martes, 16 de julio de 2013

El libro y la lectura

La relación con el libro es única y cada uno se la plantea de manera diferente. Vicente Aleixandre acostumbraba a leer tumbado sobre un sofá en el que pasaba gran parte del día. Azorín lo hacía hundido en un sillón de orejas, de espaldas a la ventana, junto a una mesa camilla, de faldas, con un brasero y una manta sobre las piernas, mientras que Guillén, en su casa de Málaga, leía frente a la ventana, una ventana que daba al mar y que le hacía sentir la ficción de vivir en un matisse.

En silencio leía Juan Ramón Jiménez, tan en silencio que acorchaba las habitaciones en que trabajaba para que el ruido no le perturbara la vida y la lectura. Claro que Jiménez, un raro, se lavaba las manos hasta tres o cuatro veces, la última siempre con colonia, antes de coger un libro de alguno de sus poetas favoritos, muchas veces Verlaine. También he leído, no consigo recordar dónde, que Baudelaire era especialmente sensible a la contaminación sonora, e igualmente amigo del aislamiento acústico y las placas de corcho. Y se cuenta que Faulkner dejó un trabajo en la estafeta de la universidad de Mississippi porque el que le estuvieran pidiendo sellos no le dejaba concentrarse en la lectura.

En el otro extremo se encuentra José Hierro, que no sólo leía, sino que también escribía en un bar bullicioso al lado de su casa, en Santander, donde hoy se lee en una placa colocada allí tras su muerte: "Aquí escribe sus poemas José Hierro".
 
 
(¿Puedes leer al tiempo que escuchas música? Sí, tu no. Nota en el blog "neorrabioso".)

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