Verano
Para Adriana
Amanece otro día
en el paraíso;
la canícula abruma:
la cortina a las seis ondeó
dos centímetros, eso hasta
con gesto agotado,
por primera vez en la noche.
Aspas lentas en el techo
revuelven el aire
espeso como masa
de budín.
No hay viento, apenas
un soplo sin diploma de
brisa,
de los desnudos sudados
brota
humedad, derrame copioso
que provoca
mera sugerencia de amor
mañanero.
No salió el lagarto overo
indolente
el solazo lo frena,
cocina el rayo la boca
de su cueva.
La hembra del hornero
conmina a gritos
que le traigan fresco del río,
donde, no señor, en el
calor
no piensa volar en la jornada.
El casal de torcazas intenta
un arrullo, pero le
agobia el concierto
atropellado:
los infaltables loros.
Se hace rulos el moho negro
reseco antes verde que generó
la lluvia, cuando llovía,
en los ladrillos
bajo la parra de uvas
achicharradas.
Quema el agua de la canilla
con grados como para el mate,
recaliente está el caño.
Las tareas de cada día
reclaman atención
¡qué vamos a pensar en
labores cuando arde el sol!
Sentados en el patio,
consideramos
qué hacer;
hablarlo es
un enorme desafío.
(texto tomado del sitio ''otra iglesia es imposible''.)
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