sábado, 16 de febrero de 2013

Un Papa que dimite

Un papa tan parecido como Ratzinger al emperador malvado de La guerra de las galaxias no era el más adecuado en términos de despertar vocaciones para el bien. La Estrella de la Muerte estaba en su horizonte, él supo comprenderlo, y ahora se retira a su villa de verano en Castel Gandolfo donde empacará su guardarropa papal: los zapatitos rojos de Prada, las túnicas blancas de algodón egipcio, los bonetes de colores para llevar a las fiestecillas con los monaguillos.
Ratzinger no tiene fuerza suficiente, dice, para sostener una Iglesia cada vez más amenazada por la violencia del mundo: por un lado, las incesantes denuncias de excesivo amor cristiano de los curas por los niños y jóvenes fieles; por el otro, la insolencia lesbiana de sacarse el corpiño frente a San Pedro y frente al ministro petrino, que siempre fue antes un teólogo que un animador de muchedumbres (a diferencia de su predecesor, bruto y simpático): ¿qué podía hacer Benedicto contra las denuncias de los niños cantores de Ratisbona, que salieron a decir que en los años cincuenta y sesenta habrían sido víctimas de la lujuria eclesiástica, bajo la mirada tolerante de su hermano Georg, el mismo que admitió haber infligido castigos corporales a los educandos que le confiaban? ¿Qué podía hacer el sucesor de Pablo de Tarso ante la avalancha de matrimonios universales (es decir, de personas del mismo sexo) que se le venía encima en todos los países? Ni el Doctor Angélico habría tenido sabiduría suficiente para sostener una impugnación teológicamente pertinente a tales demandas de reconocimiento civil, y el perdón público que Ratzinger expresó en nombre de la Iglesia a comienzos del año pasado (“Pedimos perdón insistentemente a Dios y a nuestros hermanos gays y lesbianas, mientras prometemos hacer todo lo posible para que semejantes actos de violencia y discriminación no vuelvan a suceder jamás”) no fue aceptado sin las suspicacias del caso, como si después de las disculpas viniera un coming out (incluso, un desenmascaramiento al estilo Tootsie).
Además, parece, el departamento papal en el Vaticano quedó a la miseria y lo primero que se supo es que durante el tiempo de sede vacante se lo acondicionará para el nuevo Pedro. Un anuncio semejante vuelve a despertar sospechas: por una parte, ¿a qué excesos se entregaba Ratzinger en sus aposentos? Por el otro, si la decoración avanza antes de la fumata, tal vez la elección del nuevo papa ya está decidida (y las reformas se harán según sus sugerencias), o los papas tienen todos los mismos gustos, con lo cual nada cambiará demasiado en la Iglesia.
Como sea, Ratzinger volverá a sus argumentos teológicos, harto ya de tanta ceremonia pública y de la grasada inherente a la exposición sostenida ante los medios. Para él es mejor, para nosotros, que vivimos mesiánicamente el tiempo que resta, un acertijo difícil de descifrar de aquí a las Pascuas. El próximo papa deberá o apelar al amor infinito de Cristo o a los negociados viles del Opus Dei y los poderes temporales del mundo.


(¿Qué te dejó la renuncia de Ratzinger a la iglesia de Pedro? Te quedaste entre azul y buenas noches. Nota de Daniel Link tomada íntegra del sitio "soy", Clarín.)

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