domingo, 8 de diciembre de 2013

LAS CENIZAS DE SEVERINO SALAZAR

7:55 A. M.
La niebla ha cubierto la ciudad. Acampa con su vaho sinuoso y repentino como quien busca posesionarse de espejos, lagos y estanques. Detrás de los cristales sudados los cuerpos han cobrado movimiento: quieren contrarrestar las bajas temperaturas con bebidas humeantes. La maleta de viaje ha sido cerrada. Los guantes, las llaves, los obturadores, las persianas, la bufanda, la puerta, la billetera, el celular, las vitaminas, los pañuelos desechables, el cuaderno de viaje. Todo ha sido corroborado, guardado y verificado. Nos alejamos de la niebla que ha invadido la ciudad, nuestro cuerpo, la madrugada.

10:05 A. M.
Hace ocho años tus cenizas cupieron en una urna de madera fina y ahí los tuyos depositaron quejas oraciones y conjuros para demorar la partida. Conforme a tus indicaciones una parte de esos rescoldos fueron llevados al mausoleo familiar, otra al potrero en que fuiste feliz y el resto, señalaste, estaría en tu obra póstuma, que hoy conoce la luz pública. Pero he aquí que nadie te recuerda. A la cita acudieron sombras y vagas presencias.

12:45 P. M.
De pronto te percatas que has fallecido por segunda vez. Eres parte de un guión que nunca nadie leyó, un argumento del que nadie se hizo cargo. Una trama estúpida del lado que se le vea. De repente te viene a la memoria tu última etapa en hospitales, en salas de emergencia, tú en calidad de pasajero en una ambulancia cualquier tarde de domingo o día de asueto; era el compás de espera que empezaba a ahogarse pues el responsable de suministrarte la droga contra el dolor, había desaparecido. Fue entonces que alguien te extendió la piadosa bolsa de polietileno para acabar de una buena vez con ese dolor recurrente; y una y otra y otra vez dijiste "No quiero", hacías a un lado el regalo siniestro. Maldita suerte la de los creyentes, maldita religión que te condenó a beber hasta las heces tu cáliz: el libreto concebido por un imbécil. Así tenía que suceder, te dices, como  las historias dramatizadas en la radio bajo el patrocinio de jabones de tocador y la brillantina perfumada que te aplicaba el peluquero luego de cepillarte los pelos de hombros y orejas, de aplicar la dosis de alcohol en los alrededores de la nuca; antes de sacudir la manta (como quien espanta los malos espíritus).Cada cinco sábados te llevaban con Román el peluquero al corte, oficio del que aprendiste cómo se afila la navaja en el trozo de cuero de res curtido; cómo se oyen las tijeras cuando pasaban cerca de las orejas; cómo te erizaba la piel la máquina desgastada al correr por el epicentro de la nuca. Todavía tus cenizas en la urna sienten la brocha enjabonada y tibia cuando pasaba como una caricia, ahí, donde un día te sumergieron en el agua; otro día al plantarte alguien una pedrada certera; y otro día más las yemas de una mano que te atrajeron al precipicio.

16:05
Tú sabes que no volverás, sabes que los restos esparcidos un día ventoso en las veredas de infantes se perdieron entre las breñas y huizaches, en la corriente de agua que en verano bajaba de la Sierra Madre. Hace ocho años que no baja sin sangre, desde aquel entonces en que era posible caminar de madrugada en los alrededores de catedral, envuelto en gabán, o con un sarape, o una chamarra de cuello de borrega. Con lo que tuvieras a la mano. Pero aquel montón de cenizas fue volcado en tres partes; la que se esparció aquí cerca con el viento fue a dar "en casa de la chingada", abierta las 24 horas del día.

21:57
Para no perder la costumbre, te has lavado la boca con bicarbonato de sodio y gotas de limón. Los labios encallados en maldiciones no articuladas ni proferidas guardan en las comisuras el poema que nunca escribiste en endecasílabos; tu pluma en cambio alimentó el alejandrino emboscado en prosa, en largas tiradas y aliento sostenido para escribir aquella historia de los amantes secretos, llevados al fin al tribunal del Santo Oficio. Concluido el aseo vas al lecho y abres el libro de lectura suspendida la noche anterior. Lo abres y lees al tiempo que de un punto indefinido de la habitación se alza el sonido de cantos gregorianos. Es un modular Aiwa.

13:02
Al café Madoka ya no vienen ni tus amigos vivos ni tus amigos muertos. Si acaso, por las tardes de lunes a viernes ves en las mesas del fondo, en las mesas de Damas Chinas, Dominó y Serpientes y Escaleras, a un rezagado de la camada del escritor Agustín Yáñez, pero ninguno que se acerque a la generación de Fernando del Paso. Como individuo eras lúdico y mitómano, como autor expropiaste historias de otros para darles una decantada, un giro trágico, una pulida que no siempre resultó impecable. Pese a todo, esperaste el momento oportuno para elaborar la trama del panadero repartidor en bicicleta (como la película de Pedro Infante), de un pueblo a otro y casi de madrugada, quien terminaría sus días enfermo de diabetes. "El pan dulce", te sugirió alguien como título. Pero no lo concluiste. Recuerda también que, de entrada, quisiste donar tus libreros personales a una biblioteca que ya tenía catalogadas todas tus existencias. Excepto aquellos tomos adquiridos en el extranjero, mientras hacías una especialidad en literatura gaélica o mientras tomabas un año sabático. Pero esos tomos los heredaste a tus deudos.

23:24
Me dicen que tu vocación, además de la docencia y la escritura, fue la publicación en editoriales prácticamente artesanales, pequeñas, al margen de las grandes firmas trasnacionales: Katún, Leega Literaria y tres universitarias, que jamás usufructuaste una beca ni fuiste distinguido con un premio importante -de los predestinados a los elegidos-; sé también de buena fuente que en la presentación de tu obra reunida no fueron convocados algunos de aquellos que tuvieron que ver contigo en el quehacer editorial, antes y después de tu ausencia: el doctor Antonio Marquet, colega universitario, y Braulio Peralta, por cuya voluntad aparecieron dos obras tuyas en la editorial Grijalbo, "El imperio de las flores" y la segunda edición de "Donde deben estar las catedrales". Pero se desconoce el agradecimiento que le guardaste a Raúl Hernández Viveros para la inclusión de "Las aguas derramadas" en la Universidad Veracruzana (UV) y a Marco Antonio Jiménez por la publicación de "El mundo es un lugar extraño" y "Desiertos intactos"; y al editor y escritor Marcial Fernández por la primera edición de "Mecanismos de luz y otras iluminaciones", cuando ya te había "tocado" la enfermedad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uriel:
Gracias!!
No podrías ser más elocuente.
Un abrazo.
Saludos
María de Jesús Salazar M.