Hace unos días nos encontramos por chat con mi amigo uruguayo, al que hasta ahora conozco sólo virtualmente y que sigue varado del otro lado del Río de la Plata hasta que los jueces dicten sentencia por el juicio contra la prepaga Médica Uruguaya y contra el Estado. Esperemos que sea por la inclusión y cobertura al ciento por ciento de los últimos TARV (tratamientos antirretrovirales). Nuestra charla comenzó muy formal, sobre comparaciones entre Uruguay y Argentina en cuanto a políticas estatales y campañas de prevención del VIH.
“¿Cómo estás vestido?”, me preguntó de pronto. “De entrecasa”, dije desconcertado. “¿Estoy en el chat de Facebook o en el de Manhunt?”, pensé. “Estoy encendido –siguió mi amigo–, en bolas, creo que es el clima que me pone así.” “¡Aprovechá!”, le contesté. “¿Que aproveche para qué?” “¿Seguís sin conocer a nadie allá?”, pregunté. Según me había contado en una conversación anterior, en Uruguay no puede conocer gente porque después de tanta exposición mediática en su lucha por conseguir el TARV que en su obra social le niegan, quedó “quemado”. “¿Estás ahí? –insiste–. ¿Cuándo vas a venir, así nos conocemos?” No soy tan aventurero, no me da viajar tan lejos para una primera cita por chat. Me pueden gustar mucho las fotos, la conversación, pero lo importante es la química; y eso, hasta que no estás cara a cara, no se puede comprobar. No se lo digo y trato de reencauzar la conversación. “Acá no voy a conocer a nadie –insiste. Estoy quemado.”
Yo también estoy quemado. La semana pasada, un tipo me mandó un mensaje por Manhunt. Cuando le liberé mis fotos me contestó: “¿Ah, sos Pablo Pérez? Si es así, paso”. Dolió, pero me repuse enseguida. Para compensar, hace unos días, en un sauna, me vino a encarar un oso polar, musculoso, muy peludo: “¿Vos sos el autor de Un año sin amor? No leí el libro pero vi la película. ¡Muy buena!” Enseguida nos besamos. “¿Querés tomar GHB?” “¿Qué es?”, pregunté. “Extasis líquido. Vení, acompañame.” Mientras caminábamos hasta los vestuarios, me decía que, como yo era taaan fiestero, el GHB me iba a encantar. Abrió su locker, organizadísimo, solo faltaba ahí dentro una bola de espejos. Sacó un vaso de vidrio, sirvió jugo de naranja, le echó un par de gotitas y me lo ofreció. “¿Lo tomo todo?” Antes de que el GHB surtiera efecto, pensaba “ya no soy el mismo Pablo que en 1996, ahora no soy taaan fiestero”. Me equivocaba. Muchas veces ser un puto “quemado” (yo prefiero decir “visible”) te puede deparar enormes sorpresas.
(crónica reproducida del suplemento "Soy", diario Página 12, de Argentina. Autor Pablo Pérez.)
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