La profesora está frente a la clase.
Habla de Chaucer.
Pero a los alumnos no les apetece Chaucer.
Quieren devorarla a ella.
Le comen las rodillas,
los dedos de los pies,
los brazos, los ojos
y escupen sus palabras.
¿Para qué quieren las palabras?
¡Quieren una auténtica clase!
Está desnuda ante ellos.
Hay salmos escritos en sus muslos.
Cuando anda, los sonetos se parten en octavas y sextetos.
Las estrofas encajan cuando sus dedos juguetean nerviosos
con la tiza.
Pero las palabras no la visten.
La poesía ya no la puede salvar.
No hay volumen lo bastante grande donde esconderse.
Ni el diccionario Webster no resumido, ni el Oxford.
Los alumnos son estúpidos.
Quieren una clase.
Una vez pudieron haber conseguido vida
agarrándola por el cogote en una estrofa perfecta.
Pero ahora necesitan sangre.
Han dejado a Chaucer en paz y han comido a la profesora.
Ahora la profesora se ha ido.
No queda nada sino una página impresa.
A la profesora no se la puede ayudar.
Puede que sea parte de sus alumnos.
(No se pregunte cómo)
Cómase este poema.
(texto tomado del sitio "emma gunst", trad. Mariano Antolín Rato.)
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