En su libro El apogeo de la mezquindad, Víctor Roura hace una severa crítica al periodismo cultural mexicano. Eso estaría muy bien, si no mintiera.
En el apartado “Aquí no ha pasado nada” recuerda cuando, en 1989, se dio la notificación oficial de las supuestas cancelaciones de las giras y los viajes de los periodistas por cuenta del gobierno. “Pero el verbo era uno y muy otra la acción”, advierte. Y, entre corchetes, agrega la mentira:
“[Hay que traer a la memoria, por ejemplo, el descubrimiento cultural del sexenio salinista consistente en el supuesto hallazgo de la tumba de la Reina Roja de Palenque, al cual fue invitada una reportera, con todos los gastos pagados, para que difundiera con estruendo —cosa que hizo muy bien, con la venia de las autoridades de Conaculta— la maravillosa noticia… que ha quedado hoy, por cierto, en el olvido…de no ser porque la misma ‘afortunada’ reportera, claro, publicó a fines del siglo XX un libro sobre su monumental ‘descubrimiento’.]”
Para empezar, nadie me invitó. Y todos, absolutamente todos los gastos por los cuatro días que permanecí en Palenque, corrieron por parte de La Jornada, diario en el que trabajaba en 1994 cuando, en efecto, tuvo lugar el hallazgo de una subestructura en el Templo XIII que condujo al descubrimiento de la tumba de la Reina Roja, que tuve el privilegio de cubrir.
Como narro en mi libro La Reina Roja, el secreto de los mayas en Palenque (Plaza y Janés-INAH), que se publicó en 2006 (no a fines del siglo XX), fue una amiga, totalmente independiente de las instituciones, quien me adelantó que habían encontrado un sarcófago en Palenque. Recurrí a Carmen Gaitán, entonces directora de Comunicación Social del INAH, en busca de información. Me la negaron, pero insistí. Supe que Salinas no quería prensa en el sitio porque él mismo quería dar la noticia en caso de tratarse de algo importante. Finalmente, ante mi terquedad diaria, el INAH autorizó que visitara el sitio para entrevistar a los arqueólogos que, una vez allí, me ofrecieron dejar el hotel y hospedarme en su campamento. Aún se ignoraba el contenido del sarcófago que permanecía sellado desde el siglo VII d.C. Fue al segundo día de mi llegada que pude presenciar el arduo trabajo con el que aquél joven equipo logró, luego de 16 horas de maniobras, deslizar la lápida y descubrir a un personaje de la realeza maya.
Continué la investigación durante doce años hasta que publiqué mi libro, que no “mi” descubrimiento, como ironiza Roura, porque ése pertenece solamente a los arqueólogos.
Dice que todo aquello cayó en el olvido. Pasa por alto el documental dirigido por Carlos Carrera El misterio de la Reina Roja, que Discovery Channel transmite a escala mundial desde el 2005; el libro La Reina Roja, una tumba real (2011), de Arnoldo González Cruz; los trabajos de Arturo Romano y Vera Tiesler, Mercedes de la Garza, Fanny López Jiménez o Guillermo Bernal. También está la versión actualizada de mi libro en La noche de la Reina Roja, aunque no creo que me perdone haberla publicado en la colección para jóvenes que editó Conaculta en 2012.
¿Apogeo de la mezquindad?
(¿Por qué no dejamos atrás la condición, al parecer insalvable, de enanidad? Nota reproducida del sitio "milenio".)
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