Mi primer amor
Mi primer amor tenía doce años y las uñas negras. Mi alma rusa de entonces, en aquel pueblecito de once mil almas y cura publicista, amparó la soledad de la muchacha más fea con un amor grave, social, sombrío, que era como una penumbra de sesión de congreso internacional obrero. Mi amor era vasto, oscuro, lento, con barbas, anteojos y carretas, con incidentes súbitos, con doce idiomas, con acecho de la policía; con problemas de muchos lados. Ella me decía, al ponerse en sexo: eres un socialista. Y su almita de educanda de monjas europeas se abría como un devocionario íntimo por la parte que trata del pecado mortal.
Mi primer amor se iba de mí, espantada de mi socialismo y mi tontería. "No vayan a ser todos socialistas..." Y ella prometió darse al primer cristiano viejo que pasara, aunque éste no llegara a los doce años. Solo ya, me aparté de los problemas sumos y me enamoré verdaderamente de mi primer amor. Sentí una necesidad agónica, toxicomaníaca, de inhalar, hasta reventarme los pulmones, el olor de ella; olor de escuelita, de tinta china, de encierro, de sol en el patio, de papel del estado, de anilina, de tocuyo (tela de algodón) vestido a flor de piel -olor de la tinta china, flaco y negro-, casi un tiralíneas de ébano, fantasma de vacaciones... Y esto era mi primer amor.
(texto tomado de La casa de cartón, Colección Lumía, Serie Narrativa, Textofilia, México, 2009.)
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