domingo, 17 de febrero de 2013

EL TREN QUE VIENE

Cierras el libro con la última campanada
para concentrarte en el llanto
del tren que va a la estación sur.
No tienes plegaria aún
para el conductor ni las remesas
desconocidas que vienen.
Simplemente dejas el sofá
y te sirves un plato rebosante
de algo para degustarlo en dosis
de niebla, a sorbos de nada.
Luego vas al botiquín y tomas
en silencio espolvoreado una uña
simple de bicarbonato blanco,
que acaso un día redunde en optimismo.
Cuatro ocho doce o 16 gárgaras
diluidas en tantas gotas de lima
te inducirán al sueño ajeno al technicolor.
Quieres creerlo.
Sabes entonces que es hora
de talar discretos pabilos y pospones para otro día
una forma desconocida
de reposo, de felicidad, de puertas francas.

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