Para María y
Juan Palomar
El tequila es una pálida llama que atraviesa los
muros
y vuela sobre los tejados como alivio a la
desesperanza.
El tequila no es para los hombres de mar
porque empaña los instrumentos de
navegación
no obedece a las tácitas órdenes del
viento.
Pero el tequila, en cambio, es grato a quienes viajan en
tren
y a quienes conducen las locomotoras, porque es
fiel
y obcecado en su lealtad al paralelo delirio de los
rieles
y a la fugaz acogida en las estaciones,
donde el tren se detiene para testimoniar
su inescrutable destino de errancia.
Hay árboles bajo cuya sombra es deleitoso
beberlo
con la parsimonia de quien predicó en el
viento
y otros árboles hay donde el tequila no soporta la
umbría
que opaca sus poderes y en cuyas ramas se
mece
una flor azul como el color que anuncia los frascos de
veneno.
Cuando el tequila agita sus banderas de orillas
dentadas,
la batalla se detiene y los ejércitos
tornan
al orden que se proponían imponer.
Dos escuderos lo acompañan a menudo: la sal y el
limón.
Pero está listo siempre a entablar el
diálogo
sin otro apoyo que su lustral
transparencia.
En principio el tequila no conoce
fronteras.
Pero hay climas que le son propicios
como hay horas que le pertenecen con sabia
plenitud:
cuando llega la noche a establecer sus
tiendas
en el esplendor de un meridiano sin
obligaciones,
en la más alta tiniebla de las dudas y
perplejidades.
Es entonces cuando el tequila nos brinda su lección
consoladora,
su infalible gozo, su indulgencia sin
reservas.
También hay manjares que exigen su
presencia,
son aquellos que propició la tierra que los vio
nacer.
Inconcebible sería que no fraternizaran con certeza
milenaria.
Romper ese pacto sería grave falta contra un dogma
prescrito
para aliviar la escabrosa tarea de vivir.
Si “la ginebra sonríe como una niña
muerta”
el tequila nos atisba con sus verdes ojos de prudente
centinela.
El tequila no tiene historia, no hay
anécdota
que confirme su nacimiento. Es así desde el
principio
de los tiempos, porque es don de los
dioses
y no suelen ellos fabular cuando conceden.
Ese es oficio de mortales, hijos del pánico y la
costumbre.
Así es el tequila y así ha de acompañarnos
hasta el silencio del que nadie regresa.
Alabado sea, pues, hasta el final de nuestros
días
y alabada su cotidiana diligencia para negar ese
término.
(texto tomado del blog "el placard".)
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