Antes de cerrar el cuaderno
de oraciones, lo coloca en el pecho
y cierra los ojos para imaginarse
el fin del mundo.
Después cuenta hasta cien
de dos en dos como quien
sube o baja escaleras sucias.
Imagina luego el camino
en espiral como volutas
de humo que huyen de labios
para perderse en la noche.
Acerca poco a poco el haz de luz
al entrecejo, al pelo crespo,
a la libreta en reposo,
como el que busca y no encuentra.
Sabe que es un viernes de marzo,
sabe también que podría amanecer
o no al día siguiente, o al otro,
al que sigue; o a ninguno.
Todo es cuestión de desearlo, de fiebre.
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