Ese sábado fui temprano al mercado
donde escogí fruta como si fuese el último
sábado de septiembre.
Regresé pronto a casa porque esperaba
que volvieras a primera hora, como
no ha sido nunca tu caso.
Ese mismo día preparé con cronómetro el café,
el pan con mantequilla, los cubitos de queso
sin grasa como lo indicó el médico.
Eliminé la sal de mesa, incluí dos rajas
de toronja, un varejón de apio y un ramo
insignificante de perejil.
Abrí las puertas, las ventanas, las cortinas;
revisé el orden de cama, muebles, chanclas
y filamentos de lámparas.
Te esperaba de un momento a otro con el enjuague
bucal azul, el gel anestésico, el rastrillo
para suavizar el día, las llaves oscuras para
abrir tu cuerpo.
La mañana de ese sábado, el último sábado
de mes, me levanté con una certeza.
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