A finales de los años setenta Enrique Lizalde, fallecido este lunes a los 76 años tras una larga enfermedad hepática, lideró el movimiento sindical más importante del país en el medio actoral al enfrentarse al Comité Ejecutivo de la Asociación Nacional de Actores (ANDA), que encabezaba Jaime Fernández.
Lizalde llegó a tener entre sus seguidores a más de mil compañeros, entre ellos algunos tan destacados como Claudio Obregón, Óscar Chávez, Enrique Rocha y Rogelio Guerra, quienes formaron el Sindicato de Actores Independientes (SAI).
Todo comenzó en mayo de 1977, con la inconformidad del grupo por la corrupción en el gremio, que acababa de reelegir a Fernández. El movimiento, que llegó a contar entre sus filas a cerca de mil 300 miembros, habría de durar poco más de cuatro años, hasta su desmembramiento total -sujeto a todo tipo de presiones e incluso pugnas intestinas- y la desilusión de su líder.
A los miembros del SAI se les discriminó, se les boicoteó, se les amenazó. Muchos perdieron sus fuentes de trabajo. Algunos se vieron precisados a regresar a la ANDA.
La revista Proceso siguió con puntualidad los acontecimientos, y fue ahí donde los actores independientes encontraron la tribuna que se les negó en el resto de la prensa en general.
Tras cuatro meses iniciales de estira y afloja, por intermediación de la Secretaría del Trabajo (ST) los disidentes llegaron a un acuerdo de nueve cláusulas con el Comité Ejecutivo de la ANDA, entre ellas la reforma estatuaria, la renuncia en pleno del comité ejecutivo, el desistimiento de registro de un sindicato independiente y la abstención de Lizalde para participar en las siguientes elecciones.
Pero como a los 60 días acordados no se celebraron las elecciones pactadas, presentaron su solicitud sindical, y a falta de una respuesta de la ST en los tiempos legales, el 3 de octubre decidieron, en asamblea, convertirse en sindicato de facto.
A partir de ese momento la ruptura y la división fueron absolutas.
La batalla duró todavía año y medio desde entonces, hasta la decisión de suspender las cuotas a la ANDA para cortarle “el oxígeno financiero”.
El nuevo dirigente de la ANDA, David Reynoso, dio por terminado el 7 de agosto de 1978 el plazo para que se reintegraran los independientes, y empezó a presionarlos al contratar exclusivamente a andistas en Canal 13, Conacine, STIC y otras fuentes de trabajo. Volvieron unos cuantos: Armando Silvestre, Kitty de Hoyos, Raquel Olmedo, Alejandro Ciangherotti, César Costa, Jaime Garza, Pilar Pellicer, entre otros.
El SAI llegó al grado de crear un “fondo de resistencia” para crear nuevas fuentes de trabajo.
En septiembre de 1979 la “hostilidad” -a decir de Lizalde- hizo mella en el grupo, provocando la renuncia de Héctor Bonilla; debido a ello Lizalde renunció también, no obstante que el 90% de sus miembros, por escrito, pedían su reinstalación, pero el líder se negó.
Claudio Obregón lo acusó de autoritarismo “en un movimiento que bregaba por la democratización de los actores”, y también renunció, calificando para Proceso al SAI de ser “un sindicato contestatario de un sindicato mayoritario, sin tener, ni en la realidad ni en la práctica, una definición de un sindicato”.
Sus miembros se entramparon: No podían regresar a la ANDA, pero tampoco seguir por el mismo camino. Bonilla lo dijo así en ese momento:
“No queda ninguna opción, por el momento, a los actores disidentes. ¿Retornar a la ANDA? No, porque sería retractarse de una posición que dignificó al movimiento. ¿Negociar?, ¿con qué fuerza?”.
Relevaría a Lizalde Rogelio Guerra. En diciembre de 1985, se asentó el acta de defunción del SAI, cuando en un comunicado sus miembros acusaron a las “autoridades competentes” de “incongruencia manifiesta para resolver la conflictiva situación de los actores independientes, y denunciaron que fueron sometidos “a los intereses políticos de un sistema sindical que conviene al aparato gremial del país, que no entiende la pluralidad sino en términos de migajas parlamentarias, pero nunca en organizaciones sindicales capaces de promover la participación de los trabajadores en la consecución de verdaderos objetivos de clase, bajo principios que permitan transformar el injusto trato a sus urgentes demandas”.
Firmaron Rogelio Guerra, Oscar Chávez, Graciela Doring, Enrique Gilbert, Pedro Gurrola, Carmen Sagredo, Luis Aguilar, Claudio Brook, Miguel Córcega y Enrique Lizalde.
“Hay el riesgo de que vayamos a una lucha larga y dolorosa, inclusive con sufrimientos para los actores disidentes”, había señalado Lizalde en los inicios.
Y así fue.
(El SAI se hizo visible en cada función de la Compañía Nacional de Teatro, ya que al final, el elenco salía a dar las gracias por los aplausos con una playera en que exhibían las siglas de su militancia; en su momento el director de teatro, José Solé, reconoció haber sido de los impulsores de la organización sindical; ese impulso democratizador hizo que, incluso, Irma Serrano y su teatro Frufrú fueran parte del movimiento, y actores muy visibles, de formación teatral, como José Alonso, estuvieran en primera fila. Parece que Armando Ponce no recuerda esta faceta del movimiento. Nota en el sitio "proceso".)
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