Nosferatu
Ábrele la puerta al vampiro,
aunque sepas que tú y él fracasarán,
ábrele la puerta.
Mira cómo pliega sus alas,
oculta sus colmillos, lleva
una rosa entre sus labios.
Él es tu lujo con sus ojeras
moradas, los ojos oscuros
y el azul en todo su cuerpo
porque está a punto de morir
de asfixia.
Ábrele la puerta, anda.
Tú ya sabes en qué terminarán
tus encuentros con él al amparo
de frágiles doseles, de quioscos
blancos a cuya sombra las aves
sabrán que tu vampiro es un malévolo,
un fracaso, como tú, de su esplendor.
Pero ábrele la puerta, anda.
Hace tanto que lo esperas
escuchando ese coro de cantantes
de voz estrangulada, negra y grave
porque -aunque ya no se estile-
están llanamente tristes.
Abre la boca y las otras puertas
de tu cuerpo para que entre por ahí
a buscar en tu corazón la almendra
más dulce y luego, rojo de tu sangre,
presida el júbilo de la inconsciencia.
Ábrele la puerta, finalmente,
para que en su última salida
te nuble los ojos perdidos
en la ruleta rusa.
Para qué apostaste. No te quejes,
¿qué no fuiste tú quien le abrió la puerta?
Vamos, amigo, más congruencia.
para Vicente Quirarte
(texto tomado de Poemas en que yo estaba escondido, ed. Universidad Autónoma de Nuevo León, Lecturas Universitarias, col. Nuestros clásicos, Monterrey, N. L., 2008.)
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