Pasan las horas. Pasan los días. Mi compañera de piso, temporal, me explica que tiene un grave problema. El chico que le gusta no le ha contestado el mensaje que le mandó por Facebook o Caralibro.
Me dice que el viernes pasado él asistió a su celebración de cumpleaños, muy amigable. Platicaron un rato, la pasaron bien. Un par de días después ella le mandó un mensaje simple: “Hola, cómo estás, cómo va todo”. Inmediatamente aparece una palomita que señala que el mensaje ha sido leído el mismo lunes a las 10:45 am hora Chile.
Silencio virtual. Desesperación franca. Problemática inútil, muchos dirán.
Pero el problema es que sí es un tema de preocupación. No es un pase de coca, no es un porro, no son dos botellas de tinto o cinco mezcales sin control. Es una red social que constituye actualmente un mundo de vínculos emocionales y afectivos, que nos otorga un sentido de pertenencia o de presencia, aún cuando no estemos en cuerpo.
¿Hay vida después del Facebook? ¿Hay vida, en general, después de lo que uno se engancha? El lema de Facebook es que “te ayuda a conectar”. Pero ¿qué es eso que queremos conectar? ¿Con los otros? ¿A través de darle me gusta o de revisar fotos?
En abril de 2012, Facebook tenía 900 millones de usuarios activos. Según un proyecto de investigación llamado Adicción a Facebook, resultado del trabajo de un grupo de investigadores noruegos, liderados por la Dr. Cecilie Andraessen en la Universidad de Bergen (UiB), existe un relación directa entre personas con cierto grado de inseguridad o ansiedad y los que utilizan con mayor frecuencia esta red social ya que les es más fácil mandar mensajes escritos que interactuar cara a cara.
Estos investigadores han publicado una escala psicológica para medir el grado de adicción, el primero en su género, en la Revista de Psicología AmSci (www.amsciepub.com).
Pero ¿por qué pasamos tanto tiempo en esta red? No sólo es un chismógrafo social. También tiene productos colaterales igualmente adictivos: ligas a sitios interesantes, videos, películas, juegos. Incluso existió una aplicación llamada Anatomía de Facebook, para comprobar a cuántos “amigos” estamos conectados (La Teoría de los 6 Grados). Facebook redujo el número a 4.78, hasta que fue suspendida por el propio sitio. O sea que estamos a un promedio de seis grados de Obama. O de Sarita Montiel QPD. O menos incluso.
La escala se llama, por sus siglas en inglés, BFAS (Bergen Facebook Addiction Scale) y consiste en 18 reactivos que se derivan de seis elementos básicos de la adicción: prominencia, la modificación del estado de ánimo, la tolerancia, el retiro, el conflicto y la recaída.
Los resultados son interesantes. Invitaron a 423 estudiantes (227 mujeres y 196 varones) para completar el cuestionario, junto con una batería de preguntas estándar que medían personalidad, sociabilidad, tendencias de sueño, actitudes hacia esta red social y tendencias adictivas. Se les pidió que respondieran a cada una con: (1) Muy ocasional, (2) Ocasional, (3) A veces, (4) Frecuente, y (5) Muy frecuente:
- ¿Pasas mucho tiempo pensando en Facebook o planeando cómo usarlo?
- ¿Sientes cada vez más la necesidad de utilizar Facebook?
- ¿Utilizas Facebook para olvidarte de tus problemas personales?
- ¿Has tratado de reducir el uso de Facebook sin éxito?
- ¿Te inquietas o agitas si te prohíben el uso de Facebook?
- ¿Utilizas tanto Facebook que ha tenido un impacto negativo en tu trabajo, estudios o relaciones sociales?
Contestar “frecuente” o “muy frecuente” en al menos cuatro de los seis elementos pueden sugerir que el susodicho es adicto a Facebook.
O bien, usted puede pendular hacia la extroversión y la neurosis, o hacia el otro lado de la balanza, la escrupulosidad. También encontraron que las puntuaciones altas en los BFA estaban vinculados con acostarse y levantarse muy tarde.
Yo personalmente fui muy resistente hasta que caí en las garras del Caralibro hace dos años. Me obsesioné. Subía fotos, decía dónde estaba o con quién, revisaba mensajes, me metía a ver el bautizo de mi ahijada, y de la ahijada del amigo del primo. Revisaba perfiles, actualizaba mi estatus, subía noticias. Le daba “Me gusta” sin ton ni son a comentarios. Interactuaba. Me sentía sola y en cierta manera, yo pensaba que esto me producía una sensación de alivio en mi aislamiento geográfico con el mundo.
Hace dos semanas lo cerré definitivamente. Si extraño a alguien, le llamo. Si realmente quiero verlos voy a su casa o si me quedan lejos utilizo el skype o compro un boleto de camión y me arranco. Si me siento sola, me pongo a leer, o me voy a un café a leer, o simplemente camino por el parque. O pongo la música que me gusta y me preparo un té. Si necesito información específica, busco en la red.
Así que la pregunta planteada, bastante general, ¿hay vida después del Facebook? Me parece que no es válida. La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes. Gracias John, te extrañamos, como dicen todos los graffitis que veo en la calle.
(¿Qué cuantas veces le das a "me gusta"? Ninguna. ¿qué cuantas veces agradezco un "I like"? Ninguna. ¿qué cuantas veces me han bloqueado mis impertinencias? Varias. Artículo de Mariana Gallardo en el sitio "sin embargo".)
No hay comentarios:
Publicar un comentario