Antes que se desvanezca
la tarde en brazos desconocidos
te detienes donde alguien espera
a otro alguien, alguno desea
a quien.
Ves que pasa el de ojos
ágata como ajeno felino
que ha perdido el don
de fijarlos en algunos.
Ese no, dices, tampoco
aquel de mirada vidriosa
como vitral que se vendrá
en astillas, en trozos inevitables.
Tampoco ese, repites, que
no llega porque ahí está
como el agua detenida
que no duplica nubes ni bocas.
Ni siquiera yo que no espero
ni encuentro, ni despedida de nadie
ni puerta abierta, ni pulso
que me sostenga ni sol fundido.
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