"El lunes por la mañana, llegué al bulevar del Emperador. Un montón de periodistas y cámaras me esperaban; belgas, pero también extranjeros. Me hicieron mil preguntas. Katrhyn Brahy, que trabajaba entonces para la RTL, me lanza: ¡Diga al menos que es homosexual!'. Me giré y dije: Sí, ¿y qué?'. Jamás olvidaré ese momento. Dos segundos antes, los periodistas se empu-jaban. Tras mi respuesta, todo se detuvo. Un silencio de varios segundos. Un verdadero silencio".
Era noviembre de 1996. Elio di Rupo, hoy flamante primer ministro de Bélgica, salía del armario públicamente, confesando lo que casi todos sabían y algunos utilizaron contra él en un caso de pedofilia que jamás llegaría a probarse. Según describe en sus recién publicadas memorias, escritas en forma de entrevista con el periodista Francis Van de Woestyne, su homosexualidad se convirtió entonces en "un asunto de Estado".
Hoy, Di Rupo es el primer jefe de Gobierno abiertamente homosexual en la Unión Europea, y su orientación sexual ya no es sino un aspecto más, tan o tan poco relevante como la sempiterna pajarita que le caracteriza. Para los belgas ya no es "un asunto de Estado", como no lo fue para los islandeses que hicieron a Jóhanna Sigurðardóttir primera ministra, los polacos que eligieron a Anna Grodzka, una transexual que ha pasado de ser perseguida por la Policía a sentarse en el Parlamento como diputada, o los alemanes y franceses que en varias ocasiones han dado su confianza a Klaus Wowereit o Bertrand Delanoë para ser alcaldes de Berlín y París, respectivamente.
Según explica Di Rupo en sus memorias, "el simple hecho de ver a alguien que ocupa una función importante, que se viste como todo el mundo y que vive normalmente, demos-tró que podíamos ser homosexuales, tener una carrera profesional, asumir responsabilidades".
Victoria para la visibilidad
La de Di Rupo es una victoria para la visibilidad del colectivo homosexual, asegura Mieke Stessens, portavoz de Çavaria, una de las principales asociaciones que luchan en Bélgica por los derechos LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales). "Puede ser un ejemplo a seguir", confía Stessens en conversación con este diario. "Demuestra que es posible optar a un puesto importante como un hombre gay. Su homosexualidad no es realmente un tema que importe, pero hay una falta de ejemplos a seguir para los LGTB, por lo que es una buena noticia", dice.
Di Rupo lleva 30 años en política, pero no ha hecho de la causa homosexual una bandera de su estrategia. El ahora primer ministro "no ha hecho nada todavía por la comu-nidad LGBT además de ser abiertamente gay", lamenta Stessens. "Nos parece bien que lo sea, pero no le aplaudimos por eso. Su Gobierno tiene que probar que vale la pena en este asunto", agrega.
El reto de Di Rupo es franquear la percepción muy exten-dida de que no hay grandes avances por los que dar la bata-lla una vez logrado el matrimonio entre personas del mismo sexo. Bélgica lo aprobó en 2003, convirtiéndose en el segundo país en lograrlo tras Países Bajos. Hoy ya son una decena de países y otra decena de jurisdicciones, como varios estados de EEUU. Las tareas pendientes en Bélgica abarcan el reconocimiento de paternidad a las madres lesbianas no biológicas, la lucha contra la homofobia, que parece repuntar sobre todo en la capital, la prevención del HIV, el virus que causa el sida, y una reforma legal que acabe con la esterilización de las personas que quieran someterse a una operación de cambio de sexo.
"Lo que marca la diferencia no son fundamentalmente políticos LGTB, sino que avancen nuestras políticas. Para eso necesitamos un esfuerzo común en el que los heterosexuales tienen que estar a la cabeza", argumenta Silvan Agius, director de políticas de ILGA-Europe, la asociación que da voz a las demandas del colectivo en Bruselas.
Ejemplos en peligro
Para él, los avances en España y Portugal son dos ejemplos perfectos de cómo el liderazgo de políticos heterosexuales y comprometidos con los derechos gays puede aportar un paso de gigante que supere inclu-so prejuicios muy extendidos socialmente. Sin embargo, "el progreso no es lineal", añade Agius. La prueba es la posibilidad de que el Gobierno del PP acabe en España con el matrimonio entre personas del mismo sexo, algo que Ilga-Europe "sigue con preocupación". Ante el riesgo de pasos atrás, "un movimiento fuerte y dinámico se convierte en imprescindible, ya que se trata de derechos humanos que no se pueden dejar al albur de la sensibilización del político de turno, de acontecimientos anecdóticos", añade.
En Europa, la asociación distingue entre los países más occidentales, con más derechos, y los del este, donde el progreso ha sido más lento y hasta hace años se reprimían con dureza las manifestaciones reivindicativas, como las del Orgullo Gay. En países como Reino Unido, Finlandia o Dinamarca, el debate sobre el matrimonio homosexual se ha relanzado en los últimos meses, por lo que podrían sumarse a los que ya disponen de él: Holanda, Bélgica, España, Suecia, Noruega, Portugal, Hungría e Islandia. En otros, como en Polonia, Lituania, Letonia o Malta, país este último que hasta mayo no reco-nocía el divorcio, los parlamentos y actores públicos ya debaten leyes sobre uniones civiles.
No sólo es poder casarse
En total, 15 estados europeos ya las reconocen. Aunque las uniones civiles y el matrimonio suponen un hito en las deman-das del colectivo, Agius señala las leyes antidiscriminación, adopción, discurso del odio o libertad de manifestación como los principales retos en Europa.
Di Rupo tiene tantos asuntos que atender que probablemente las demandas de los activistas ocupen un puesto bajo en su lista de tareas. Ya ha logra-do varias victorias donde otros políticos habían naufragado, como la reforma del Estado y la formación de Ejecutivo en un país prácticamente ingobernable.
Esa amplitud de asuntos que configuran la acción polí-tica del primer ministro da más relevancia a la visibilidad de su orientación sexual para el colectivo belga, donde no abundan otros ejemplos. Di Rupo no es un político consagrado a la causa homosexual, lo que amplifica sus propias posibilidades, la simpatía de los heterosexuales y la visibilidad como una victoria a salvo de sospechas.
Según Vincent Van Quickenborne, dirigente del partido liberal flamenco, "Di Rupo es el sueño americano en versión belga". Es hijo de inmigrantes italianos que llegaron a Bélgica tras la Segunda Guerra Mundial huyendo de la miseria, huérfano de padre desde que tenía un año y primer jefe de Gobierno homosexual de la UE con la simpatía de sus compatriotas, a los que su vida privada les da igual.
(Daniel Basteiro, autor de "Los políticos gays de la UE salen del armario", en Público, diario español.)
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