lunes, 5 de noviembre de 2012

La exhumación de Frida

Hay un misterio en casa de Frida Kahlo. No es difícil creer en fenómenos paranormales en la vivienda que la artista compartió con Diego Rivera en Ciudad de México, hoy museo inundado de pertenencias personales, dibujos y sillas de ruedas; Frida y Diego por los cuatro costados, como si el tiempo se hubiese parado en los años cincuenta. Quizá sea el surrealismo característico de México el que permita que algún trabajador de la Casa Azul de Coyoacán comente, en voz baja, que las prendas de Frida llegan ligeras a la sala de restauración y al final del día vuelven pesando más. Como si Frida (Ciudad de México, 1907-1954) se reencarnara en su ropa.
El autor del supuesto milagro de reencarnación es Renato Camarillo, de 24 años, que, con guantes y bata de cirujano, toma las prendas con cuidado y las regresa a la vida. A contrarreloj, para que el próximo 22 de noviembre se inaugure la muestra que por primera vez exhibe faldas, blusas, pantalones, joyas, zapatos y otros objetos personales encerrados durante medio siglo en la casa que compartió con Diego Rivera.
La historia de las pertenencias perdidas de la artista, fallecida en 1954, tiene también su dosis de surrealismo mágico: permanecieron 50 años guardadas en un cuarto de baño y varios baúles y roperos. Allí las relegó el testamento de Diego, que exigió 15 años de veto en un intento de preservar la intimidad de la pareja. La albacea, Dolores Olmedo –de la que se dice que era rival amorosa de Frida, pero cuya profesión conocida fue la de coleccionista de arte y musa de artistas como Rivera–, se tomó el deber de preservar el legado con tanta seriedad que mantuvo cerrados los cuartos mucho más; hasta su muerte en 2002. “Mi mamá pensó: ‘Si Diego quiere que se cierren, vayan a saber qué haya ahí dentro”, explica su hijo, Carlos Phillips, director del Museo Diego Rivera-Anahuacalli y del Museo Dolores Olmedo. Dos años después, un equipo abría por fin las habitaciones, “llenas de polvo”, agitadas por terremotos y maltratadas por la lluvia y algún animal que se coló, rememora Hilda Trujillo, la directora de la Casa Azul. De los baños y los baúles salieron durante meses 6.000 fotografías, casi 200 prendas de vestir y montones de medicamentos, corsés, documentos, joyas… Trujillo recuerda aquel colosal descubrimiento como un evento emocionante. Los documentos políticos que Rivera temía desvelar, agrega, perdieron interés. Lo personal, en cambio, se ha revalorizado. La gente tiene hambre de Frida, la torturada, la excéntrica, la incombustible.
La ropa de Frida no era solo ropa. Kahlo aprovechaba el vestido para “exhibir convicciones de mexicanidad y políticas”, explica Circe Henestrosa, comisaria de la exposición. Por ello, esta muestra se centra en dos significados clave de su vestimenta: etnicidad y discapacidad, señala. Etnicidad, porque la reivindicación de lo indígena de Kahlo resultaba llamativa en los círculos de intelectuales mexicanos, que seguían la moda europea. Frida encarnó la mexicanidad basándose en lo indígena, un concepto menospreciado ayer y hoy en este país. Discapacidad, porque Frida dominaba su cuerpo dañado mediante su ropa.
Muchas prendas pertenecen a la tradición tehuana no por casualidad. Además de que hay fotos de la familia materna de Kahlo con estos trajes, ella distraía con sus blusas recargadas la mirada sobre sus imperfecciones: la pierna derecha le quedó deformada tras sufrir polio de niña. Después llegó el accidente de tranvía en el que quedó atravesada por un pasamanos. Y luego, durante casi toda su vida, sufrió los corsés (que customizaba) para enderezar la espalda y múltiples intervenciones para intentar aplacar un dolor incesante. “Además, las tehuanas administran la sociedad; el vestido es símbolo de poder femenino”. Eso sí, algunas teorías dicen que lo adoptó para complacer a Diego.
Aquel cuarto de baño que guardó los secretos de Frida es hoy un almacén y la ropa se traslada a diario a la sala de restauración, donde Camarillo se aplica en dejar listas las prendas para asomarse de nuevo al mundo. Veintidós atuendos rotarán para no dañarse, porque “un objeto textil debería descansar tres años tras estar en exhibición cinco meses”. Los arreglos de faldas, pantalones, enaguas, blusas, corsés y trajes de baño se distinguen de los originales, a propósito, para no “falsear” el resultado. La revista Vogue, que, como otras, recurre a Kahlo periódicamente como icono de estilo – ya en 1937 publicó una foto tomada por Toni Frissell–, también participará en la exhibición, con motivo de la cual lanza un número monográfico dedicado a la artista, con su icónica y poderosa imagen en portada. La influencia de la mexicana en la cultura pop y en el diseño internacional es evidente en diseñadores como McQueen, Gaultier, Riccardo Tisci, Rei Kawakubo o Viktor & Rolf. Frida vive.


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