Estábamos en el pueblecito de Dane, en Eslovenia (da en esloveno es sí y ne, no, así que estábamos, bromeábamos, en La ciudad sí y la ciudad no del libro de Evtuchenko) y mi amigo el poeta italiano Maurizio Mattiuzza (hay que escuchar sus poemas en friulano para entender cómo una lengua es capaz de hacer que hasta la muerte cante) me propuso acompañarle a una lectura que daba esa noche al otro lado de la frontera. Antes tomaríamos un vino y luego cenaríamos algo, así que claro, le acompañé. El pueblo al que íbamos estaba cerca; lo que yo no sabía hasta que cruzamos su umbral es que se llama Medea. Medea, eso fue lo primero que vimos en su atardecer ya penumbroso, estaba habitada por espantapájaros. Había uno a cada puerta, en las plazas, en las rotondas. Tomamos nuestro vino un poco asombrados aún y buscamos el centro residencial Santa Maria della Pace de los padres Trinitarios, dedicado al cuidado de enfermos mentales, donde tendría lugar la lectura. Nos recibió un residente tocando una trompeta de juguete que nos acompañó hasta el lugar del jardín en el que preparaban los bancos, los micrófonos y las fiaccole para el acto. El acto consistía en la lectura, intercalada, de poemas por parte de los invitados y de los residentes (en la imagen, Maurizio Nemiz y Mauro Cominotto). En una esquina tres de las poetas residentes se reían a carjada limpia de las ocurrencias de una de ellas, Luigina Palumbo, que es ya una de mis poetas preferidas. Sus poemas hablan de la comida en la residencia, de los pequeños problemas que tienen entre los residentes (si pudiera pedir algo, dice uno de sus poemas, no pediría nada para sí misma, sino que otra de sus compañeras pudiera dormir por las noches y así la dejara tranquila). Uno de sus poemas breves dice:
Cada día Luigina sonríe
sólo si Renata ríe
Si no, nada
Y en la mayoría de sus poemas hay un presente que sabe lo que se acerca, y disfruta ya su vecindad:
A lo mejor hoy
nieva tiempo
de nieve cielo
casi blanco
estamos en invierno
se acerca el panettone
Cuando comentamos con uno de los responsables de la residencia el hecho de que muchos de los poemas hablan de viajes sonríe y nos dice que no se trata de ningún sueño, que sus residentes viajan mucho; el que está leyendo sus poemas en ese momento, por ejemplo, es el campeón del mundo de maratón en su categoría y acaba de pasar tres semanas en Shangai. Otro de los poemas de una de las compañeras de farra de Luigina habla de una visita a la biblioteca en la que se entretienen viendo guías de viaje y ella escoge la de Turquía. “No sé si me gustaría ir”, dice después de contar en su poema que ha estado viendo el telediario. Otro de los internos está escribiendo la Divina Comedia; por las mañanas lee una estrofa en el original de Dante, la rumia durante el día y por la noche la reescribe ya pasada por su crisol.
Los poemas de los residentes, llenos de comida, fiestas, recuerdos de infancia, se intercalan con los de los poetas invitados y cuando al final me invitan a sumarme lo hago a sabiendas de que no estaré a la altura después de lo que nos han dado todos estos poetas de las cosas simples, de los que dicen que tienen problemas mentales y que en esta tarde maravillosa nos han recordado cuáles son las cosas que importan. Pienso que mis sueños no son muy distintos de los de Igor Pausi, cuyos versos pueden leerse en la antología Poeticando, publicada por la Associazione Culturale Il Cerchio:
Un alba nueva
nació para mí
me desperté
y desde mi cuarto vi
el sol y el cielo
era hermoso y sereno
así entró en mi cuarto
un sol encendido
como una llama que calienta
mi corazón.
En la cocina había un perfume cálido
de dulces y café
la cocina sabía toda a mañana
la ciudad despertaba
bajo un azul turquesa
las horas pasaban
y el campanario daba
las horas las medias y los cuartos.
En las casas de mi ciudad se respiraba
un delicado perfume
mientras la campana sonaba y sonaba.
Cuando acabó la lectura cenamos con los internos ganchitos y agua. Admiramos aún más la labor de los responsables del centro, de sus programas de danza, de poesía, de teatro, de arte. Al salir a las calles de Medea los espantapájaros seguían esperándonos, pero no sentimos ganas de salir volando. Volábamos ya, con la rara certidumbre de haber entendido algo más de qué es la poesía y cómo convierte en una casa con alas el corazón del hombre.
(crónica de Martín López-Vega en el sitio "el cultural".)
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