Recuerdo que en dos ocasiones escuché de Carlos Montemayor el comentario que aquí traigo; la primera vez, en la presentación de Las armas del alba allá por 2003 en el Museo Regional de La Laguna; la segunda, apenas dos semanas antes de morir, en una breve charla sostenida con alumnos de la Normal Superior de Gómez Palacio. Dijo el escritor parralense que unas pocas horas después del asalto al cuartel militar de Madera, Chihuahua, leyó en los periódicos de la ciudad de México, donde hacia sus estudios en la UNAM, que los jóvenes participantes en aquel acontecimiento eran calificados como delincuentes, revoltosos, gavilleros y demás. No cito textualmente, pero creo que soy fiel a las palabras del maestro Montemayor: señaló que le pareció sumamente extraña la categorización que los medios hacían de los guerrilleros, pues él había tenido la oportunidad de trabar relación con algunos y sabía que lejos de ser delincuentes, los caídos en el emprendimiento revolucionario contra el cuartel de Madera eran personas nobles, preparadas y generosas, con un sentido de la justicia muy afinado y congruentes en todo sentido. Aquel día a Montemayor le quedó claro, cuando aún era estudiante universitario, que los hechos de esa naturaleza, críticos al poder, contaban con dos versiones: la que ofrecían los medios al servicio de los intereses de unos cuantos, y la otra, la verdadera, oculta en montones de brumas deliberadamente creadas para que el dato cierto no tocara la luz, lo que desde entonces determinó en él la necesidad de formarse como investigador y esclarecedor de la verdad en temas relacionados, en general, con los grupos guerrilleros del país, y, en particular, con el caso de Madera.
Esta necesidad de Montemayor es la misma que palpita a corazón abierto en las páginas de Madera, razón de un martirologio, del profesor lagunero José Santos Valdés. Escrito entre abril y octubre de 1967, Madera es un documento valioso no tanto para entender el hecho en sí, el asalto al cuartel, que en términos reales ocupa una parte breve del libro, sino los antecedentes que dieron pie a la desesperada iniciativa de un puñado de jóvenes radicalizado en la idea de oponerse a un estado de cosas notablemente injusto.
El profesor Santos Valdés, autor de una amplia bibliografía que ojalá siga revisitando las imprentas, escribió su Madera casi al calor de los hechos, cuando todavía no se había disipado el olor a pólvora del asalto. Es por esto, quizá, que la información disponible para reconstruirlo resulte todavía vaga, sostenida en documentos recién elaborados y en no pocos casos contradictorios.
Más importante en este libro es, creo, el propósito que lo anima, un propósito insinuado desde el mismo título. Donde leemos “razón de un martirologio”, lo que debemos entender es que el estudio no tratará de describir pormenorizadamente el asalto, sino los resortes que lo motivaron, de ahí el largo recorrido monográfico por la realidad de Chihuahua a principios de los sesenta, de ahí la detalladísima exposición de las condiciones que guardaba esa entidad que hasta le fecha sigue siendo, como todas las mexicanas, mártir, sacrificada por la ambición y la rapiña de sus inmensos recursos naturales.
El profesor lagunero entendió bien, a dos años del asalto al cuartel, que el hecho no fue un exabrupto de unos locos o, mucho menos, un zarpazo de la delincuencia, sino el gesto de unos jóvenes convencidos de que se habían dado en Chihuahua las condiciones de injusticia como para emprender la lucha armada. El libro trata entonces de explorar el pasado inmediato al asalto, principalmente el relacionado con las condiciones de vida, profundamente desiguales, de privilegiados y desheredados, de suerte que al leerlo comprendemos mejor (no mejor, sino bien) la lógica del proyecto encabezado por Arturo Gámiz García y Pablo Gómez Ramírez.
El libro consta de catorce capítulos, un apéndice fotográfico y un colofón. En estricto sentido, sólo el capítulo 11 está estrechamente vinculado al asalto al cuartel. Los otros, como dije líneas antes, son el andamiaje que sostiene, con abundancia de datos estadísticos, históricos y sociológicos, la lógica del asalto. Esto es importante en un tema de esta índole (más si lo ubicamos en el contexto de su redacción), pues en aquel momento el control y la cerrazón de los medios de comunicación eran casi absolutos, de suerte que lo más escaso era la información y el análisis confiables, al menos las cartas completas sobre la mesa del ciudadano de a pie. El profesor Santos Valdés, hombre comprometido hasta los tuétanos con la verdad de los desvalidos, hizo en Madera un aporte importante, fundamental incluso, a la historia de los movimientos revolucionarios mexicanos que luego, en la década de los setenta, tendrían mayor ímpetu y recibirían del implacable echeverriato la represión atroz por todos nosotros conocida.
Vuelvo al arranque de esta vertiginosa y muy superficial reseña: así como Carlos Montemayor enfatizó, en los veinte años recientes, que a los héroes de Madera se les difamó con todo tipo de adjetivos ruines y que su trabajo narrativo e histórico serviría para vindicarlos, Santos Valdés, el humilde y generoso profesor lagunero José Santos Valdés, escribió en 1967 que “los mártires de Madera fueron eso: Mártires y de ninguna manera bandidos y salteadores como los calificó precisamente el hombre que tiene la culpa de que hayan muerto”. Cumplido, creo, fue ese objetivo en Madera, razón de un martirologio.
Madera, razón de un martirologio, José Santos Valdés, Universidad Juárez del Estado de Durango, Durango, 2011, 214 pp.
(El profesor José Santos Valdés fue secretario privado del general Lázaro Cárdenas del Río, gracias a su iniciativa se fundaron las Escuelas Normales Rurales de México. El libro Madera es edición facsimilar del original, por lo que los editores decidieron mantener la errata de la portada "martiriologio". La reseña se tomó del blog "rutanortelaguna" del escritor Jaime Muñoz Vargas. En la librería La Azotea de Zacatecas se encuentran ejemplares para el interesado.)
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