Es 9 de agosto de 1976, en el Pabellón Borges del Hospital Calixto García de La Habana, un hombre masajea con desesperación el pecho de José Lezama Lima. Tendido en la habitación 16, el poeta, ensayista y novelista cubano camina hacia "la oscura pradera", como él mismo diría. "La muerte me está buscando", había dicho José Cemí, el asmático protagonista de la que es considerada su novela más importante: Paradiso.
"Eran las dos y media de la madrugada y luego de la rectilínea del monitor y el incesante bombeo de estas manos sobre el corazón del maestro, éste había cerrado los párpados, en un silencio que se prolonga como la marea", recuerda su doctor -y también poeta- José Moreno del Toro (67). El médico, que escribió un texto titulado El paciente impaciente, mi amistad con José Lezama Lima, asiste por estos días a múltiples homenajes en torno a los 100 años del nacimiento del escritor. Las celebraciones, cuenta Moreno del Toro, se alargarán hasta la Feria Internacional del Libro de La Habana en 2011, ocasión en que sus Obras Completas verán la luz en varias entregas.
Barroco, excéntrico, sugestivo, religioso y profano, José Lezama Lima nació el 19 de diciembre de 1910 en La Habana. Si sus obras están plagadas de enigmas, quizá sea porque la muerte siempre le pisó los talones. Hijo de un coronel de artillería, jugaba entre uniformes de gala y caballos cuando recibió la noticia de que su padre había fallecido. La postal de su madre Rosa, mirando absorta el retrato del padre, despertó su imaginario. "Esa ausencia me hizo hipersensible a la imagen. Por eso la poesía siempre ha sido vivencial en mí: alrededor de una pausa, de un murmullo", señaló el escritor.
Asmático de cuna, viviendo en la casa de su abuela, y luego junto a su madre en Trocadero 162, se encerró en los libros. Devorado El Quijote, Lezama pasó a la Biblia y luego continuó con Platón, Góngora, los poetas órficos. "Decirle a Lezama que no tuviera libros era como pedirle que se sacara el alma", dice Moreno del Toro sobre aquel chico que terminó escribiendo sobre una tabla de madera que cruzaba de lado a lado un sillón instalado en medio de su "biblioteca de dragón".
Intentando descifrar los zumbidos que venían de "La Gran Mudada" (así llamaba el vate a la muerte), el escritor terminó volcando bellas alegorías al papel. Tras estudiar derecho, ya en 1937 publica su primer libro de versos: La muerte de Narciso. Y a poco andar funda revistas como Verbum y Orígenes, tribuna donde aparecen Juan Ramón Jiménez y Cintio Vitier, además de los primeros cinco capítulos de Paradiso.
"Sin las revistas literarias de los años 40 no habría habido nueva novela latinoamericana", expresa Julio Ortega (1942), crítico peruano que tuvo una larga amistad epistolar con Lezama. Bien lo sabe el poeta cubano Pablo Armando Fernández (1930), a quien Lezama publicó en Orígenes: "Recuerdo cuánto logré aprender escuchándole hablar. Un prodigio que solo la lengua vitaliza hacia lo memorable", afirma quien formó parte de su "Curso Délfico", nombre con que Lezama designaba las charlas que sostenía con sus amigos sobre literatura.
"Animal, loco, genio. Era un poeta de verdad", recuerda Gonzalo Rojas desde Chillán, mientras Pedro Lastra aprecia sobre todo La expresión americana, el libro de Lezama que editó en Chile cuando estuvo a cargo de la Colección Letras de América, de Editorial Universitaria, en 1969. "Aunque con Lezama yo me encuentro a medio camino entre el extravío y las vislumbres parciales, me había interesado mucho ese libro, especialmente por el ensayo La curiosidad barroca: un texto de gran poder de incitación", dice quien lo conoció en La Habana en 1966. "Como jurado del concurso de Casa de las Américas di una charla sobre poesía chilena. Para mi sorpresa y nerviosismo, encontré a Lezama instalado en la primera fila. Dialogamos muchas veces", recuerda.
"Tengo una bestia herida"
Fumador y sibarita incansable, fue en septiembre de 1964 que el doctor Moreno conoce a Lezama en Trocadero. "Doctor, ha muerto mi madre, tengo el aullido de una bestia herida aquí", le confesó Lezama señalando la parte izquierda del pecho. "Fueron las primeras palabras que escuché después de estrechar sus gélidas manos, como cuando se saca un pez del agua glacial", afirma. Y agrega: "Las lágrimas le mojaron la guayabera blanca y el tabaco en sus manos era de pronto una caña al viento".
De luto y con su inhalador, Lezama se ancla aun más al sillón. "La ausencia del padre está en el origen y la partida de la madre en el fin. Lezama había hecho de su familia la casa del lenguaje. Por eso no requería viajar, vivía ya en un viaje circular perpetuo", explica Julio Ortega sobre el hombre que tenía fama de homosexual, pero que se casó con su secretaria María Luisa Bautista.
En 1966 sale a la luz Paradiso. Tildado de pornográfico por algunas autoridades de la época, el poeta vive otro remezón, pero según Fernández, que lo etiquetaran de hermético, gay y contrarrevolucionario no impidió que la novela alcanzara "el ascenso a la lumbre astral". "Sin duda sufrió privaciones. Pero me parece que el poder político no supo qué hacer con él. Era admirado por Julio Cortázar y Gabriel García Márquez", agrega Ortega.
Moreno coincide: "Algunos funcionarios se 'espantaron'. Fue recogida de las estanterías de algunas librerías y se ha fabulado sobre todo en contra de la recepción de la novela, pero yo, que fui su médico, no podría aseverar su tendencia sexual y no creo que esto fuera condición para una sentencia saturnina a su obra".
Cual sea la razón del ostracismo del escritor después de Paradiso, lo cierto es que en agosto de 1976 Lezama apenas caminaba por su casa. Con 140 kilos a cuestas y padeciendo una incontinencia urinaria, la fiebre subía y Moreno cruzaba los dedos para que la infección no se ensañara con sus pulmones, los cuales además cargaban con un enfisema.
Pese a los ruegos del médico, al autor solo lograron subirlo a la ambulancia cuando se desmayó. "Situación desesperada que aproveché, para imponer el traslado", cuenta Moreno. Como las dimensiones de la camilla y del paciente hacían difícil la salida por la puerta, el cuerpo del poeta es sacado con ayuda de vecinos por la ventana y trasladado al Pabellón Borges. Allí, el estudio radiológico demostró que sus órganos estaban estrangulados por la bronconeumonía.
Aun así, "él nunca perdió su ironía", dice Moreno sobre el paciente que en medio de la crisis le pidió a su ex esposa que le llevara un pudín.
No hubo más cenas con "comidas de ángeles", como llamaba Lezama a los postres. La madrugada del 9 de agosto su corazón se detuvo. Su prosa, sin embargo, continua reflejando el fluir de la vida.
(Se ha repetido hasta el vómito que Paradiso es la novela autobiográfica del cubano José Lezama Lima, que en ella radica la 'demonización' de su autor por parte de las bestias tropicales para proscribirlo como autor 'indeseable', al que tarde o temprano llegarán los jóvenes escritores a beber de esas aguas. La crónica rica en detalles se sustrajo del diario chileno La Tercera.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario