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Fase 3 (parte 24)
1.
Pasará mucho tiempo para que yo olvide este mes aún vivo, aún latente como latente está el inicio del otoño; pasarán soles y lunas y tendré presente que este abril -el mes más cruel, según la observación de un poeta-, fue desdoblándose y fue repitiéndose en la piel de muchos como un sueño de horror sin fin, como una purga pendiente en un organismo enfermo. Hace días recibí otra mala nueva: aquella mujer que trajo de su pueblo a esta ciudad a sus padres ancianos desde marzo -para protegerlos del Covid19-, los había perdido arrasados por la Pandemia. Pero días escasos después, le sucede a ella. Cuando me entero ya eran tres montones de ceniza. Como una broma de mal gusto, en febrero ella y yo habíamos convenido un proyecto de investigación para el rescate de manuscritos inéditos de un amigo mío fallecido prematuramente. Le envié y leyó una semblanza redactada por mí a manera de carnada para iniciar el trabajo integral sobre ese autor cercano a ella. El acuerdo fue encontrarnos ya pasada la Pandemia. Y hoy hablo de lo que nunca fue.
2.
Con una demora de semanas pero me deshice de un par de zapatos con los que transité los últimos seis meses de emergencia sanitaria mundial. Eran negros como los presagios insospechados que se avecinaban desde inicios de este año bisiesto -"año bisiesto, año siniestro", sintetizó quizá un profeta-; todavía en febrero pasado les di lustre y les cambié las agujetas para no perder el trote ni el rumbo. Todavía me los encasquetaba con calzador que me donaron en la tienda en que los merqué un año atrás. Antes de la emergencia sanitaria mundial era, para mí, posible viajar a otras ciudades y adquirir ese par de calzado para pie artrítico; elaborado manualmente con piel de venado y de borrego importadas. Cuando tuve el arrojo de botarlos en un contenedor lo hice con prisa y la cabeza fría; con ellos se iban recuerdos de lugares en donde estuve, con ellos abrí y cerré el día, la semana, el mes, el equinoccio y el solsticio vividos como un acto de fe. Imaginé si alguien los rescataría del depósito de deshechos o los pepenaría en el basurero municipal; si los llevaría con algún zapatero prodigioso que les enderezara las mandíbulas torcidas, los tacones desgastados, los pasos mal dados/equivocados/falsos que me han caracterizado. Hasta el día de hoy no he soñado con ellos, acaso porque ya he estrenado un par últimamente.
3.
Todavía en febrero de 2020 emprendí un viaje de Laguna Honda a Pueblo sin Nombre con ese par de zapatos desgastados; hube de caminar cuatro kilómetros del punto A al B antes de conseguir un Stop Finger en una camioneta Toyota. Casi al pardear la tarde de ese día hube de regresar al punto A en otro viaje de cortesía -con lluvia pertinaz y ligera- luego de no obtener invitación a pernoctar en B. Regresé con la certeza de haber cerrado un ciclo con el pasado: infancia, recuerdos, estampas escondidas u olvidadas en alguna gaveta de la caja negra que algunos conservamos -acaso-, intacta. ¡Ah!, los granados cerca de la entrada a casa de los abuelos; ¡ah!, el té de hojas de naranjo en las mañanas frías; ¡ah!, las canicas transparentes para los juegos aprendidos de chico; ¡ah!, los dulces de biznaga, camote, calabaza y de leche antes de las primeras caries. ¡Ah!, la abuela en la cocina cubierta de sombras y humo de leña todo el tiempo. ¡Ah!, los jinetes rumbo al coleadero en días de fiesta. La huerta, las tardes interminablemente lluviosas. Los quinqués cuando empieza a oscurecer, las sombras en las paredes y vigas. El silencio del pueblo. Todo vuelto ceniza como víctima temprana de la Pandemia.
4.
Huichola
La huichola llega con un trozo de unicel y me muestra una colección de aretes artesanales en venta; aparece con blusa y falda estampadas de flores y el viento me bulle sus imágenes. Antes que la fuerza del aire la desplace le obsequio una fruta para que no se vaya con los ojos tristes de un sábado de muertos, los míos, los incinerados.
Dogville, septiembre 2020 (Inédito)
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