sábado, 28 de abril de 2012

Cuando ligas a uno más guapo que tú

Hace unos meses, un amigo me enseñó los cuatro acuerdos toltecas: “No supongas, hacé todo lo mejor que puedas, honrá tus palabras y no te tomes nada como algo personal”. Desde entonces se me aparecen cada tanto como un ritornello, que entre otras cosas me sirve para lidiar con la locura generalizada en los websites de contactos gays. Un ejemplo es el caso típico de los que te desbloquean las fotos privadas y te mandan un mensaje: “Tu perfil me re va”. Desbloqueás las tuyas y nunca más. Ante la falta de respuesta empieza la locura: le parecí feo, o primero leyó mi perfil sin prestar atención, y cuando desbloqueé mis fotos, leyó el perfil con detenimiento y descubrió mi “status de VIH positivo” que antes no había visto. Ahí acuden a salvarme las palabras mágicas: “No te tomes nada como algo personal”, y me olvido del asunto. A pesar de que me dedico a escribir desde hace muchos años, soy un queso escribiendo anuncios de contactos, siempre me admira la capacidad de algunos para redactar los suyos. Cada tanto renuevo el texto y las fotos como quien cambia la carnada. En la última versión uso los acuerdos toltecas y sigo con una lista de las cosas que me gustan y las que no, ya no tan referidas a lo sexual porque con el tiempo aprendí que el sexo es fácil de conseguir más allá de lo que uno escriba, muy pocos son los que lo leen y además lo que más difícil me resulta es el antes y el después.

Hace unas semanas tuve una cita con un chico que en el encuentro, más que en las fotos, me deslumbró, quizás el más hermoso con el que estuve en años: alto, robusto, sexy, dueño de todos los lugares comunes que a uno se le ocurren para describir la belleza. Nos habíamos encontrado a unas cuadras de su casa. Al verlo tan lindo pensé que no me iba a dar bola. “Hacé todo lo mejor que puedas”, me dije y con algo de esfuerzo superé la timidez: “¿Caminamos?”, le pregunté, y después de cinco cuadras de conversación me dijo: “Vivo acá. ¿Querés subir?”. Me ofreció unos mates y seguimos conversando hasta que los mates estuvieron lavados. La belleza me intimida. Cuando llegamos al límite de lo que mi ansiedad me permitió aguantar, me puse de pie, él se levantó también, nos acercamos y empezamos a besarnos. No sé cuánto tiempo pasó, pero fue mucho y los dos seguíamos con la ropa puesta, también en la cama. Como estábamos en su casa, habría preferido que fuera él quien se sacara la primera prenda, pero el momento no llegaba. En su perfil figuraba como seronegativo, entonces pensé que no se sacaba la ropa porque tenía miedo del VIH, y de nuevo volvieron las palabras salvadoras “¡No supongas!”. Empecé yo, siguió él, los zapatos y las medias primero, la remera después... Yo ya estaba en bolas y él tardaba más de la cuenta en sacarse los calzoncillos; me decidí y se los saqué de un tirón.


(crónica reproducida de la columna "Soy positivo", de Pablo Pérez en Página/12.)