El huracán Sandy se ha convertido en el protagonista de los medios de comunicación… desde que está en Nueva York. Sandy es más Sandy ahora. Previamente, la cobertura que se hizo de él a su paso por República Dominicana, por Haití o Cuba, en donde dejó 60 muertos, no es que fuera inferior, fue insultantemente menor. Los 16 muertos de Nueva York pesan más que los 44 de Haití, que a diferencia de la ciudad estadounidense, tuvo que hacer frente a un huracán con el país sembrado de campos de refugiados por el terremoto de hace dos años, ahora olvidados por la Comunidad Internacional.
La cobertura mediática de Sandy en Nueva York es un reflejo más de, me van a perdonar lo directo de la expresión, lo podrida que está esta sociedad. ¿En qué punto hemos perdido tanto el norte? ¿Cuándo olvidamos por el camino la humanidad en favor de la noticia espectáculo con escenografía de película? Y es que la cobertura fotográfica de la llegada del huracán tiene algo de cinematográfico, de una de esas tragedias tipo El día de mañana (2004).
¿Vieron una cobertura tan masiva y con tanto lujo de detalles de Sandy en Haití, por ejemplo? Allí, sin duda las imágenes debieron de ser espectacularmente descarnadas, pero no, no concedimos al pueblo haitiano la oportunidad de volver a recordarnos que no cumplimos con las promesas de ayuda humanitaria tras el seísmo de 2010. En su lugar, es mucho más espectacular ver los rascacielos, ver Times Square cubierta con negros nubarrones, trombas de agua y vientos de más de 100 kilómetros por hora. Lo vivimos como más cercano, como más nuestro, con o sin palomitas de maíz, aunque no suceda lo mismo cuando un tifón asola una urbe asiática.
Quizás deberíamos pensar, no tanto si está ajustada la cobertura de Sandy en Nueva York -en la recta final, además, de la campaña electoral- sino si lo estuvo cuando asoló el Caribe con mayor virulencia, con mayor crudeza… con mucha mayor mortandad. Y si su respuesta continúa siendo que en ambos casos fue correcto el tratamiento, la maldita agenda informativa se habrá vuelto a salir con la suya, sumiéndonos en un colapso moral tan profundo que ni siquiera reparamos en ello.
(Durante los terremotos de 1985 en México todo mundo salió a la calle si no a ayudar o a estorbar por lo menos a ver qué había pasado, cuál era la magnitud del desastre, mientras que las autoridades federales permanecieron en Los Pinos contemplando los hechos "filtrados" por las televisoras y Jacobo Zabludovsky. Hubo quienes, como ahora en EEUU, hicieron compras de "pánico" de cerveza, alcohol, pizzas y palomitas. En Haití no hubo tiempo ni de santiguarse. Nota de David Bollero en Público online.)
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