II
Entré en el cuarto,
no me decidí a encender la luz.
Estaba un
hombre sentado en un taburete,
su espalda toda frente a mis ojos.
No lo
sentí como extraño
ni alteraba la colocación de los muebles
ni el botón de
la luz.
Como en una explicación casi inaudible
dije: Uno.
El otro, con
su cuerpo inmovilizado,
moviendo sus labios con sílabas muy lentas,
me
respondió: el cuerpo.
Temeroso, con gran culpa, encendí la luz.
El otro
seguía en su taburete,
comenzó entonces como un debate ciceroniano
en el
senado romano,
golpeando las almohadas con los puños.
El gato absorto y
lentísimo
comenzó de nuevo a esconder la noche.
(texto tomado del blog "el placard")
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