Nueve empresarios del calzado se encuentran desaparecidos. En la guanajuatense ciudad de León, capital de la industria zapatera mexicana, no saben nada de ellos desde el miércoles. Hay que adelantar de inmediato que es pronto para sacar una conclusión sobre lo que les pudo haber pasado a estas personas que en principio fueron de cacería a una sierra del estado de Zacatecas. Pero en la era de la comunicación instantánea, y sobre todo en los tiempos de la multiplicación de los casos de mexicanos de los que nunca más se sabe de ellos, quizá debemos unirnos a aquellos que estarán implorando al cielo que todo se trate de un secuestro y que ojalá pronto los criminales hagan contacto con las familias de los cazadores. Terrible pero cierto.
Que la gente desaparezca se ha vuelto “normal” en México. El caso más famoso de este año es el de 20 michoacanos que fueron “levantados” en Acapulco el 30 de septiembre. Los cuerpos de 18 de ellos se encontraron un mes después en una fosa clandestina. De los otros dos nada se sabe aún. Pero cuando se conoció esa desaparición masiva también se informó que otros 7 michoacanos habían desaparecido en Colima. De ellos, nadie se acuerda. Y apenas hace dos semanas, los familiares de otros 7 (sí, la misma cifra) michoacanos se atrevieron a denunciar que desde el 18 de octubre habían perdido contacto con sus seres queridos, vendedores de muebles que alcanzaron a reportar que estaban por el rumbo de Monclova, Coahuila (norte del país) en manos de “gente mala”. Cuando le pregunté este mismo mes a un familiar, que aceptó dar entrevista a condición de mantener el anonimato, por qué no habían ido a buscar a sus familiares, por qué no habían dado a conocer antes el caso, su respuesta no pudo ser más sincera: porque “no es razonable”, porque tenían “temor”.
Un periódico de Veracruz registra otro caso de la semana pasada que ayuda a entender varias cosas de este drama. El campesino Amado Cano Carmona regresaba a ver a su madre luego de siete años de vivir en Estados Unidos. Su hermano Mauro pensó que era buena idea recibir al migrante apenas pisara suelo mexicano, así que fue a encontrarlo a Nuevo Laredo, Tamaulipas. Se vieron el 28 de septiembre. Ese día le hablaron a otro hermano, Juan, a quien le dijeron que el día siguiente saldrían rumbo a Veracruz. Nunca llegaron y Juan ahora pide ayuda para encontrarles, porque en Tamaulipas las autoridades ni siquiera aceptaron iniciar una averiguación previa.
¿Cuántos casos similares hay hoy en México? Nadie sabe, algunos reportes hablan de 500. Hay zonas especialmente peligrosas: Tamaulipas y parte de Nuevo León, Coahuila, Durango. También Chihuahua y, con casos más antiguos, Baja California. Acaba de nacer una red que quiere procurar atención a las familias víctimas de desapariciones, porque a la indolencia de las autoridades hay que sumar vacíos legales. Ya habíamos dicho que por desgracia en la situación actual de México no sólo hay que sumar muertos, también debemos hacer un recuento de los desaparecidos. Ojalá, de veras, que los nueve empresarios del calzado que fueron de cacería aparezcan sanos y salvos. Ojalá.
(¿Puedes considerarse la desaparición del jefe Diego como un secuestro político de parte del propio gabinete del gobierno federal; o fue secuestrado por la guerrilla; o fue privado de la libertad por parte del llamado crimen organizado; o todo fue un "happening", término acuñado y moneda corriente en los años sesenta del siglo pasado? Ay mira, yo no sé. Hay los que piensan que, al igual que el ex comisionado de la Secretaría de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, era una piedra en la chancla de FCH. Nota sustraída del blog "Aguila y sol", de Salvador Camarena, del diario El País.)
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