CIUDAD DE MÉXICO. La mirada seria, pose rígida y personalidad extravagante del escritor mexicano Francisco Tario (1911-1977) espantaba a la gente que le rodeaba, que incluso lo llamaban el “ogro” de la literatura mexicana; sin embargo, en sus emociones más profundas era un hombre sensible, amoroso, atento y con gran sentido del humor, recordaron ayer en un homenaje que se le rindió en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
“Llevaba fama de ogro por todos lados, pero en su casa con su familia era un cordero inocente con genuino humor. Prácticamente hasta su muerte practicó el sentido del humor, hasta cuando estaba ya grave en el hospital”, recordó Julio Farell, hijo del cuentista, novelista y poeta, cuyo centenario de su nacimiento será el próximo 9 de diciembre.
Farell relató que su padre todavía en el último minuto de vida tuvo el gusto de bromear a su médico, cuando éste lo desahuciaba: “Llegó un doctor a examinarlo, el doctor con la crudeza que los caracteriza le dijo “respire” y mi papá le contestó con su humor clásico, “¿cómo, como si estuviera en el parque?”; un minuto después su corazón se detuvo”.
Acompañado de Geney Beltrán, ensayista y crítico; Rosenda Monteros, actriz mexicana; y Alejandro Toledo, escritor; Farell puso sobre la mesa memorias de algunos momentos con su padre, por ejemplo, cuando permitía que él y su hermano presenciaran las lecturas dramatizadas que realizaba con Octavio Paz y Elena Garro, en su casa de la Hipódromo Condesa.
“A veces andábamos ya en pijama y nos dejaba asomar por el barandal de las escaleras mientras él atendía a sus visitas”, añadió de su padre, cuyo nombre real era Francisco Peláez.
En su turno, Toledo narró que entre las famililas Paz Garro y Peláez Farell se estableció una estrecha relación, que se alimentaba de continuas reuniones en las que además de discutir sobre la literatura universal aprovechaban para grabar dramatizaciones en una consola.
“Allá por los años 40 y 50, las familias Paz Garro y Peláez Farell eran vecinas y de los muros de sus casas salía música. También se escuchaban gritos y aullidos que no eran de los discos sino de un mueble que grababa voz y el escritor usaba para, en la noche, montar dramatizaciones hogareñas con su hermano”.
Para Beltrán la literatura del también pianista y jugador de futbol en su juventud está al nivel de autores como Julio Cortázar, Juan Rulfo y Juan José Arreola, por su capacidad para crear en el lector “realidades alternas” a través de la fantasía de su narrativa.
Tomando como referencia el libro Equinoccio, Beltrán explicó que la narrativa de Tario no se queda en la simple postal de escenarios de México, sino que es una apropiación de la conciencia de temas poco explorados, como la noche, la muerte, el mundo onírico y el misterio.
“No me quejaré de que no haya sido leído en su tiempo y apenas sea reconocido porque Tario no es un caso único, este país tiene excelentes autores que han sido un tanto ignorados, pero sí recalcaré que Tario no es un raro ilustre del montón, sino alguien con sabias estrategias de narrador que lo ubican como uno de los autores más originales y poderosos del siglo XX, por lo menos de la lengua española”, comentó.
Al asegurar que el escritor percibía lo invisible, Beltrán destacó que la ficción de Tario permitía “crear esferas de lo inexistente”, en un juego entre lo humano, lo animal y lo inanimado.
(nota tomada de Excelsior.)
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