sábado, 24 de marzo de 2012

Cines de barrio, de ayer

Mientras The New York Times señala que la temporada 2011 culminó con la concurrencia más baja a los cines en los últimos 16 años, un grupo de vecinos de Buenos Aires impulsa una movida para que se reabran las perdidas salas del Gran Rivadavia, el Aconcagua, el Taricco, El Progreso y el Arteplex Caballito. El asunto cuenta con el apoyo de artistas, gente de la Cultura y el INCAA. El pasado viernes 9, con programación a cargo de los vecinos, se proyectaron frente a los cines cerrados “Medianeras”, “Un cuento chino” y “Juntos para siempre”, bajo el emblema “Un barrio de película”. La propuesta tiene un costado entrañable y es de un romanticismo candoroso. Como emperrarnos con que vuelvan el tranvía, los discos de vinilo y los grabadores Geloso. Pasa que los hábitos de consumo cinematográfico han cambiado. La gente ve cine por tv, en dvd o compra películas truchas. Como vecino de Caballito, concurrí en mi juventud al cine Moreno, más tarde reciclado en Lyon 1 y 2, luego Cinedúplex y finalmente Arteplex. Ahí, los asistentes nos sentíamos como miembros de un club social. Nos reconocíamos como cofrades que amaban el buen cine. Hasta que nos instalaron el Complejo Village enfrente. Algunos optimistas argumentaron que íbamos a ganar con el rebote. No fue así. El Arteplex, con su selecta programación, estaba condenado. Yo también añoro aquellas salas a las que se accedía sin subir ni bajar escaleras, con butacas tan gastadas como la chaqueta del chocolatinero, rollos que no llegaban a tiempo, proyección defectuosa y sonido más bien sucio. No vivo del pasado, pero creo que lo que de verdad extrañamos es aquello de sentirnos como en casa. Porque el cine de barrio era una prolongación del hogar y al mismo tiempo una zona sagrada. Los sueños compartidos con el de la butaca de al lado. Las salas de los Multicines están cuidaditas pero son todas iguales, impersonales, con patio de comidas adosado. Los espectadores ya no bajan la voz al entrar y siguen hablando por los celulares cuando ya se apagaron las luces.



(Mientras cursaste la Preparatoria en Durango, el miércoles era día de descuento para estudiantes. Cuando ibas en grupo a una función, no faltaba el compañero que se masturbaba mientras pasaba la película -no necesariamente de sexo o de clasificación C o para adultos-, era simplemente una forma de ser que aquél compartía con sus amigos. Eso en el cine Principal. Mientras que en el cine Durango, ahora ocupado por una oficina de Telcel, en el baño de caballeros, entre un gabinete privado y otro mediaba un cancel de madera con un hoyo, por donde veías una parte de alguien, o alguien veía una parte de ti. Comunmente uno de ellos sacaba una caja de VickVaporub e invitaba al otro. Nota tomada de Letra Ñ, diario Clarín en línea.)