A Olga Orozco la envuelve un halo de hermetismo y rigor: un cierto grado de dificultad para acceder a su poesía, el lenguaje barroco, la preferencia por lo nocturno y lo esotérico. Resulta extraño imaginar fuera de su identidad de poeta oficiante, maestra de ceremonias oscuras, a la autora de “Pavana para una pequeña difunta”, legendaria por sus lecturas, su presencia, su voz hipnótica. Sin embargo, Olga Orozco trabajó como periodista y, dentro de su amplia producción, se destacó su trabajo en la revista Claudia, el mensuario para público femenino fundado por César y Mina Civita en 1957 que cambiaría por completo el concepto de publicación “para mujeres”: sí, Claudia –de más de cien páginas, una revista refinada y cara– tenía una amplísima sección de moda y traía figurines pero también traía notas sobre el Di Tella, la nouvelle vague o Simone de Beauvoir; tenía colaboradores como Raúl Gustavo Aguirre, Pedro Orgambide, Miguel Brascó o Kive Staif; publicaba cuentos de Calvino y Bradbury. No era, en fin, una revista para amas de casa sumisas: era una revista para mujeres sofisticadas, modernas.
Olga Orozco no fue una colaboradora más de Claudia: usaba ocho seudónimos para firmar en la revista y, con frecuencia, era autora de cuatro o más notas, algunas de extensión insólita –diez, doce páginas–. Una pequeña parte de ese trabajo acaba de compilarse en Yo, Claudia con selección y prólogo de la poeta y docente Marisa Negri.“Conocí a Olga en una charla en el ICI, a mediados de los ’90”, cuenta Negri. “La fui a escuchar y recuerdo que me emocioné mucho, lloré toda la lectura. Después me acerqué a ella y le regalé unas runas. Ella me prestó atención y me dijo ‘usted y yo tenemos que hablar’. Empecé a visitarla, a tomar el té con ella todas las tardes. Y allí me habló de Claudia y sus seudónimos, de cómo le permitían juegos. Cómo, en verdad, esas distintas firmas eran heterónimos.” Escribe Negri en su prólogo: “Fue Valeria Guzmán para el consultorio sentimental con las lectoras; Martín Yanez para sus agudas críticas literarias; Sergio Medina para las notas sobre avances técnicos o sobre estrellas de Hollywood; Richard Reiner para los artículos esotéricos; Elena Prado o Carlota Ezcurra para notas de vida social o puericultura; Valentine Charpentier para escritos biográficos y de viajes y hasta el desafortunado Jorge Videla (ella misma se asombraba de la elección de ese nombre) para algunas notas sobre el tango u otros temas considerados ‘masculinos’”.
La gran estrella de Yo, Claudia es Valeria Guzmán, la consultora sentimental. Irónica cuando hace falta, cálida con las adolescentes candorosas, implacable con los machistas, esta Olga/ Valeria es una delicia de humor que se toma a los lectores muy en serio. A una Mirta P. de Capital que quiere cambiarse el color de ojos, le dice: “Es posible cambiar el aspecto cromático de los ojos. Para enrojecimientos transitorios te recomiendo picar cebollas, envolverte en una nube de humo espeso, provocarte intensos dolores físicos o lamentables fracasos sentimentales”. A una Marilú de Capital que encuentra los abrazos de su novio “contrarios a su educación puritana” le dice que “lo importante es saber si va en contra de sus sentimientos”.
La misma mezcla de diversión y seriedad se puede encontrar en sus reseñas bibliográficas, firmadas como Martín Yanez. Con gran despreocupación, por ejemplo, reseña duramente Del otro lado de Paco Urondo (“despliega una poesía fácil, conversada, una actitud ‘espontánea’ enemiga de la pose y el asombro, pero traicionada muchas veces por elementos rebuscados que se acoplan a intrascendencias y a lugares comunes”) y Satori en París de Jack Kerouac. (“Autenticidad o pose, nada de lo que dice para explicar su nuevo estado es trascendente.”) Pero quizá el seudónimo con el trabajo más notable sea Valentine Charpentier –el favorito de Olga, según confesaba–, especialista en perfiles, historias y actualidad. En Yo, Claudia se incluyen extensos artículos sobre Marie Curie, Gala, Lord Byron, Katherine Mansfield, mujeres piratas, mujeres del Renacimiento, mujeres al volante, la melena masculina y hasta Jorge Luis Borges. Son textos muy largos, investigaciones minuciosas, de biblioteca, escritas con espíritu de divulgación y con mucho estilo. Sobre Borges escribe: “Un hombre borroso, un hombre que, a fuerza de negar el destino comúnmente anecdótico de cualquier hombre, parece estar logrando que lo invada una sustancia neblinosa, un laborioso aire que lo esfuma”. Sobre las mujeres del Renacimiento arranca con una frase muy Orozco: “Hay una época en que el cielo de Italia abre sus celajes sobre una larga fiesta de esplendores”.
“Es increíble su erudición en tantos temas distintos”, dice Negri. “Escribe sobre Gardel, y es notable, es un texto que aún hoy es bastante polémico. Escribe sobre Marilyn Monroe y se manda un artículo que parece de novela negra. Cuando escribe sobre mancias, Nostradamus y videncia va de Swedenborg y Kant a los ornitorrincos. Lo cubrió casi todo.”
A Marisa Negri –que en 2009 compiló poesía de Orozco en el libro El jardín posible– le interesa, casi tanto como recuperar el trabajo periodístico de la poeta, que se descubra a esa mujer que ella conoció, tan diferente a la imagen de intelectual distante de lectura ardua en la que está congelada. “Olga era divertidísima. Tuvo un bar, que se llamaba La Fantasma. Era rara y deliciosa. Tenía perspectiva de género, te hacía reír, no hacía nada de taco. Fue mi maestra: rescatar su trabajo, que ella había disfrutado y respetaba mucho, es un compromiso que estoy cumpliendo.”
(Otra cara oculta de la poeta argentina: sus heterónimos masculinos, entre éstos el de un militar despiadado y sanguinario. Nota de Mariana Enríquez tomada del sitio "radar libros" en Página/12, Clarín, Buenos Aires.)
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