David Leavitt parece demasiado joven. Es que sacó su primera colección de cuentos en 1984. Imagínense ese mundo: pre Internet, pre televisión por cable, con el proyecto neoliberal recién despegando, con Reagan y Thatcher como copilotos. Era otro mundo. Otra era. Entonces cuando conocemos a Leavitt acá en Buenos Aires en la presentación de su última novela y vemos a un tipo bastante joven, a primera vista no nos dan los números. Pero es que Leavitt fue un wünderkind y en el 84 tenía veintitrés años. Ahora tiene cincuenta. Un pibe.
Leavitt está de viaje en Buenos Aires y tiene intenciones de radicarse acá, al menos unos meses por año. En la librería Cúspide (la que está frente al cementerio de la Recoleta) presentó El contable hindú, su última novela, que apareció en inglés en el 2007 y se acaba de traducir al español. Marca un cambio profundo en su literatura, la misma que lo volvió un ícono de las letras gay en los 80. Esta es una novela histórica, meticulosamente investigada, sobre la relación entre el matemático inglés G.H. Hardy y el matemático genio autodidacta de India, Srinivasa Iyengar Ramanujan en la universidad de Cambridge en la época de la Primera Guerra Mundial.
Leavitt dice que se ha volcado a la novela histórica —aunque no le gusta ese término— porque ya no logra entender el presente. Quienes hojeen su libro verán que está repleto de formulas matemáticas de alta complejidad. Leavitt dice en la presentación que una de las cosas que le atrajo de la matemática es que —como en la literatura— se suelen generar respuestas bien complejas a preguntas bien simples.
Le preguntaron cómo recibió su novela la comunidad matemática y dijo: “He recibido muchas cartas de matemáticos y muchos me corrigieron errores, pero todos estaban agradecidos de que se escribiera una novela sobre el tema. Me apoyaron muchísimo. Nunca recibí un email acusatorio, fueron muy generosos. ¡Además pasó algo que creo que es inédito en la historia académica de los Estados Unidos! Me invitaron a participar en una conferencia en Cornell que unió las facultades de matemáticas y de escritura creativa.”
En cuanto su encasillamiento como escritor gay Leavitt enfatizó que esos términos ya no tienen peso en los Estados Unidos y que los escritores no se sienten obligados a seguir una temática según su sexualidad. De hecho contó una anécdota de un ex alumno suyo, cuya escritura, además, conocía íntimamente.
“Y una noche que iba a venir a cenar me avisan que venía con su novio. Y yo dije ‘¡qué novio!’ Estaba asombrado, nunca lo supe. Entonces, el punto es que ya no te puedes dar cuenta de la orientación sexual de un escritor por lo que escribe. Los escritores jóvenes gay ya no están fijados en el tema de la identidad sexual. Ni tampoco sienten que sea un tema importante. Básicamente hay una generación que creció viendo programas de televisión como Will and Grace y el tema que uno sea gay o no es absolutamente irrelevante. Creo que esto es muy positivo.”
(Cuando leiste el volumen de relatos "El lenguaje perdido de las grúas" encontraste a un autor que conocía el alma desgarrada de ciertas mujeres; aunque en el pasado ya habían existido Tennessee Williams y Carson McCullers, el perfil de sus protagonistas era "distinto", asumían su destino de una forma definitiva, como más atinadas, acaso más actuales. Ya su problemática estaba lejos del enfoque meramente melodramático, de lo puramente hollywoodesco, por decirlo de alguna manera, acaso estúpida, acaso light. Entrevista de Andrés Hax reproducida íntegra de la Revista Ñ on line.)
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