A los buenos se los llama técnicos y a los malos –siempre con trajes y máscaras más vistosos–, rudos. Los que pelean a cara descubierta son “cabelleras” y los que, por el contrario, eligen cubrirse llevan la máscara como un tatuaje de por vida, salvo que pierdan un combate, lo que marca el final de esa doble identidad a lo superhéroe que supieron construirse. Los grandes luchadores legan su personaje a sus herederos. Pasó con El Santo, el luchador mexicano más famoso, protagonista de decenas de películas en los años 50, cuyo hijo pelea hoy como El hijo del Santo. O con Blue Demon y Blue Demon Jr, sus contrincantes históricos. Las porras son las hinchadas, tan ruidosas y enfervorizadas como las de un partido de futbol local. El mundo de la lucha libre mexicana tiene sus propios códigos, su estética ampulosa y estridente, su terminología y sus íconos, y buena parte de este universo puede explorarse en el Palais de De Glace hasta el domingo 3 de marzo.
Su curador Pablo Martin y su productora Florencia Fernández Frank lo definen como el “Primer encuentro internacional multidisciplinario de Lucha Libre” y reúne principalmente la obra de diseñadores y artistas argentinos con diferentes aproximaciones a la temática; algunos ya tenían obra previa vinculada con este universo y otros desarrollaron trabajos a partir de la convocatoria. “Cuando me mudé al DF en 1998 me sorprendí. Para mí la lucha libre era nostalgia, era infancia, era Martín Karadagian, pero en México estaba increíblemente viva y presente. Me acerqué a eso con ojos de extranjero, sin prejuicio, había todavía cierto estigma por tratarse de un entretenimiento de las clases populares”, cuenta uno de los participantes, el diseñador argentino Jorge Alderete –Dr. Alderete quien trabajó la estética de este deporte coreografiado para festivales de música, campañas publicitarias y las tapas de discos de bandas como la mexicana Lost Jamaica o la oriunda de Nashville The Straitjackets, quienes tocan caracterizados como luchadores.
Estética y tradición
Hoy transformada en una lucrativa industria cultural, con sus sponsors, arenas profesionales y tours organizados para extranjeros, la lucha libre sigue siendo un reservorio de inspiración para los diseñadores, a riesgo de saturar con las referencias. “Cuando el arte evoca el fantástico mundo de la lucha libre lo hace reconociendo su estética, tradición, misticismo, estados de ánimo y atmósferas, que la han hecho ganarse en el siglo XXI, uno de los lockers de las subculturas mundiales, como antes el Animé, el Fútbol, lo Zombie, el Pin-up o la Beatlemanía”, dice el investigador y comunicólogo mexicano Oscar Jiménez Ruiz en un texto que escribió para el encuentro.
En la muestra que inauguró el 15 de noviembre y cuyo cierre se postergó varias veces conviven dibujos de Robertita, un traje de poder fabricado por Fernández Frank con retazos de ropa de sus amigos, la escultura de un luchador obeso y ficcional (Abdomen de plata), una imagen “milagrosa” de El Santo en miniatura que promete a sus poseedores conocer el “vértigo del triunfo y las mieles del placer” y Las fracturas, una serie de autorretratos del artista indonesio-uruguayo Yudi Yudoyoko, enmascarado en carne, chapas de metal, papel origami, tachas y cartones.
Queda la pregunta de cuál es el anclaje de la lucha libre en la Buenos Aires de febrero de 2013. Pablo Martín acerca una respuesta: “Quisimos ligar la muestra con el ser latinoamericano y con otras luchas, lo que significa salir todos los días a ganarse el sustento para darle un contenido político y actual que también nos interesa”.
(nota de Cecilia Boullosa, tomada de "revista ñ", Clarín.)
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