas en Europa, apenas insinuadas pero sugestivas como una música de fondo, que pueden ir de la Reina de la Noche de Mozart a una pintura de Giorgione, desde un vals de Liszt a la vejez de Casanova. Pero la verdadera música de fondo es la crueldad de la vida y de las situaciones: el inevitable final de un amor, el desesperado conocimieno del fracaso, la terrible fuerza del delirio, el seductor escalofrío del peligro y del mal. No sabría decir a bien si los personajes de Pitol viven su extrema condición existencial como si se tratara de una regla cotidiana, o si viven la regla cotidiana como si se tratase de una extrema condición existencial. De este espléndido "equívoco" brota lo fantástico: un fantástico tocado con sordina, tal vez, pero no por eso menos engañoso y alarmante, que propone en clave moderna el trascendental dilema a los barrocos: si es el sueño un producto de la vida o si no es la vida un producto del sueño.
(texto de Antonio Tabucchi tomado de El oscuro hermano gemelo, Sergio Pitol, editora del gobierno del estado de Veracruz-Llave, Xalapa, México, 2001, col. Escritores del Siglo XX. Traducción de Teresa Meneses.)