Hay un ladrón que entra en nuestra casa
cada noche. En silencio. De puntillas.
Cuando estamos dormidos.
Cuando estamos dormidos y la luna
pone azules las sábanas tendidas
en la terraza, un hombre entra en la casa.
Podría ser, quién sabe, el asesino
que empuña nuestra hora.
Se sienta en el sofá. Enciende la lámpara,
una vara de incienso, un cigarrillo.
Lee mis libros. Abre la nevera.
Corta un trozo de pan y deja las migajas en la mesa.
Es un ladrón que besa tus párpados dormidos.
Abre cuadernos. Lee lo que escribo
y cambia los adverbios de lugar de lugar.
A veces limpia el baño, sobre todo el espejo.
Acaricia los gatos mientras duerme.
Se pone mis chaquetas colgadas de las perchas
y las vuelve a colgar. Vaga por los pasillos
como si no supiera adónde ir,
qué hacer, por qué está aquí.
Antes de amanecer sale por donde entró,
por la terraza.
Acaricia la menta y se huele las manos.
Acaricia las sábanas tendidas,
húmedas todavía, toma el vuelo.
Y así una y otra noche.
¿Desde cuándo? ¿Hasta cuándo?
¿Dejará de venir cuando no estemos?
¿O seguirá viniendo cuando aquí vivan otros?
Podría ser, quién sabe, el asesino
que empuña nuestra hora, la de irse.
¿Es un fantasma que no cree en mí
o soy yo mismo echándome de menos?
Nadie lo ha visto nunca.
Tal vez un día se lo lleve todo.
("la mirada del lobo")
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