En el corazón de Berlín funciona una usina de experimentación sexual exclusiva para hombres. Nuestrx cronista, haciendo oídos sordos a lo de “exclusiva” pero no a lo de “hombres”, estuvo allí, sacó el conejo de Indias que lleva adentro y le puso el cuerpo a la ciencia.
Por qué no te hacés un chequeo, me dijo la Bety, cuando me encontró por tercera vez volteadx en la mitad de la Avenida del Libertador a causa no sólo de esa facilidad que tengo para que me volteen sino por mis pocos reflejos para atajar los golpes de calor que me asestó Buenos Aires esta semanita. Le expliqué de mi reticencia a chequearme por miedo a que descubran que somos como seis viviendo adentro de este cuerpo equivocado, y ella me respondió con una tarjeta de Lab.Oratory (www.lab-oratory.de), un lugar, como pude comprobar cuando mi avión aterrizó en Berlín y luego mi taxi en la puerta del boliche en cuestión, dedicado enteramente a la investigación científica. Sólo que ciencia entendida de la cintura para abajo, o sea, un tema que yo vengo estudiando con una modesta beca del Conicet y con la generosidad de patrocinadores casuales. ¡Oh, Thomas Mann!, pensé en cuanto vi filas de Tadzios, de tíos de Tadzios y parientes alemanes del mismo chico vestidos todos con estrictos trajes, camisas y corbatas cumpliendo con la consigna de ese día, que era nada menos que eso: aparecerse en un estricto horario de 17 a 19 con estricto uniforme de resorte aceitado (igual si no es usted muy aceitado, el lugar provee de varios dispensers tamaño baño de lubricante) para una vez pagada la entrada y sometidos al no poco escalofriante detalle de que te estampan con un marcador negro un número en la mano (me tocó el 666) para identificarte cuando pidas tus tragos o cuando no sepas ni cómo te llamás, te dispongas a sacrificarte por la ciencia y revolcarte con estricto traje a la vista de todos con todos, sin perder la compostura y con toda la furia de la que un burócrata es capaz. Camas colgantes, baños para perderse, manguerearse y sentirse en Constitución, túneles y toneles, celdas con camas estrechas en las que a duras penas entra un esqueleto pero que a duras penes la misma cama se hace Queen y King para que tengas. Oh Thomas, cuánto más mágica habría sido tu Montaña de haber podido darte una vuelta por este centro de rehabilitación que si no te cura la tuberculosis te la causa, y ya sabemos que con gusto no pica. Al lado de la discoteca Berghain (especie de garaje gigante del que ya les hablé alguna vez, destinado a que estacionen al ritmo de la música electrónica los cuerpos más bellos del mundo) gestionado por el mismo loco y degenerado dueño, funciona este otro engendro de estética fabril que con picaresca intención de mezclar la labor, el laboratorio y el oratorio, etimología que según entendí in situ, viene más por sexo oral que por orarle a un Señor. Pero no todos tienen la suerte de Lux, me dije mientras ingresaba vestidx de bancario haciendo horas extras. Los que asistieron a este mismo lugar el día siguiente se encontraron con la consigna de “A todo olor” que convocaba a personas capaces de no bañarse durante varios días y lucir sin tapujos todos los sudores y humores corporales. La semana siguió con la fiesta del pissing, la del scat, la del fist fucking, una nudista y otra de ropa deportiva. Ya no saben lo que inventar me quejaba yo encerradx en un traje equivocado, que me prestó un funcionario argentino de la embajada alemana que me pagó con carne el anonimato e ingresé, me lancé a la caza del oficinista de mis sueños que en ese preciso instante calculaba el debe y el haber en su propio bulto cuando, oh! vengo a comprender como una epifanía, el horror de Borges por los espejos: fue verme y quereme. Fue quereme y atrancarme como Narciso y hacer trizas el espejo como Dorian Gray. El resto, es silencio y papelón, no saben cómo pueden ser de duros los patovicas del norte cuando alguien rompe con la rutina de las oficinas.
("Ciencias duras", crónica tomada tal cual del suplemento "Soy" de Página/12, argentino.)
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