Asilo Santa Leopoldina
Todos los días vuelvo a Maceió
Llego en navíos desaparecidos, en trenes sedientos,
En aviones ciegos que sólo aterrizan al anochecer.
En los estrados de las plazas blancas se pasean cangrejos.
Entre las piedras de las calles escurren ríos de azúcar
Fluyendo dulcemente de los sacos almenados
en los trapiches
Y clarean la sangre vieja de los asesinados
Luego que desembarco tomo el camino del hospicio.
En la ciudad donde mis ancestros reposan
en cementerios marinos
Sólo los locos de mi infancia continúan vivos
y a mi espera.
Todos me reconocen y me saludan con gruñidos
Y gestos obscenos o ruidosos.
Cerca, en el cuartel, la corneta que chilla
Separa la puesta del sol de la noche estrellada.
Los locos lánguidos bailan y cantan entre las gradas.
¡Aleluya! ¡Aleluya! Más allá de la piedad
El orden del mundo brilla como una espada.
Y el viento del mar océano inunda mis ojos de lágrimas.
(texto tomado de Mía patria húmeda, IVEC, col. Cuadernos de Veracruz; selección, traducción y nota de Jorge Lobillo, México, 2006.)
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