Nuestra cultura política tiene una raíz dictatorial que no muere al pasar de uno a otro siglo. Tenemos el ejemplo del periodismo que se ejercía en el siglo XIX mexicano, en que aquel que no se alineaba con el dictador en turno era "víctima" de un cañonazo de 50 mil pesos, una diputación, la cárcel o el exilio en los Estados Unidos. Aun así, en esa centuria floreció y se multiplicó el quehacer periodístico expresado en prosa y en dibujos que tarde o temprano socavaron el poder piramidal e incuestionable.
También la literatura dio cuenta del desempeño de sus modelos sociales. Así, obras de plumas como la de Valle-Inclán resumieron en un personaje el habla y el ejercicio del poder en Tirano Banderas, a esta le siguieron una cauda de obras que desembocan en el retrato de caciques como el paradigma mexicano creado por Juan Rulfo, Gabriel García Márquez y un enorme enorme etcétera.
Pero sucede que los dictadores no mueren, se reproducen como conejos que siguen amenazando a la prensa y al ejército raso de los reporteros. En la semana trascendió el estilo en que Hugo Chávez se dirigió a la reportera corresponsal de un medio internacional, Andreína Flores, venezolana, al cuestionarle acerca de los dudosos resultados de las elecciones en Venezuela, evidentemente manipulados por el dictadorzuelo que ha estatizado incluso la televisión de paga y ha cerrado medios y amenazado e investigado a directivos y a la propia corresponsal.
Así, el reportero se ha visto y se verá enfrentado a varias amenazas al mismo tiempo: el que emana del poder instituido desde la punta de la pirámide, el Estado, y el que emerge de los sótanos más oscuros de la sociedad, el hampa y sus secuaces. Ponemos al alcance del probable lector el nexo de una nota aparecida en El País, en que se cuestiona el poder excesivo y enfermizo de un ex militar ahora entronizado.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/Pavor/criticas/elpepiopi/20101001elpepiopi_3/Tes
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