Una antología es esencialmente un catálogo de posibilidades; un muestrario más o menos parejo que busca estimular el interés público por un grupo de autores que se destacan en determinado género, o más bien (vale recordarlo) por los textos de esos autores. Mejor que ficción, editado por el español Jorge Carrión y Antología de crónica latinoamericana actual, editado por el colombiano Darío Jaramillo Agudelo, son dos libros que, además de compartir la fecha de publicación (apenas un mes de diferencia, marzo y abril de 2012), esperan ofrecer un compendio de lo mejor de la crónica contemporánea escrita en español. Era inevitable que tuvieran otros puntos en común: varios autores participan en ambas antologías (Pedro Lemebel, María Moreno, Leila Guerriero, Juan Villoro, Alberto Salcedo Ramos y siguen las firmas), y ambos prólogos, con mayor o menor énfasis, ubican los antecedentes del periodismo narrativo hispanoamericano actual en la crónica de Indias, en la literatura de viajes, en el Modernismo y finalmente en el llamado "nuevo periodismo norteamericano", que tuvo a Truman Capote y a Tom Wolfe en sus filas destacadas. Todo esto sin perder de vista que hay otros abrevaderos y otros antecedentes (todos múltiples, todos lícitos), y que finalmente nunca parece decirse lo suficiente cuando se quiere contar la historia de una manera de escribir.
Pareciera también que nunca termina de zanjarse el asunto de qué es una crónica. En una antología de cuentos, difícilmente el compilador explique qué es un cuento o qué es un cuentista. Las colecciones de crónicas, en cambio, siempre entran en el terreno de las definiciones. En Mejor que ficción, Jorge Carrión sostiene que la crónica no es un género, sino un debate: "las palabras nos hacen un poco más libres, por eso tantos cronistas han inventado las suyas para definir su trabajo". La crónica, en efecto, es posiblemente el género (o debate) más sobredefinido de los últimos tiempos: cada (buen) cronista ha hecho su propia interpretación de los modos subjetivos de contar la realidad, sin traicionarla. Quizá la crónica escape tanto al cajón estanco de los conceptos porque los hechos reales son complejos y movedizos, y porque los modos de abordarlos son tan infinitos como de subjetividades está poblado el mundo. Pero esto también puede decirse de la ficción.
Será, tal vez, que frente al imperio del periodismo digerido y veloz, la crónica, que tiene espacios acotados de publicación, busca siempre afianzarse; demostrar que es un lugar para comprender la realidad, elaborado con el favor del tiempo, con la inmersión en el entorno, con la investigación responsable y un buen dominio de la escritura.
Pero idealizar no suma nada: no toda crónica es buena ni todo artículo periodístico breve e impersonal es malo. Ningún género per se engendra genialidades ni monstruos.
Siempre en el terreno de la buena crónica, para Jaramillo Agudelo se trata de "la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en día en Latinoamérica", y la describe como una "obra de arte" que no puede darse el privilegio de aburrir, que conoce la eficacia de las técnicas narrativas y que tiene, sobre todo, una voluntad de estilo.
Esa voluntad de estilo ha guiado en buena medida la selección de ambos editores (quienes, a su vez, son escritores): la mirada personal, la prosa precisa, rítmica y, si se quiere, bella (el pacto obligatorio con la realidad se da por sentado). La selección de Carrión inicia con el cambio de siglo e incluye a veintiún autores, de los cuales solo dos son españoles: Jordi Costa y Guillem Martínez. La de Jaramillo Agudelo empieza en la década de los `90 y reúne a cuarenta y seis cronistas. La aparición simultánea de ambas antologías, los autores que las componen y las publicaciones de las que fueron tomados la mayoría de los textos (Gatopardo, Soho, Etiqueta Negra, El Malpensante, Lamujerdemivida) dicen algo acerca de la crónica periodística contemporánea en español; como mínimo, que la voluntad de escribirla está hoy, sobre todo, en América Latina.
En cuanto a los temas, los dos editores coinciden en cierta tendencia recurrente. "El periodista narrativo es proclive a buscar lo estrambótico, lo periférico, lo extraño", escribe Carrión. Jaramillo Agudelo, por su parte, considera que "a la crónica le fascina la víctima. Y el espacio prohibido, gueto o secta, cárcel o frontera caliente. El momento del despelote, por terremoto o lluvia, por represión o mera y patética violencia para poder sobrevivir".
Las dos antologías, sin embargo, expanden los temas hacia los deportes, los viajes, el sexo, la literatura, el cine, el relato autobiográfico. Carrión incluyó, además, un "Diccionario abreviado de cronistas hispanoamericanos": una guía de autores y de títulos para que el lector interesado busque por su cuenta. Jaramillo Agudelo también alienta la búsqueda de cronistas fuera de su selección, pero espera que, por lo pronto, Antología de crónica latinoamericana actual sea el libro ideal para llevar a una isla desierta.
(El siglo XIX mexicano fue pródigo en cronistas que se expresaron en los diarios capitalinos, los hubo costumbristas como Artemio de Valle-Arizpe o aquellos que satirizaban la vida social, la moda de damas y varones, los gustos, las carpas y los teatros. Hubo aquellos que describieron la llegada del cinematógrafo como el surgimiento de una expresión cultural y social de las clases media y baja. Pero también floreció el corrido como aquella expresión que cronicaba hechos violentos, trágicos o heroicos. Para estudiosos como José Emilio Pacheco la verdadera literatura decimonónica se dio en el periodismo. Reseña de Ana Prieto tomada íntegra de "revistañ", Clarín, Buenos Aires.)
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