Whedon, el editor
Saber ver todos los aspectos de cada cuestión,
estar en todas partes, ser todo, ser nada mucho tiempo;
distorsionar la verdad, manejarla con un propósito,
usar grandes sentimientos y pasiones de la familia humana
para designios bajos, para fines astutos,
usar una máscara como los actores griegos,
el diario de ocho páginas detrás del cual te escudas,
pregonando por el megáfono de los grandes caracteres:
“Este soy yo, el gigante.”
Y viviendo, por lo tanto, la vida de un ratero,
envenenado con las palabras anónimas
de tu alma clandestina.
Escarbar la mugre de un escándalo por plata
y exhumarla a los vientos por venganza,
o vender diarios
aplastando reputaciones, o cuerpos, si hace falta,
ganar a cualquier precio, salvo tu propia vida.
Vanagloriarse de un poder demoníaco, socavando la civilización,
como el joven paranoico que pone un tronco en las vías
y descarrila el tren expreso.
Ser un editor, como fui yo.
Después, yacer aquí junto al río, por el lugar
donde se vierten las aguas servidas del pueblo
y se arrojan la basura y las latas vacías.
Y se ocultan los abortos.
(texto tomado del blog "otra iglesia es imposible", versión de Gerardo Gambolini.)
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