En Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga (Anagrama), Patricia Highsmith (1921-1995) apunta las claves de su inquietante y perturbadora obra narrativa. Sin ningún motivo preciso, excepto que me ha venido a las manos un ejemplar olvidado mientras ordenaba mis libros, he vuelto a releer en plenas vacaciones editoriales este interesante ensayo, editado en España en 1986 y del que entresaco algunas ideas no siempre asociadas a la obra de esta maestra de la intriga psicológica, tantas veces imitada y tantas otras menospreciada injustamente por la crítica más exquisita.
Hay elementos que para la Highsmith son vitales, como “la sorpresa, la velocidad de la acción, el forzar la credulidad del lector y, sobre todo, la intimidad con el propio asesino”. En sus novelas, especialmente en las del ciclo Ripley, el asesino no tiene por que ser el malo y, a veces, se confunde peligrosamente con el héroe.
La escritora norteamericana explica también su tendencia a que sus obras giren en torno a dos hombres de personalidades opuestas, incluso prototipos ambiguos del bien y el mal. Puede rastrearse esa afición en Tras los pasos de Ripley, pero también en Las dos caras de enero, El cuchillo, Un juego para los vivos o Extraños en un tren, que Hitchcock llevó al cine y cuya frágil estructura tal vez se vendría abajo de no existir un explosivo choque de caracteres.
En su ensayo, Highsmith muestra una curiosa forma de misoginia que sorprende que no sublevase a sus lectoras más feministas. Para justificar su preferencia por el punto de vista del personaje principal, escrito en tercera persona y en masculino, asegura que tiene la sensación de que “las mujeres no son tan activas como los hombres, y no tan atrevidas”. Más aún, que “son empujadas por la gente y las circunstancias en lugar de ser ellas las que empujen, y más dadas a decir no puedo que lo haré”. De que lo creía así da buena muestra el pasivo protagonista femenino de A pleno sol (inolvidable Marie Laforet en la versión cinematográfica de René Clement), reducida al papel de trofeo en disputa entre el asesino Ripley y su víctima.
No son estas marcas de identidad las que se suelen considerar esenciales en la obra de Patricia Highsmith. Ahí habría que señalar la ambigüedad moral, la disección ‘entomológica’ de los personajes hasta sus rincones más tenebrosos o los finales abiertos en los que el asesino suele quedar impune –en eso es Tom Ripley todo un experto- pero manchado por la sospecha y con su impunidad pendiente de un hilo. Pero estos otros detalles pueden ayudar a quien se anime a (re)leer el todo Ripley, una droga que no permite desintoxicarse hasta la última de las 1.274 páginas del volumen que publicó Anagrama en 2009 como uno de los hitos de sus celebraciones de 40 años de labor editorial.
(reseña de Luis Matías López en el sitio "público".)
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