sábado, 21 de marzo de 2020

Uriel Martínez (1950 )


                                                            foto de carlos segura pérez




 HERIDAS  LATENTES:
JUAN TOVAR, ARMANDO GARCÍA Y DARÍO GALICIA
                                                                   Uriel Martínez
1.       Hace cuarenta años subió por vez primera a escena la obra La madrugada, corrido de la muerte y atroz asesinato del General Francisco Villa, original del dramaturgo Juan Tovar  (Puebla, 1941-2019), pieza en que desde la primera página el autor fija su "arte poética", a propósito de su visión social del papel que cumple el teatro en la memoria del pueblo. Ahí confiesa: "Representar el pasado es repasar el presente. Contamos historias viejas para ir corriendo la nueva, como la máscara nos otorga cara con qué mirarnos a la luz del sol que es otro cada día". Es decir, repasamos el pasado como necesidad de entender el presente y para trazarnos un futuro más claro, quizá producto de la reflexión y asimilación de hechos sucedidos en nuestra historia. En el caso de esta obra, revisar críticamente el fenómeno social más destacado en las primeras décadas del siglo XX, la Revolución Mexicana a partir del liderazgo de uno de sus caudillos más entrañables: Doroteo Arango.

Su autor precisa su visión de hechos sucedidos hace más de un siglo: “La Revolución no murió de muerte natural. La mataron a mansalva, y la embalsamaron con tan mala maña que ya es pura pudrición. Y todavía su alma en pena alumbra la noche de los corazones. Cada generación trae su nostalgia de ese momento en que la tierra se quiso libre y jugó el todo por el todo.” (1)

A lo largo de cuatro décadas, Juan Tovar desarrolló una saga sobre la historia de su país: ya se ocupaba de Antonio López de Santa Anna en ” Manga de Clavo”, de Antonieta Rivas Mercado  en” El destierro”, del México prehispánico en” Las adoraciones”. Puede afirmarse que Tovar tomó la estafeta que le heredaron dramaturgos como Rodolfo Usigli con ” El gesticulador” (1938) y Sergio Magaña con “Moctezuma II” (1953) y “Los signos del zodíaco” (1951). Piezas que trazaron un hito en la primera mitad del siglo pasado.

 Dentro de su quehacer como docente, Juan Tovar impartió cursos para actores en  formación, guionistas de cine y televisión y de dramaturgia. En la década de 1980 estuvo al frente  de un taller de composición dramática en la UAM a donde asistió Armando García (Trancoso, Zacatecas, 1952-2013), quien pronto iniciaría la aventura escritual de “ María Santísima”, quien a su vez retoma episodios de la historia para recrearlos en ”Dónde quedó la Revolución Mexicana” , ya como entrenador actoral en la Universidad de Chapingo. Pero de qué trata “María Santísima”. El poeta David Huerta escribió:

2.
“Nadie sabe dónde están los habitantes del pueblo de María Santísima. De un día a otro han abandonado sus casas. Han dejado vacía la iglesia del lugar.” Ellos , los prófugos, han llegado al desierto. Pero el desierto no tiene fin, es inmenso como el mar y vivo, cambiante como el mar, es un ancho camino en que se cruzan todos  los abismos; es el dominio del vendaval y la duna; la pesadilla de la arena quemante, infierno de día y ventisca de noche. Guiados por Jacinto, el líder mesiánico, tras ellos van el cacique del pueblo y el obispo de la región y sus guardias blancas. Los peregrinos buscan la tierra prometida, una utopía llamada Herida de Cristo. Esa es la meta trazada antes de huir de su pueblo. (2)
  Corría el año de 1986 cuando ocurrió la consagración de Armando García como dramaturgo, a sus 34 años de edad. A partir de “María Santísima”, bajo la dirección de Luis de Tavira, se le comparó con Miguel de Cervantes por las afinidades entre su obra y “El cerco de Numancia”, con Juan Rulfo y sus criaturas que huyen del hambre y la miseria en “Nos han dado la tierra” y “¡Diles que no me maten!”, con García Márquez y las escenas líricas;  la fusión en el espectáculo de teatro, danza, cine y composiciones plásticas que remitían al Francisco Goitia de “Tata Jesucristo”, a lienzos de Manuel Rodríguez Lozano y Ricardo Martínez.  Según Severino Salazar (3): la puesta en escena de MS se convirtió inmediatamente  en un éxito de taquilla y de crítica.
Como señaló el crítico Bruce Swansey en su momento (4): “El encuentro entre Armando y De Tavira sin duda es afortunado: texto y montaje colaboran en un proceso que atrapa el delirio, el desierto, la utopía libertaria y crean un escenario en el que mágicamente aparecen y desaparecen –devorados por la arena- sillas, palomas, cadáveres”.
Después de su intervención actoral en “La madrugada”, de ocuparse como docente en el Centro Nacional de las Artes (Cenart), en el Instituto de las Artes de la universidad de Hidalgo y en la de Chapingo y de haber colaborado como creador en el grupo de danza Barro Rojo, Armando García Martínez murió a los 61 años de cáncer en los huesos. Era el 30 de abril del año 2013. Dejó sus manuscritos inéditos del drama aquí comentado y de “Antígona”, una paráfrasis del clásico griego y de “Dónde quedó la Revolución Mexicana”, además de cuentos, poemas y de crítica.
3.
Conocí al poeta Darío Galicia en la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM) alrededor de 1975, ambos coincidíamos en los talleres de poesía impartidos en la misma Universidad, coordinados por los chiapanecos Óscar Oliva y Juan Bañuelos. Él tendría 22 años y el cuerpo espigado y armonioso como aquellos que se han entrenado en la danza; portaba bufanda y vestía pantalón de pechera (overol) de mezclilla azul. Leía a Virginia Woolf y a Sylvia Plath en tanto asistía a Letras Inglesas. Usufructuó la beca Salvador Novo para poetas jóvenes y pronto sufrió dos aneurismas cerebrales. Ahí empezó la decadencia de su salud y de su cuerpo e inteligencia brillante; y nació gradualmente su leyenda.

Se decía que Darío había sufrido una lobotomía a petición de sus padres para borrarle sus inclinaciones a la poesía y las sexuales. Estuvo desaparecido de los corredores de FyL una temporada. Cuando apareció ya no era aquel muchacho de porte de dandy con un cigarrillo en la punta de los dedos, de cuellos altos, de mascada o bufanda. Ahora tenía un ojo semicerrado y hablaba y caminaba lento. Quizá un día se recobraría.
 El poeta Darío Galicia (1953-2019) publicó en vida dos poemarios, “Historias cinematográficas” (BUAP, 1987) y “La ciencia de la tristeza” (UNAM, 1994), posteriormente reunidos en un solo volumen en 2019 en Barcelona (Ediciones sin fin) con este último título.
Crecía la leyenda negra del poeta de padres humildes y ancianos: vivía en una vecindad, hijo de una madre costurera y un papá taxista, quienes lo encerraban en un clóset como castigo a su vocación. Se le había visto fugazmente en el centro histórico de la ciudad de México, a las puertas de una librería donde gritaba:  “Yo soy Carlos Monsiváis” o “Yo soy Carlos Fuentes”;  y proseguía su camino con sus bolsas y sus pertenencias. Se le había observado entrar en un café y restaurante Sanborn’s  en actitud de quien busca a alguien o busca un lugar para sentarse (quizá a pedir un vaso de agua). Antes de recibir un desaire de las meseras o de una queja de algún cliente, el poeta abandonaba el lugar.
Aquél Darío Galicia Piñón fue comparado con un dandy que se le vio un día atravesar las Islas de Ciudad Universitaria antes de dirigirse a la  delegación Iztapalapa, donde vivió sus últimos años, aquejado de diabetes:

“Suyo es el testimonio de que a las 9 de la noche ‘el humo de las fábricas cercanas/ ha llenado mi habitación’. Unidades habitacionales destartaladas, el drenaje corroído por la iniquidad, el rencor social picándolo todo. Óscar Wilde en Iztapalapa, a merced de conejos y chacales…” (5)

El poeta “renació” de modo efímero gracias al fotógrafo Javier Narváez que lo capturó vagando por el Centro Histórico, la escritora Ana V. Clavel hizo un reportaje de investigación (6), con gran impacto en las redes sociales y quien propuso hacer aportaciones voluntarias para el Darío en desgracia y con una salud precaria. Ese mismo años, 2019, se le organizó una comida por la escritora y sus antiguos amigos Infrarrealistas. El poeta recibió una máquina manual Olivetti Lettera y una carta de su amiga poeta, actriz y bailarina Vera Larrosa. Como regalo de cumpleaños. Era 24 de julio, su cumpleños 66, sin saberlo fue a un tiempo la despedida pues falleció en un hospital público el 30 de diciembre de ese año.



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(1)    Tovar, Juan,“La madrugada, El destierro, Las adoraciones”, edición  Universidad Autónoma Metropolitana, col. Molinos de Viento, México, 1981.
       (2) Huerta, David, “Peregrinos alucinados”, revista Proceso, México, 6 septiembre 1986.
      (3) Salazar, Severino, “Zacatecas, cielo cruel, tierra colorada. Poesía, narrativa, ensayo, teatro             (1868-1992)”, Conaculta,
      (4) Swansey, Bruce, “María Santísima”, revista “Proceso”, 19 julio 1986.
      (5) Guzmán, Mario Raúl, epílogo a “La ciencia de la tristeza”, Barcelona, 2019.
      (6) Clavel, Ana V., “Darío Galicia: el Infra que faltaba”, suplemento cultural “Laberinto”, diario Milenio, 7.VI.2019


                                                                                               Dogville, febrero- marzo 2020



1 comentario:

Janial dijo...

Mientras me hago con el corrido, ahí dejo esta reseña que me he encontrado de Juan Tovar:
"Ay de ti, Francisco Villa, te mataron a traición muchos hombres emboscados y Dios que te abandonó."