Después de una búsqueda concienzuda en las estanterías de
una librería de viejos de la Calle del Marqués de Viana, encontró un ejemplar
que le pareció adecuado: un Desgracia de J. M. Coetzee en perfecto estado.
Compró el libro, lo guardó en la mochila y se marchó con paso entusiasmado. Ya
en la calle, buscó un bar, entró, pidió un café con tres gotas de leche y
comenzó una larga serie de movimientos ceremoniosos y dilatorios hasta que,
finalmente, sacó el libro de la mochila. Lo puso frente a sus ojos y, con el
pulgar derecho listo para levantar la portada, le susurró “ayúdame a soñar”,
entonces se arrojó dentro del volumen.
Tras este episodio iniciático, se sucedieron muchísimos más.
Los investigadores están perdidos, no encuentran una explicación coherente, y
lo peor es que todo lleva a pensar que tanto hombres como mujeres van a
continuar desapareciendo dentro de libros.
Meses de pesquisas e indagaciones se mostraron absolutamente
inútiles, ninguno de los tantos y diferentes especialistas llegó a una conclusión.
La investigación va a seguir hasta las últimas consecuencias, afirma
-categórico- el Gobierno, pero lo que en verdad preocupa a las autoridades es
que el número de personajes en los libros involucrados en las desapariciones
jamás varió. Eso sí que es extraño.
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