Un invierno en Lisboa
Es verdad que Lisboa, en invierno, no tiene
la consistencia de una ciudad del norte. El aire
es húmedo, el frío no cala en el alma, y no
encuentras los blancos puros, ni los grises que
resisten, ni siquiera el sentimiento inquietante
de que el mundo se detuvo bajo la mortaja celeste.
Las ciudades, sin embargo, engañan. Y en Lisboa,
en invierno, hay quien sufre con la soledad que
cae con la tarde. Un final de frase puede traer
consigo la percepción de la muerte; y ninguna palabra
conseguirá dar un sentido a quien no sabe
qué camino seguir, o en qué café entrar.
En Lisboa, en invierno, puede verse, de vez
en cuando, una mariposa perdida entre
los coches mal aparcados. Sus alas
no brillan; y puede hasta dudarse
si estará viva o muerta. Pero cuando los dedos
se acercan para cogerla, se mueve;
parece huir, pero finalmente cae al suelo.
Es verdad que, en invierno, poco más le queda
a una mariposa que morir. Pero quien ve
en ella la ilusión de que la primavera ya se aproxima,
se pregunta después: ¿Es esto la vida? ¿Crisálida
de nada, vacío, angustia de nunca haber sido?
(texto tomado del blog "rima interna", traducción de Martín López-Vega, El Cultural.)
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